Yo no tengo nada que perder
Como atlético de corazón, el duelo Madrid-Barça me plantea un dilema ético. ¿Debo ser madrileño antes que nada, o decantarme por el equipo que pueda zurrar a nuestro eterno rival?' Otros años el criterio estaba claro: si éramos terceros en discordia, arrimaba el ascua a la sardina que pudiera beneficiar a mi Atleti. Si íbamos de comparsas, como esta temporada, ponía en juego las afinidades electivas. ¿Cuál conjuga mejor lo sublime y lo ridículo? ¿Cuál refleja más fielmente la insoportable levedad del ser? ¿Cuál puede lucir con más propiedad el título de pupas que ostenta por derecho propio el equipo de mis amores?Ese equipo fue durante muchos años el Barcelona, antítesis en fútbol del bon seny que el tópico adjudica al catalán. El Barça fichaba mucho y mal, protagonizaba fracasos espectaculares y caía en rabietas históricas y a menudo histéricas- cuando la apisonadora implacable que en tiempos fue el Madrid se llevaba el gato al agua. Con o sin ayuda arbitral, que no entro en la polémica. El Barça entonces era como ha querido ser el Atleti de Gil, una especie de pupas etiqueta negra. Y ante partidos como éste, yo, naturalmente, tenía que estar de su lado. Pero las cosas cambian.
Hoy el equipo serio, sólido y hasta espectacular es el Barcelona, mientras que el Madrid -aun sin la heróica aureola de perdedor romántico que adorna a mi equipo- me parece a menudo un Atleti desquiciado al que un detergente hubiera borrado las rayas rojas de su camiseta. No es mucho mérito, pero tal vez sí el suficiente para que un neutral como yo tenga que estar esta vez con él. El Madrid de hoy se parece a esa adorable calamidad que tantas veces es mi Atleti.
Antaño, estos partidos siempre eran el partido del siglo, expresión que para mi nace ante un Madrid-Barcelona de los tiempos de Helenio Herrera. Aquel excéntrico entrenador enardecía a los suyos a base de bravatas y terapias alrededor del balón, y, como Cruyff, ensayaba de cuando en cuando experimentos que irritaban a los críticos.
Yo confieso no saber nada del fútbol de ahora. Para mí éste era un deporte que jugábamos en el cole, y que magos como Di Stéfano, Kubala o Mendonça convertían en arte. A mí me gustaban los regates, los zapatazos a la escuadra, los remates de cabeza en plancha y las palomitas de los porteros. Expresiones todas que, lamentablemente, han huído de las crónicas de fútbol. Ahora se habla de sistemas, achiques de espacio, defensas en línea y pressing en el centro del campo. Dios nos coja confesados. ¡Qué rollo! Menos mal que en el momento final estoy seguro de que Laudrup o Prosinecki sacarán esa varita mágica y sabrán convertir este deporte de Clausewitzes frustrados en un hermoso ballet, en un bellísimo juego.
Que Stoichkov o Butragueño dicten sentencia. Para mí, después del estoconazo de Futre, tanto me da que gane el equipo de Narcís Serra como el de Javier Capitán. Por cierto: ¿no son lo mismo?
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