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Reportaje:

Sueños bajo tierra

Indigentes y drogadictos se cobijan del frío en la estación de metro de Tirso de MolinaEl concejal de Centro teme por la seguridad de quienes pasan la noche en el metro

CHARO NOGUEIRA "Todavia es pronto. Cuando cierren la estación de Antón Martín [muy cercana a la de Tirso de Molina] vendrán los yonquis para acá", anuncia la taquillera de Tirso. Es medianoche bajo el centro de Madrid. Blindada tras el cristal de seguridad, la mujer controla su estación desde dos monitores de televisión.

" ¿Hace mucho frío arriba?" pregunta la cobradora de Antón Martín.

"Sí, un grado".

"Pues entonces empezarán a bajar los drogadictos ahora, por que arriba, con el frío, no se encuentran la vena. 0, bueno, a lo mejor, como está abierto Tirso se limpia esto un poco. ¡Todas las fiestas viendo yonquis y carteristas!", exclama.

En la boca de Tirso de Molina, junto al teatro Nuevo Apolo dos hombres duermen poco después de las 0. 15. Están correcta mente vestidos. Uno de ellos ronca a placer, sin despertarse por el rugir de los trenes. Se hallan tendidos en el pasillo superior que comunica los dos andenes. El acceso a las vías se encuentra cerrado a cal y canto: aquí no se puede coger el metro; para viajar hay que ir por la otra boca.

Ironías del destino: uno tiene como cabecera el anuncio de la película El guardaespaldas y, el otro, de Solo en casa 2. Un acompañamiento de cine para un suspense indeseado. No hay vigilantes para proteger el sueño de los indigentes.

Después de la una de la madrugada llega Basillo Díaz, un cubano de 48 años sin otras posesiones que una manta metida en una bolsa de plástico. Viene del albergue de San Isidro. "Estaba completo, niña. Anoche dormí en un coche y no veas la que caía", explica. En madrugadas como la de ayer, Basilio se pregunta si hizo bien en exiliarse en España hace 13 años. "Yo aquí me tomo un vaso de leche si quiero, y mi familia, en Cuba, no... Pero en La Habana yo trabajaba de electricista en un ministerio y tenía casa. Me volvería si pudiera".

Basilio extiende el delgado cobertor. "La gente de la calle es difícil. Hasta me pueden robar la mantita", dice. Antes ha contado que, hace un año, los cabezas rapadas le dieron una paliza. "Me agredieron, y aún tengo un lado de la cabeza dormido. Pasé cuatro meses en el hospital".

Llega una pareja de jóvenes a fumarse un chino -cigarrillo de heroína- "Oye, fotos no, que yo me prostituyo. Además, tenemos una niña", advierte educadamente el chico. Poco después se marcharán a dormir a una pensión cercana.

Miguel Medina, de 26 años, es el más dicharachero. No le apura exhibirse. Abre la boca. "¿Ves? Una bola de heroína y otra de cocaína". Para acompañar, también chupetea una piruleta. Parece encantado de haberse conocido. Charla antes de prepararse un chute. Se lo mete todo.

Una chica -la única mujer que se ha quedado a pasar la noche- duerme el cuelgue encogida en tres escalones. Parece una muñeca rota, con la melena resbalada.

José Antonio, un muchacho de Salamanca sentado sobre un macuto, abre los ojos con pereza. "¡Puf! Vengo de Valencia". Saca unas fotos de cielo con nubes. Las regala. Entre sueños, aún filosofa: "Esto es Madrid sin dinero. Está bien".

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Matanzo: "No me gusta que duerman ahí"

Viene de la página 1La madrugada avanza. A las tres, Stephan baja con prisa a la boca de metro de Tirso de Molina. Este belga, de 23 años, mea contra un cartel que anuncia Navidades en el metro.

Luego, va lanzado hacia la papelera donde esconde los utensilios para inyectarse droga. Es rápido y discreto. "Si acaso, dáis el agua [aviso de que viene la policía]", pide a los que aún siguen despiertos.

Pero la madera no se deja ver. "A nosotros no nos toca bajar", dice un agente municipal, arriba, en la plaza. "Sí veo algo de lío, aviso a nuestros guardas de seguridad, y si aparecen navajas, a los nacionales ", había previsto uno de los empleados de la estación de Tirso. Pero desde las dos de la mañana las taquillas permanecen vacías. Nadie vigila el sueño de los cobijados.

El concejal del distrito de Centro, Ángel Matanzo, está preocupado por la apertura nocturna -desde el pasado 30 de diciembre- del metro de Tirso de Molina. "No me gusta que la gente duerma ahí, porque puede llegar cualquier cabeza rapada de ésos y meterse con ellos", advierte el edil.

Matanzo no se anda con paños calientes: "Me duele que el Ayuntamiento se gaste dinero en organizar conciertos como el de Plácido Domingo para el día de Reyes y no haya más albergues para la gente que no tiene donde dormir".

Al concejal tampoco le gusta que se elija como refugio una boca de metro de su distrito. "Ya es casualidad. ¿No hay mendigos en otras zonas?", pregunta.

El alcalde rectifica

En el seno del Ayuntamiento se desató una caliente polémica sobre la apertura del metro para proteger del frío a los indigentes. La concejal de Servicios Comunitarios, Ana María García Armendáriz, se oponía a la medida. Pero al final fue el propio alcalde, José María Álvarez del Manzano, quien -según informó el diario Ya- le enmendó la plana y anunció que los andenes volverían a cobijar a los sin techo. Con todo, la decisión se retrasó hasta que el frío no dejó otra alternativa. En la madrugada de ayer, los termómetros marcaban cuatro grados bajo cero.

En Madrid sólo hay dos albergues municipales donde se puede pasar la noche: el de San Isidro y el Pabellón de Mayorales, este último abierto sólo en invierno. Suman 355 camas, una oferta claramente insuficiente para los centenares de indigentes que se pasean por la capital del Reino.

El cartel de completos

El cubano Basilio da fe de las dificultades que se encuentra para poder dormir caliente: "Los albergues siempre tienen el cartel de completos".

Difícil es, pues, que se cumpla el deseo expresado por el concejal Matanzo: "Quiero que se mejore la situación de los indigentes. Que se les obligue a ir a un albergue".

"A mí me ha caído encima hielo, lluvia... De todo. Las noches de invierno en Madrid son tremendas, nifia", se explaya Basilio en la estación de Tirso de Molina.

Un joven pelirrojo echa un vistazo a los durmientes sobre la loseta gris. "Yo soy alemán de Alemania, pero estoy aquí porque allí hay muchos fachas y los peores no son los rapados", dice arrastrando las erres.

"¿Te quedas?".

"No, porque aquí roncan".

Al cabo de un rato se olvida de los escrúpulos e inicia un sueño silencioso. El que roncaba prefiere levantarse, despierto con la cháchara, y decide subir a la calle.

Aún no ha clareado cuando Stephan se inyecta una dosis de cocaína. "Esto es un infierno. Vine a España por una mujer hace dos años. Me ha dejado por culpa de la droga, y ha hecho bien", reflexiona.

Stephan empuja el émbolo hasta el final. Aún deja la jeringuilla clavada en su brazo derecho mientras cuenta las monedas sobre el suelo. "Casi tengo las 1.500 para hacerme con una bolsita de jaco [heroína]".

Amanece. Que no es poco.

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