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Relato de la vida ambulante en una de las cinco carpas de circo que coinciden esta Navidad en Madrid
Cinco circos despliegan sus carpas esta Navidad por las calles de Madrid. Jamás hubo tantos artistas ni tan poco público para aplaudirles. La televisión, la crisis económica y el frío pueden ser algunos de los culpables. Ninguno de ellos le quitará la sonrisa al gran Popey, la fuerza al Crernas o el vértigo a las piernas de Angélica. Ni lágrimas, ni dolores. Viven como pueden y como quieren. El meado y el sudor de las fieras, la ropa tendida debajo de los camiones, protegida de la lluvia, y los zuecos en la entrada de las caravanas llevan el olor a libertad. Un redactor de este periódico ha convivido una semana en una caravana con los artistas del circo de Ángel Cristo, en Las Ventas.
Una semana entre los leones
Hace 20 años, los camiones del circo llegaban a un pueblo, formaban cuadriláteros al aparcar y convivían en el patio improvisado. Todo eso se esfumé. La gente vive ahora en sus carretas. Hay muchas más comodidades dentro, lujos incluso, pero sólo los jóvenes salen juntos. Cada uno, a lo suyo. El propio Ángel Cristo no quiere meterse en la caravana de nadie por no inmiscuirse en la vida de sus empleados.El circo del domador se posó frente a la plaza de Las Ventas. El día en que llegan es como si fundaran un pueblo. Vienen por carretera desde Valencia -donde actuaron más de un mes- comunicándose entre ellos con emisoras de radio y con el gasóleo a cuenta del empresario. Cada familia elige su sitio, engancha la manguera a una cloaca; y el cable. a una farola o a la central más próxima. Y a vivir: sin prisas al acostarse ni madrugones al levantarse.
Antes de que llegaran los artistas, Almudena y Mónica, de 16 años las dos, delgadas, cabello lacio y largo, les esperaban para ofrecerse a colocar carteles en los escaparates de las tiendas. En una semana conocieron a todos los artistas, como ya habían hecho los días anteriores con los del circo Mundial. Y confesaron a algunos que les gustaría cantar, bailar y montar algún espectáculo para niños. Fijaron una cita con los hijos italianos del domador de elefantes y hasta entraron en la caravana de Ángel Cristo, cuando el domador las sorprendió fisgando por la ventana. Cuentan con el permiso de sus padres para viajar, no estudian, no trabajan, están enamoradas del circo y quieren ser artistas.
Jesús Garrido, el gerente y cuñado del domador Angel Cristo, cree que éste es un sitio sólo para derrotados, como él mismo se considera. A pesar del pesimismo cree en su trabajo y se multiplica por todos los rincones del circo.
Tan pronto les reprocha a los fontaneros lo exorbitado de sus honorarios como la emprende con El Canario, el cuidador de los leones: "Usted lo que tiene que hacer es colocar una valla delante de las fieras. ¡No ve que pueden morder a cualquier criatura, hombre! Si ocurre algún accidente, el que paga soy yo".
Un día después, las discusiones continúan en otros frentes. El motivo era, una vez más, la tan ansiada electricidad: "Ese cable tiene que funcionar o me cargo a un tío", decía un artista. Su voz se oía al borde de la carpa, horas antes de que debutaran.
-No te cargues a tanta gente -se defendía el electricista.
-Mi hija necesita un calentador, y por ella soy capaz de hacer cualquier cosa.
-Si estás amargado, te pegas un tiro.
- No me sale de los cojones. Y además, ¡a mí me hablas con educación, que te caliento, eh!
-Yo no sé -decía un anciano mediador-. Tanto como se habla de la familia del circo y de la unidad .... ¿dónde está todo eso?
Nadie sale de sus carretas para presenciar la bronca, nadie cotillea. La gran familia respeta las discusiones. En unas horas se habrá olvidado todo. Se trata de la famosa tolerancia y falta de prejuicios de la que tanto alardean los profesionales del espectáculo.
Las chicas se reunirán en la caravana de los trapecistas mexicanos Fly Bells, bailarán salsa en Salpica, se harán fotos juntos y alguna mujer casada saldrá con ellos sin que las demás la critiquen.
Al día siguiente van a ver a sus colegas que trabajan en los otros circos de Madrid. "Ahí, hija mía, no tienen ni para pagarle la malla [cuestan unas 5.000 pesetas] a una chica que tiene un tatuaje en la pierna", contaba una una artista a una compañera.
Ese tipo de avatares son los que forjan el halo de calamidades que arrastra la imagen del circo. Algunas son innegables: como el hecho de que el domador de elefantes alemán Cüernett tenga que mendigar médicos en la Seguridad Social para que le curen un dedo que se magulló hace pocas semanas; o la visión de tantas mangueras tiradas en el suelo y tantísimos charcos de agua enfangando el terreno.
Si un trapecista mexicano no tiene calcetines limpios para salir, le pide a Tere un par; y si ella sólo tiene dos blancos de distinto modelo, los comparte sin miramientos. Pero La imagen del hombre zarrapastroso, padre de un niño que juega entre el meado, con el pelo lleno de serrín, no es del todo cierta.
La checoslovaca Angélica -pronúnciese Anyélica- podría desmontar todas esas pajarotas sobre la dura vida del circo sólo con sus vaqueros por entre los callejones que forman las caravanas. La guapa oficial de 24 años no parece ser envidiada por ninguna, ni acosada por ninguno. Si Kim Bassinger supiera mover más de veinte hoola hoop mientras baila, se llamaría Angélica, y viajaría con sus padres y el hermano malabarista como hace ella. Podría figurar como la bailarina estrella de cualquier canal privado de televisión, pero puede más la vida del circo, a pesar de todos los sustos y sobresaltos.
No hay un artista, entre los más de treinta que viajan con Ángel Cristo, que no guarde el recuerdo de un susto: alguna fiera que se abalanza sobre ellos (Maribel, la acomodadora), una mona que le rebana un dedo por la mitad (Popey, el presentador)... y también infancias de
Una semana entre los leones
dormir en la funda de una guitarra (el payaso Pepín León).Ahora disponen de (luchas en las caravanas, retretes químicos que diluyen los excrementos, vídeos y antenas parabólicas, pero todo ello en detrimento de la unión inquebrantable que les caracterizó desde siempre.
Siguen siendo una familia, pero peor avenida. Uno es hermano del otro, el otro cuñado de aquél y sobrino de ésta, y Teresa Papadopaulo, de 36 años, divorciada y con tres hijos, amiga de todo el mundo. Después de subirse a las cuerdas, vende linternas o cocina para sus hijos; mientras desfila en el pase final de todos los artistas, se obsesiona con que los tomates no se quemen en la sartén.
Y llegó el estreno. Había problemas con los trapecios. Un cable molestaba para el número de las cuerdas y el de los elefantes, pero los Fly Bells no podían cambiarlo. "Nos destensaría todos los trapecios".
Sale el presentador. Lo normal sería ver a un señor gordísimo con voz de tenor frustrado, bigote y botas rojas, que diría: "Señorasss y señoresss, ante ustedes el mayor espectáculo del mundo". Pero ése no es el estilo de Popey: rubio, más de un metro ochenta y figura atlética. El hijo del mítico payaso Gran Popey imita, canta y baila por el mismo precio. Cuando ve que un elefante suelta toda la mierda que puede en la pista, se oye la voz de Popey pidiendo que pare la música: "Aquí no hay trucos como en televisión; todo es real y sucede ante los ojos de ustedes aquí y ahora. ¡Esto es el circo!". De repente, 3.500 personas aplauden ante la cagada del paquidermo. Ése es el artista Popey, que sueña con ser otra vez payaso.
Debutó como tal con 19 años. Sustituyó a uno que no pudo ir, se vistió con la ropa del Gran Popey y las lágrimas le corrieron el maquillaje: su padre moría de cáncer por aquellas fechas.
Desde entonces, las payasadas le han dado para alimentar a sus tres hijos, alguno de ellos de edad escolar. Los niños son el gran problema. Pueden quedarse en casa con la madre o ir a los colegios de cada ciudad que visitan. Eso es lo que hace el domador de elefantes con Christian -ocho años- y Alex, de siete. Otros artistas no quieren eso: "El primer día, los demás niños les miran como a un bicho raro,
Y después, lo típico: 'Hoy nos va a contar nuestro nuevo amigo cómo son los payasos'. Así no aprenden, es un engaño".
Alex -italiano, esmoquin negro, calcetines blancos, la punta del zapatito escarbando en la tierra- cuenta su experiencia:
-En algunos colegios los niños se reíban de mí.
-¿Por qué?
-No lo sé. Se reíban. Pero a lo último, el que se reíba se ha hecho amigo mío.
El domingo, los hijos de Ángel Cristo visitaron a su padre. El menor, de poco más de diez años, charlaba con su tía en el puesto de salchichas. Cuando se escuchó la música y al presentador que anunciaba a Ángel Cristo, el chico se fue a la caravana del padre. "Siempre hace lo mismo", decía su tía Cristina, "cuando actúa el padre le dan como unos temblores y se encierra en la caravana". Ahora está pendiente de la música. Cuando deje de sonar, saldrá.
Para entonces, Jaime Sanchón, el ayuda de cámara del domador, habrá preparado al domador todos los detalles en su caravana. Sanchón atiende el teléfono portátil (pocos artistas lo tienen), le coloca la ropa, el plato con polvorones para las visitas, y limpia el árbol de Navidad.
Los artistas de vez en cuando entran en la caravana de Ángel Cristo, pero prefieren el bar de la esquina. Hasta allí llegan incluso los familiares que trabajan en otros circos.
-Que dice mi hermano que si vas a querer comprar su caravana que te decidas.
-Mira, dile a tu hermano que estoy harto de que me amenace. Que si le hace falta dinero, yo. se lo presto, pero ahora, sólo por eso, ya no se la compro.
-Me parece muy bien, te felicito. Pero a mi hermano no le hace falta ninguna que tú le prestes dinero. Para eso estoy yo.
Lo que amenazaba con pasar a mayores terminó con unos amistosos gorrazos, (los dos llevaban sombrero). Entonces, los trapecistas se convirtieron en el foco de las bromas. En vez de Bell Fly, alguien les llamo ' Cantinflas Fly, y otro les dijo Pescados Fly, "por su tendencia a caerse en las redes". Lo cierto es que en toda la semana, a pesar de hacer varios triples, ninguno de los mexicanos tocó la red.
Después fueron los artistas del Este el blanco de las críticas. Hablaban de ellos -refiriéndose a los de otros circos- como ladrones que cobran la mitad. Y de que, a pesar de ser muy buenos gimnastas, "son muy fríos, no llegan al público".
Los números del circo de Ángel Cristo, sin embargo, dejan boquiabiertos a los espectadores. Uno de los más impresionantes, aparte de los magníficos payasos, del gran equilibrista Ferreri, y las inolvidables Margot Sisters, es el de las dos hermanas que se elevan enganchadas a una cuerda por el cabello. Saben que, como consecuencia de ello, en unos años las arrugas prematuras les inundarán la cara. Quieren dejarlo pronto.
El lunes se suspendió la función de las cuatro y media por falta de espectadores. Pero a las siete y media hubo lleno. Los artistas suelen cobrar unas 30.000 pesetas por cada actuación (raras veces más de 60.000 al día). Los que tienen animales cobran más, y la comida de las fieras la paga el circo. Después, las chicas venden entre el público linternas y otros juguetes; de ellos se llevan un 10%. Con eso sólo ya pueden vivir (unas 2.000 o 3.000 pesetas diarias). Ningún artista sabe adónde va a ir cuando desmonten la carpa el 10 de enero. Tampoco les importa.
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