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Esopo esta en la calle Libertad

Cada miércoles, el grupo de narración Cuánto Cuento relata historias en un bar

Es un escenario pequeño. Sin telón ni bambalinas. Suficiente para que, entre una mesita y el piano de pared, pueda moverse holgado el cuentacuentos. El orador viste de calle, sin más disfraces que su voz los gestos y una técnica especial para contar historias inventadas, relatos contemporáneos o cuentos de toda la vida. Utiliza estrategias estudiadas para divertir al oyente, que, como si fuera víctima de un cierto encantamiento, sigue el relato con atención desde el momento en que se escucha el tradicional "érase que se era".

Son las 20.30 horas. "Margarita, te voy a contar un cuento". Cuánto Cuento es el nombre de este singular club de cuentistas que mantienen la trova de cada miércoles en el bar de Libertad, número 8.Sin menospreciar a Caperucita, Juan Sin Miedo, Los Tres Cerditos o El Príncipe Valiente, el grupo cultiva la sana actividad de relatar historias más adultas, textos de autores como Cortázar, Benedetti, Bradbury o García Márquez, alta literatura adaptada para ser oída. Una técnica que nuestras abuelas dominaban de forma natural y que tampoco exigen una titulación, aunque sí una pizca de gracia y cierto arrojo.

"No se trata de estudiar como para un examen", comenta Antonio González, maestro de ceremonias, "pero hay diferencias entre estos cuentos y los tradicionales en dos aspectos. No son para niños. No basta con decir la historia como si se leyera en voz alta. Hay que utilizar los gestos, moldear el texto para que resulte comprensible al ser contado y que el público visualice las palabras que salen por tu boca".

Transmisión oral

Todo comenzó hace sólo un par de años, cuando recaló en Madrid Francisco Garzón Céspedes, cubano residente en México, gran cuentista y autor de un libro editado por Juan Tamariz y titulado El arte escénico de contar cuentos. En sus talleres del Círculo de Bellas Artes fue contagiando a sus alumnos el virus de la cuentitis y, poco a poco, quienes al principio se conformaban con ser humildes oyentes, plantan cara y voz a la timidez para ser parte del hilo conductor por el que fluye la transmisión oral.No pueden vivir del cuento. "Nos conformamos con disfrutar, y esperar que con el tiempo... Esto es como la literatura. Para algunos es muy rentable, para otros no, pero no por ello dejan de escribir". Antonio González es sociólogo y trabaja en un banco.

Entre los esopos hay maestros, ingenieros o técnicos de marketing, como Elisa, que cada miércoles, cuando acaba su jornada laboral de "contar cuentas, echa mano a la memoria y se pone a contar cuentos". "No se trata tanto de ensayar como de conocer muy bien el relato y conseguir que el público te siga con el oído y la imaginación. Por eso es muy importante la mirada; hay que mirar siempre a quien te escucha. Por su cara sabes si hay comunicación. Naturalmente mi maestro fue Francisco Garzón".

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"Por definición, todos los narradores son unos cuentistas; nos sentirnos como personajes expulsados de los cuentos", explica Anselmo Sainz a sus oyentes, que siguen boquiabiertos la siguiente arenga: "Hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina... Porque en un momento dado, ella se torturaba los surgalios consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunio".

Tras el chiste, Anselmo continúa con sus relatos, "sugerencias de un minuto y medio". Concha Real se presenta como "la heredera del encanto de El Flautista de Hamelin ", y ella dirige sus historias a un público que aprovecha el menor hueco, sentándose hasta en el suelo, como niños grandes al menos por una noche. Así se siente una aficionada. "Vine un día y pienso repetir. Me parece muy tierno. Sí, como cuando éramos pequeños".

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