El entierro del niño atropellado en Vicálvaro se convierte en una manifestación contra la velocidad
"¿Ay! Que pongan lo que sea. Que no pase otra madre lo que yo estoy pasando". Francisca Moya gritaba ante el panteón que recibe a su hijo más pequeño, Víctor, de 11 años. Unos 300 vecinos de Vicálvaro, que han marchado a pie con ella hasta el cementerio de la Almudena, comparten lágrimas y dolor; también, rabia: Víctor, que salió corriendo en busca de un balón, ha sido el segundo niño muerto por atropello en tres meses en la calle de Villablanca.
Días de luto en este barrio obrero. Espontáneamente, o atendiendo la llamada de la asociación de vecinos, niños y mayores han pedido medidas para hacer cumplir a los automovilistas la limitación a 40 kilómetros por hora en la fatídica vía que comunica con Coslada.David, de 11 años, era uno de los 300 manifestantes que ayer por la mañana recorrieron en silencio los aproximadamente tres kilómetros que separan el lugar del atropello -ocurrido el sábado a mediodía- y el cementerio de La Almudena. Un . a despedida masiva para uno de los niños del barrio, muerto bajo las ruedas de un coche blanco sin identificar.
Cruce infantil
David cree que la desgracia también le habría podido ocurrir a él. Había estado jugando al fútbol el sábado por la mañana con Víctor Reboll Moya, a quien sus amigos llamaban P¡stacho. "Salí del polideportivo cinco minutos antes que él. Cuando un amigo me dijo lo que había pasado creí que era una broma. Luego, ya vi que no. Los conductores debían tener más respeto por los niños", dice.
Tomás Nuño, el entrenador de los alevines de Vicálvaro, también se ha sumado a la manifestación-entierro de su número 11, el delantero Víctor, que en su último partido no había marcado ningún gol. "Un sábado pueden cruzar la calle de Villablanca, rumbo al polideportivo, unos 130 chavales. Los discos sólo cambian si los pulsas y, aunque está limitada la velocidad a 40 kilómetros por hora, los coches van muy rápido", apunta.
La calle de Villablanca tiene cuatro semáforos, a unos 500 metros uno de otro. Sólo cambian si el peatón pulsa y espera unos 20 segundos, el mismo tiempo que luego permanece abierto. En el bulevar separador hay que repetir la operación y la espera. Dernasiada paciencia, quizá, para los niños. Si además, como Víctor, llevan un balón ajeno que se escapa a la calzada, la situación se vuelve peliaguda.
"Yo me subí a casa y empecé a llorar. Por el barrio los coches pasan muy deprisa y también han pillado a otros niños", añade Esteban Martín, compañero en la clase de sexto de Educación General Básica, donde ahora queda un pupitre vacío. "Si yo mandara, pondría guardías y pivotes o un puente! elevadizo", plantea. Blas Arias, de 14 años, tiene en la memoria la imagen de Víctor sobre el asfalto: "Los coches van demasiado rápido por el barrio", insiste.
Radar póstumo
Como Esteban o Blas, los mayores que se suman al duelo piden control de velocidad y que echen el guante al conductor que huyó después del atropello. "Recalque usted que la calle es muy peligrosa y que hay que hacer algo", pide María Gómez.
"Los conductores tenemos que concienciamos de que con el coche podemos matar", añade Miguel Ángel Sánchez.
Cmo si fuera un homenaje póstumo, poco después de iniciarse la manifestación de duelo, una patrulla de la Policía Municipal instalaba el radar en Villablanca. Llovían multas: los conductores con exceso de velocidad eran numerosos. "Estamos aquí muy a menudo", aseguraba un agente.
A la una de la tarde, el pequeño ataúd marrón llega a la sepultura. Eduardo Sánchez, de 11 años, está triste. Nunca había ido a un entierro, nunca había perdido a un compañero. Tampoco conoce aún aquella letra del cantautor belga Jacques Brel: "Si yo fuera Dios, no estaría muy satisfecho de mi mismo".
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