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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La casa de Windsor

HACE UNA semana, la revista Time preguntaba en su portada: "¿Es realmente necesaria la Monarquía?". Expresaba así con crudeza el dilema que de pronto angustia a los británicos: ¿sirve para algo la Corona? ¿O es inútil y cara y, por tanto, prescindible?Ha pasado la época en que un único y pintoresco diputado escocés se declaraba republicano en la Cámara de los Comunes y llamaba "señora Mountbatten" a la reina Isabel II. Ahora son muchos los británicos que se interrogan sobre la viabilidad de una fórmula constitucional que ha sido la suya desde hace más de un milenio y que es la representación tradicional de valores muy enraizados. El desencadenante de la crisis ha sido la historia de los escándalos de una familia que, en lugar de ser un estereotipo sonriente en una colección de sellos de correos, resulta que sufre, se divorcia, se enemista y duda, como ocurre con el resto de los mortales. La empresa -así se conoce popularmente a la realeza británica- ha dejado de ser un sólido grupo familiar emblemático del Estado.

Pero no son los problemas familiares, sino su exposición pública, lo que ha determinado esa fisura: la sinceridad con que algunos miembros de la familia han expuesto sus frustraciones, y el eco que ha obtenido. Con las llamas que han destruido Windsor han surgido las preguntas: ¿quién paga la cuenta de la restauración -10.000 millones de pesetas-? ¿Por qué debería hacerlo el Estado cuando la reina posee una de las mayores fortunas del mundo? Y ¿por qué no paga ella impuestos como cualquier ciudadano?

El sistema monárquico puesto al desnudo resiste difícilmente el análisis o el test de la democracia: su origen, fundamento y justificación se compatibilizan mal con el funcionamiento de la sociedad libre y desarrollada del siglo XXI. Su verdadera justificación como instrumento social y político se encuentra en la simbología ejemplificadora de la Corona o en su utilidad como poder moderador o superador de tensiones: sólo entonces se refuerza el consenso continuado sobre el que descansa. Un instrumento así debe hacer un constante esfuerzo de aggiornamento. En esa dirección cabe seguramente considerar el llamamiento de Isabel II para que se abra un debate sobre el futuro de la Monarquía en el Reino Unido.

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