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Salvador Gayarre, arquitecto

La muerte, ayer, de Salvador Gayarre Ruiz de Galarreta corta en seco la carrera de un arquitecto comprometido. Creía apasionadamente no ya en su profesión, sino, sobre todo, en su concepto personal de la armonía del cemento, la piedra, el cristal, y la inteligencia y el encaje de todo en un entorno racional. Su trabajo nunca suscitó indiferencia. Discípulo de Rafael Leoz, en cierto modo tuvo de los edificios que diseñaba el mismo concepto que tiene Eduardo Chillida de los módulos que esculpe: la solidez serena del equilibrio, la voluntad férrea de los elementos, la utilidad final de los componentes.El edificio madrileño de IBM (que él describía como "un rascacielos inteligente y acostado") la ampliación del Senado (siempre defendida apasionadamente por él), una manzana en León, una urbanización en la costa mediterránea, los planos de una Embajada de España que nunca llegó, a construirse en Kuwait. Todo llevaba su impronta elegante de paredes desnudas y grandes extensiones por las que pasear sin sorpresa la mirada.

Esa misma elegancia, esa misma apasionada vitalidad, ese mismo compromiso, los aplicó en su vida personal, con los que quería,y con los que burlonamente despreciaba. Nunca nadie pudo convencerle de que dejara de querer a alguien o de que se apeara de sus feroces convicciones liberales. Tenía el corazón tan grande que al final le reventó dentro.

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