Elogio de un alemán
Recuerdo un programa de televisión en el que el filósofo VIadímir Jankélévitch dio rienda suelta a sus resentimientos con respecto a Alemania. Con su virtuoso manejo de una vehemencia cautivadora y de una erudición patética, declaraba que le era imposible perdonar a los nazis, y, por tanto, al pueblo alemán que había aceptado ese régimen. Estaba harto de que le calentaran la cabeza con el genio de Alemania. Para él, se había acabado. Había roto con todo lo alemán. Aquel filósofo musicólogo pretendía romper con la nación de los filósofos y de los músicos. Puede que otros perdonaran algún día, sus hijos o sus nietos, ¿quién sabe? Pero que no contaran con él, ni para olvidar, por supuesto, ni para reconciliarse. A fin de cuentas, por qué añorar tanto a Wagner en el país de Ravel, a Hegel en el país de Sergson. Había que refugiarse en la Europa latina y rehabilitar, por ejemplo, al gran español Baltasar Gracián o al gran italiano Vico.Después de este programa, llamé por teléfono a Jankélévitch. Para expresar mi desacuerdo, mezclado con admiración y comprensión, le pregunté: "Si un Willy Brandt se entera de lo que usted ha dicho, imagínese su reacción". Después de un silencio, me dijo simplemente que le ponía en un aprieto. No creo que este aprieto le haya hecho cambiar de idea, ni de actitud. Pero el ejemplo, la trayectoria, las declaraciones de este alemán, se lo imponían. Brandt no era el único. Sabemos que ha habido alemanes que han opuesto resistencia a los nazis. Después de todo, Jankélévitch habría podido pensar en los exiliados. En los grandes, como Thomas Mann, y en otros mucho más oscuros. Pero es cierto que Brandt, cuya desaparición sobrecoge a millones de personas con una emoción tan poco frecuente, se decidió un día, a los 19 años, sin dudarlo, a tomar las armas contra lo más alemán que hay en Alemania: el ejército.
Muchos oficiales y soldados, que no eran nazis en absoluto, creyeron que el patriotismo consistía, como en 1870 y en 1914, en responder a la llamada de la patria. Brandt fue de los que tomaron la decisión, increíble para un alemán, de considerar enemigos a los suyos y contribuir a la derrota del ejército de su país. Como es sabido, eso es algo que ni siquiera hoy se le perdona en ciertos ambientes nada sospechosos de nazismo. No obstante, fue él -junto con otros, pero él el más ilustre- quien, a ojos de los que entonces éramos jóvenes, devolvió a Alemania su dignidad.
Y cuando ese mismo Willy Brandt, que no era responsable de nada, se arrodilló en los peldaños del monumento conmemorativo del gueto de Varsovia para implorar perdón por faltas que no había cometido, ya sí podíamos estar de acuerdo con Jankélévitch. Porque, al pedir perdón, Brandt volvía a ser alemán, volvía a ponerse voluntariamente el uniforme de los culpables. Inocente en la resistencia, se autoexcluyó de su país. Quiso, por tanto, ser pecador para así volver a convertirse en alemán y reclamar el perdón para su patria rehabilitada.
El resto es conocido, y en todas partes lo recuerdan. Pero no es irrelevante que el artífice de la rehabilitación sea un socialdemócrata. De los que han sido constantemente perseguidos en Alemania, tanto por los nazis como por los comunistas. De los que se liberaron del marxismo en el famoso congreso de Bad Godesberg, en 1961. De los que, en España, optaron por ayudar al joven socialista Felipe González, en detrimento del comunista Santiago Carrillo. De los que lo dieron todo para que la revolución portuguesa no fuera confiscada por los estalinistas. Pierre Mendès France quedó impresionado por la actitud de Willy Brandt a favor de la ostpolitik. Mendès France previó que, lejos de consolidar el régimen estalinista de Alemania del Este, la ostpolitik de Brandt permitiría fortalecer la resistencia anticomunista, gracias a los intercambios y a la circulación más libre de productos y personas. Pero, al fin y al cabo, muchos políticos alemanes han tenido, en todos estos puntos, actitudes irreprochables. El compromiso inicial es lo que transfigura a un Willy Brandt.
Jean Daniel es director de Le Nouvel Observateur.
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