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Tribuna:
Tribuna
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A por todas

Ahora lo comprendo. He tardado 10 años en descubrirlo, pero más se tardó en conseguir la penicilina. Cuando Felipe González insinúa que se va, que deja la presidencia del Gobierno, no nos exterioriza una oculta depresión, ni nos amenaza a nosotros, ni a sí mismo. Hay amenaza, pero dirigida a su propio partido: o me dejáis hacer la política que considero que debo hacer o me voy. ¿Qué pueden oponerle? ¿Qué sería de este partido sin el poder político, aglutinado de la noche a la mañana para conseguirlo y mantenerlo? Felipe González no está atado, el que está atado es el partido, y muy dramáticamente los que más a disgusto puedan sentirse porque sus exposiciones políticas no las refleja el Gobierno, pero consideran que no hay otra opción que la del llamado partido "del Gobierno".Se comprueba que ha sido, es, será, partido "del Gobierno", no de gobierno. Aquí gobierna una cúpula asesorada por centros de decisión internacional, de carácter económico y estratégico, y todo ello, bajo la cubierta ideológica del bien común, como casi siempre. A su favor, que son elegidos por sufragio universal y que a veces, entre el prostituido principio del bien común y sus raíces éticas e ideológicas, estos chicos del Gobierno enseñan restos de la arqueología de su finalidad histórica transformadora. Entre la retórica cínica y la falsa conciencia, pasando por la mala, adecuarán su discurso al chantaje repetido del caudillo democrático porque, como en su día dijo Rodríguez de la Borbolla, especular con el liderazgo de Felipe González es como jugar con las cosas de comer.

A poco que liguen liderazgo inevitable, Maastricht como panacea y 1997 como nueva frontera, una vez vista para sentencia la de 1992, ¿a que vuelven a conseguir la mayoría absoluta y en cualquier caso absolutoria?

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