_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La vía de la psicoterapia

La campaña electoral para elegir un, nuevo presidente de Estados Unidos está repleta de declaraciones sorprendentemente abiertas sobre crisis personales, conflictos maritales, problemas de drogadicción o búsqueda de uno mismo. Tanto el candidato demócrata, Bill Clinton, como su compañero para la vicepresidencia, Al Gore, han reconocido espontáneamente y sin ambages haber escogido la vía de la psicoterapia para resolver sus dificultades personales. Clinton recurrió al diván para poder sobrellevar la adicción a la cocaína de su hermano y el alcoholismo de su padrastro, mientras que Gore acudió con su esposa al psiquiatra para superar el fuerte trauma emocional ocasionado por el atropello de su hijo por un camión, hace tres años. Ambos jóvenes pretendientes al timón norteamericano han afirmado públicamente, con convicción y entusiasmo, los efectos saludables y curativos de sus experiencias psicoterapéuticas.Parece, pues, que, a diferencia de los políticos de antaño, quienes se vanagloriaban de sus proezas en el campo de batalla para demostrar ante el electorado su solidez de carácter, los estadistas de hoy comienzan a alardear de otro tipo de heroísmo, de una prueba de fuego diferente: haberse enfrentado a sus conflictos emocionales y a las dificultades que la vida les ha planteado.

Es evidente que existe un abismo entre la atmósfera de tabú y de rechazo que hace unos años rodeaba a la ayuda psicológica y el clima de aceptación e interés que disfruta la psicoterapia en la actualidad. La mera alusión a haber visitado a un psiquiatra constituía antaño una prueba incuestionable de locura, o cuando menos un estigma irrefutable de debilidad y de fracaso personal, y, en el caso de los políticos, un motivo suficiente para eliminar cualquier posibilidad de éxito en las urnas.

Un reflejo de la mayor aceptación actual de la psicoterapia es el crecimiento extraordinario que ha experimentado el campo de la salud mental en los países industrializados de Occidente. En Norteamérica, por ejemplo, en los últimos cinco años el número de psiquiatras ha crecido de 33.000 a 37.000, los psicólogos han aumentado de 32.000 a 44.000, y los consejeros matrimoniales se han multiplicado de 28.000 a 43.000. La concentración de estos especialistas es particularmente alta en las grandes urbes, donde se calcula que el 15% de la población sufre trastornos emocionales receptivos a la psicoterapia, y se acude sin reparos al médico de la mente para abordar dilemas existenciales, aclarar dudas vocacionales, resolver desavenencias interpersonales o mitigar leves estados de descontento. Sólo en el barrio más céntrico de Nueva York, Manhattan, se encuentran registrados casi 3.000 psiquiatras activos en la práctica de la psicoterapia o del psicoanálisis.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Sin embargo, el auge en la popularidad del remedio psiquiátrico, también ha ido acompañado por actitudes contrapuestas y una intensa ambivalencia hacia el terapeuta. Los psiquiatras en particular sufren de una imagen pública profundamente mixta que quizá constata su doble herencia de la religión y de la medicina. Unas veces se les idealiza como figuras paternas o maternas llenas de sabiduría y de comprensión, siempre dispuestos a ayudar en tiempos difíciles, a proveer apoyo incondicional. Otras veces se les desprecia como hechiceros o charlatanes que prometen mucho, pero rinden poco, o se les teme, se les atribuyen poderes, tan mágicos como malévolos, para influenciar la conducta ajena, o para leer lo más recóndito del pensamiento y descubrir los deseos humanos más secretos, primitivos y vergonzosos.

De hecho, a los ojos de Hollywood la consulta del psiquiatra ya no es sólo el templo inviolable de la terapia del espíritu, sino que además se ha convertido en un escenario para el sexo pasional, las aventuras truculentas o para el crimen diabólico. Varias películas recientes de gran éxito, como Análisis final, El príncipe de las mareas, Instinto básico y El silencio de los corderos, dramatizan crudamente la intrincada identidad del alienista de hoy.

Aunque se han identificado cerca de 400 escuelas diferentes de psicoterapia, las terapias de orientación psicodinámica o psicoanalítica son las mas extendidas. Con raíces en la obra de Sigmund Freud de principios de siglo, estas psicoterapias han adoptado a lo largo de los años una visión más optimista y flexible del ser humano y un concepto más igualitario de los dos sexos. La premisa fundamental de este modelo es que todas las personas son esencialmente buenas, pero utilizan solamente una pequeña parte de su potencial de productividad, de realización y de felicidad. Entre las causas de este problema se incluyen la poderosa influencia del inconsciente sobre el comportamiento humano, la falta de conocimiento del individuo sobre las verdaderas motivaciones de sus actos, las experiencias dolorosas o aterradoras infantiles u otros traumas posteriores, y la angustia que producen ciertos dilemas existenciales como la inevitabilidad de la muerte.

Hoy, la práctica de la psicoterapia es variada, compleja y requiere años de preparación. El objetivo del tratamiento no es sólo aliviar el síntoma patológico concreto, sino también cambiar aspectos más abstractos de la persona, como rasgos perniciosos del carácter, actitudes problemáticas que interfieren con el goce de las relaciones personales o el trabajo, o hábitos nocivos que fomentan la desmoralización.

Implícitos en la misión de la psicoterapia sé encuentran los principios que exaltan, por un lado, la racionalidad, el autocontrol y la disciplina, y, por otro, la introspección y el análisis honesto y objetivo de *lasideas, las emociones, los deseos y los conflictos. En otras palabras, los viejos valores socráticos de "conócete a ti mismo" o "la verdad te hará libre".

La psicoterapia nos empuja a aceptar la responsabilidad de nuestras dificultades, fomenta en nosotros la seguridad, la autoestima y la independencia y, sobre todo, ayuda a encontrar explicaciones -generalmente desprovistas de sentido religioso- de uno mismo y de la ecología psicosocial que nos rodea. Como sugiere el psiquiatra estadounidense Jerome D. Frank, la necesidad del ser humano de tener en todo momento una explicación del mundo en el que se vive es tan fundamental como la necesidad de alimentos o de agua. De la misma forma que la naturaleza detesta el vacuo físico, la mente humana aborrece el vacío que produce la falta de significado o de sentido de las cosas.

La vía de la psicoterapia se ha convertido sin duda en un método atractivo y eficaz para abordar muchos de los conflictos y problemas personales típicos del hombre y la mujer de nuestro tiempo. Un ejemplo indiscutible son Bill Clinton y Al Gore, estos jóvenes políticos que en su campaña electoral han declarado sin reparos haberse beneficiado de ella y, al igual que las cuatro verdades nobles, nos recuerdan que la vida es irremediablemente difícil, pero las dificultades de la existencia se pueden superar si reconocemos sus causas y vencemos los obstáculos que se interponen en nuestro camino.

Luis Rojas Marcos es psiquiatra y comisario de los Servicios de Salud. Mental de la ciudad de Nueva York.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_