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Tragicomedia de errores

América es un continente de errores. Unas veces cometidos como tragedia, otras como comedia, las más veces como tragicomedia. Todo comenzó la alborada del 12 de octubre de 1492, que algunos escriben 1942 en error. Pero Colón no descubrió América. Descubrió una isla, un islote, un cayo que llamó San Salvador, pero que, en un paso de la geografía a la utopía, ha desaparecido de los mapas (como la Unión Soviética ahora).¿Dónde está? ¿Es la isla Watling la salvatierra del Almirante, la "¡tierra!" histórica? ¿Dónde queda la Guanahaní de los indios, que de nativos pasan a llamarse así por error del descubridor y de los descubiertos? ¿Qué somos, indios o indígenas? Colón los llamó primeramente "gente desnuda", que quiere decir que no estaban vestidos como los españoles entonces. Aunque la turbación dio lugar a la masturbación y después al coito corito con las, es un decir, indias. En Cuba, el descubridor descubriría a indígenas que se "bañaban mucho" y que fornicaban en descampados, y eran "hombre con hombre y, a veces, ambos con una hembra". Azorado Colón, que no era aún un hombre del Renacimiento por la simple razón de que el fin del Medievo era sólo una aspiración histórica, ilustrada mejor por un cartón del viejo Punch.

Hay un labrador vestido a la manera de Brueghel junto a su arado detenido en el espacio. A lo lejos se ve una aldea, una iglesia y un castillo. Viene a ver al labrador un villano sonriente, como todos los villanos, que le dice: "¿Te enteraste, mi viejo? Hoy termina la Edad Media".

Colón, si esa isla no hubiera sido flotante, habría podido decirlo en la playa de Guanahaní a su segundo, Martín Alonso Pinzón. No dijo nada porque no se hablaban desde aquel incidente a bordo de la Santa María. Es curioso que las dos versiones del viaje (la de Colón y su copista Las Casas) omiten ese momento llamado después auroral. Cuando Colón pisa tierra primero y se arrodilla a dar gracias a Dios traía a Cristo (al Almirante le gustaba firmarse después "Cristoferens", portador del Hijo y de paso del Espíritu Santo) a América, pero no se dio cuenta de que acababa de importar la historia como la estela del mal y del bien. Esos indios de estas islas vivían de veras en el paraíso. Pronto, al vestirlos el pudoroso navegante,, perderían, antes que nada, su inocencia. No más baños en el mar, no más fornicación en la playa. Estas islas no serán inocentes, pero serán decentes.

Colón descubrió América, pero no descubrió Cuba. Ya los, indios, después de aceptar su nueva nacionalidad, de isla que se desvanecería tan pronto le diera nombre el Almirante de la mar océana (noble nuevo), le hablaron de Cuba y la señalaron con sus dedos indios (apuntando) más allá del horizonte: "Cuba". Colón no entendió: era nuevo en el idioma aborigen y su intérprete, Luis de Torres (que hablaba latín y griego y árabe y arameo, este último idioma en caso de que hubiera que hablar con Dios como hizo Cristo), no sirvió de mucho. "Cuba", repitió el casi cacique. "Cu-ba". "Cu-ba", dijo Colón, y creó de paso un refrán francés obsceno: "A Cuba il n'y'a pas de cacao", que no conocería hasta 10 años después, en su cuarto viaje. Cuando tomó un europeo chocolate por primera vez. Colón, que amaba la miel, lo rechazó por amargo.

Según la leyenda (a la que hay que creer más que a la historia), Colón desembarcó el domingo 28 de octubre por el puerto de Gibara, al que llamó Río de Mares.

Dice el diario de a bordo: "Dice el Almirante que nunca tan hermosa cosa vido". El Almirante repetiría esta frase en el futuro en otras islas. Pero ¿no notan nada extraño? "Dice el Almirante", Y lo que leemos es su diario. Colón fue siempre altanero, y conocemos el plural de majestad que tanto usaba la reina Victoria ("We are not amused", era su frase famosa: no nos divierte), pero ésta es una tercera persona del singular. "Dice el Almirante", pero no es el Almirante el que dice. Dice de hecho el padre Las Casas que al copiar el diario de Colón por afán fiel comete una infidelidad mayúscula: convierte, en su prosa de copia, a Cristóbal Colón en "Cristóbal Colón", un personaje que al partir escribe: "Partimos viernes 3 días de agosto de 1492", pero en América , cuando aún no era América, se transforma en un personaje de su diario, y su diario, a su vez, en una novela de aventuras: en la primera novela americana. ¿O habría que decir colombina?

Otras cosas ocurrieron casi al mismo tiempo: " ... y llegó a dos casas (aquí hay tres casas contando con el narrador), en una de las cuales halló un perro que nunca ladró". Aquí comienzan, no más desembarcar, los milagros y las maravillas que encontró Colón en los dos reinos, el animal y el vegetal. "Dice", segunda vez, "que es aquélla la isla más hermosa que ojos humanos hayan visto". Gracias. Pero debo hacer una interpolación. ¿Cómo sabía Colón o el narrador que estaba en una isla? Siempre insistió que Cuba era tierra firme. Hay un mapa, hecho antes de 1502, cuando Colón estaba vivo y viajaba, que está hecho por un árbitro de hallazgos y presenta a Cuba, en el mismo mapa, como una isla y como parte del continente contiguo. No en balde Cuba ha tratado, cinco siglos, después, de dominar al continente.

Gracias a De Torres, que en unos días había aprendido taíno, los indios le dicen al Almirante que "en aquella isla había minas de oro y perlas". Es obvio que los indios, en menos tiempo que De Torres, habían aprendido a hablar con lengua bífida. Uno de los indios, obviamente versado en Il milione, que había leído a Marco Polo en su italiano original, le dice al otro italiano que por allí (señalando) quedaba la tierra del Gran Kan. Colón se excitó sobremanera y, olvidándose de que había llamado a Guanahaní por el nombre más español (es decir, más apto) de San Salvador, llama al río San Salvador.

Además de esta confusión onomástica había un problema taxonómico. Los indios ya habladores y más tarde en La Habana hablaneros repetían: "¡Cubanacán, Cubanacán!", y no hablaban del can, grande o pequeño, sino del cantro de Cuba, en taíno Cubanacán. Colón, sin embargo, decidió partir hacia la "tierra donde nace el oro". Aparentemente, un indio le había dicho que por allá el oro se daba en pepitas. Quería decir escaso, pero el Almirante. entendió que eran semillas del árbol del oro. Este indio, es obvio, era un loro.

En Gibara volvió el Almirante a encontrar "perros que jamás ladraban". Estos curiosos canes no podían entrar en coloquio como quiso Cervantes, pero, lo que es más curioso, no se encontraron después por ninguna parte en Cuba. Aunque Las Casas, en una interpolación desaforada, aclara: "Si no está corrupta la letra de donde trasladé esto". Esta "dudosa versión del filántropo" (como lo llama Borges en su Historia universal de la infamia), que todavía no ha recomendado al emperador Carlos V que traiga negros a aliviar la labor de los indios, en otras páginas del diario se hace a la vez autor y crítico y se niega a repetir la jerigonza del Almirante y declara en un exabrupto: "¡Esto no hay Dios que lo entienda!". Lo que convierte al diario en una obra maestra posmodernista.

Fue en Gibara donde ocupé un día el mismo espacio que Colón, pero en otro tiempo (nací allí y allí viví hasta 1941), que Colón confundió al moro con el oro. El Almirante dijo "que había de trabajar de ir al Gran Kan, que pensaba que estaba por allí, o la ciudad de Catay". Ese error era una obsesión. Pero luego vino Rodrigo de Jerez (pocos saben cuánto le debe el mundo a los Rodrigos: el de Triana fue el que primero vio el Nuevo Mundo desde la cofa, ¡qué cosa!), junto con Luis de Torres, converso, y conversó con Colón. De Torres y De Triana habían hallado "por el camino mucha gente que atravesaba sus pueblos, mujeres y hombres con un tizón en la boca". El dúo dudoso había encontrado por primera, vez en la historia escrita ni más ni menos que fumadores: gente con un

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puro en la boca. Tanto insistió el de Triana, "que había nacido en Ayamonte", que el Almirante viera a los "hombres que eran chimeneas que caminan" que Colón bajó a tierra a verlos fumar. Se encontró con el cacique de Gibara, que, como yo ahora, tenía un ur-habano urbano en la boca. El cacique, civilizado, como todos los hombres que fuman, saludó a Colón con una mano y su cigarro en la otra. El Almirante, admirante, miró al cacique con plumas, y la ocasión la describe el Cucalambé cuatro siglos después: "Con un cocuyo en la mano / y un gran tabaco en la boca, / estaba un indio cubano / sentado sobre una roca". Colón, al verlo adornado, le preguntó enseguida por el oro. "Sin desdoro". El cacique lo oyó como quien oye llover en el trópico, echó una chupada a su tabaco y con un gesto gentil lo ofreció al Almirante, que tomó la ofrenda con mano curiosa, la acercó no a su boca, sino a sus ojos, para mirar aquella cosa que ardía,"que era tizón y bocado al mismo tiempo. Por un momento la llevó a sus labios por salva sea la parte equivocada, con el carbón a la inversa. Sintió el calor local en el calor del trópico, alargó la mano con el cigarro (que era cohíba para el indio) y la tendió al cacique pacífico, para decirle: "¿Le importaría si no fumo?".

Colón, por la codicia del oro, acababa de ver y tener en la mano el oro vegetal, que todavía hace ricos a fabricantes y fumadores, y lo repudió por error. Que es la palabra más apta para el Nuevo Mundo: descubierto por error, recorrido en error, llamado en error de errores América, ese continente cuyo contenido es, todavía, un error mayúsculo. Debía haberse llamado, como toda utopía, con euforia, Erroría.

G. Cabrera Infante 1992.

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