Entre la prudencia y la temeridad
Durante la guerra del Golfo, y especialmente en los meses posteriores a la misma, analistas y políticos coincidieron en señalar los riesgos y perversidades del comercio de armamentos, una actividad escasamente controlada y profusamente estimulada por un reducido grupo de países.El caso de Irak, con su inmenso arsenal adquirido sin trabas en la URSS y varios países occidentales a lo largo de dos décadas, puso de manifiesto la irresponsabilidad de quienes organizan y fomentan este negocio de -características tan particulares. En aquel momento, hace ahora un par de años, a algunos incluso nos dio la impresión de que el drama de la guerra serviría de lección para los Gobiernos mas implicados en este comercio. Las declaraciones de, buena voluntad y propósito de enmienda de algunos jefes de Gobierno nos hicieron abrigar la esperanza de un cambio de actitud sobre el tema.
Antes de terminar el año 1990, sin embargo, se desvanecía por completo cualquier optimismo sobre una disminución de las exportaciones de armas. La guerra del Golfo sirvió más bien para dinamizar este, comercio, eso sí, un poquitín más selectivamente, pero sin que los exportadores intuyeran siquiera las inevitables consecuencias negativas de la prosecución de la política tradicional de exportaciones, y en particular las dirigidas hacia Oriente Próximo. Desde agosto de 1990 hasta junio de 1991, por ejemplo, Estados Unidos firmó nuevos contratos con Bahrein, Egipto, Israel, Arabia Saudí y los Emiratos por valor de 13.200 millones de dólares, 9.900 de los cuales con Arabia Saudí. En el año fiscal de 1991, EE UU negoció ventas a la zona por un valor superior a los 24.000 millones de dólares, de los que 16.021 corresponden a contratos con Arabia Saudí, 2.956 con Egipto y 2.562 con Israel. Un bocado muy apetecible para la industria militar norteamericana.
Hace sólo unos días, el presidente Bush ha anunciado la venta de 72 aviones F-15 a Arabia Saudí, valorados en unos 5.000 millones de dólares, de, 150 F-16 para Taiwan, cuyo coste asciende a 6.000 millones de dólares. Una vez más, como siempre, han sido argumentos económicos (la defensa de los puestos de trabajo de la industria aeronáutica estadounidense) los que han prevalecido sobre cualquier otra consideración política o de seguridad. Continúa dominando la lógica del beneficio a corto plazo, aunque sea a costa de aumentar la inseguridad de los demás y de bloquear cualquier proyecto de desarme en el polvorín de Oriente Próximo.
Los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas
acapararon, en 1991, el 81,6% de las exportaciones mundiales de armas pesadas, por lo que tienen también una mayor res ponsabilidad en cuanto a su control. Para calmar su mala conciencia, en julio de 1991 firmaron un breve documento con unas normas generales de comportamiento sobre el tema. En el primer párrafo hacían notar muy sabiamente Ios peligros asociados con un excesivo crecimiento de las capacidades mi litares", y se reafirmaban en que "no hay que transferir armas convencionales en circunstancias que puedan mermar la estabilidad". En el segundo párrafo mencionaban la "necesidad de actuar urgentemente en la zona de Oriente Próximo", también con un criterio muy razonable.
Pero en el tercero hablaban ya del indiscutible "derecho a la defensa propia y el consiguiente derecho a dotarse de los medios necesarios para defenderse", dando rienda suelta al intercambio de armamentos sin límites aparentes, puesto que no se resuelve la cuestión de quién está capacitado para advertir que se han sobrepasado los techos razonables de capacidad militar, a partir de los cuales aumenta la inestabilidad. Atendiendo a su vocación exportadora de armamentos, más vale, en cualquier caso, que no sea el. propio Consejo de Seguridad quien asuma esta responsabilidad. Las ventas señaladas anteriormente y el duelo franconorteamericano para ver quién vende más cazas a Taiwan confirma esta sospecha.
Aunque imperfecta, limitada e insuficiente, la estadística continúa siendo uno de los instrumentos de referencia para calibrar las diferencias, los límites y las barreras entre lo prudente, lo arriesgado y lo temerario, tanto - para quienes fabrican y venden armas como para quienes las compran y acumulan.
La Agencia de Control de Armamentos y Desarme (ACDA) del Gobierno de Estados Unidos incluye en su informe de 1,990 unas interesantes listas sobre gastos militares y comercio de armamentos, muy útiles para aquellos Gobiernos, si los hubiere, que estén dispuestos a elaborar una política preventiva en el comercio armamentista.
Si consideramos cinco porcentajes significativos de militarización (gastos militares superiores al 10% del PIB, gastos
,militares por encima del 30% del presupuesto gubernamental, más de 20 soldados por 1.000 habitantes, exportaciones de armamento superiores al 5% del total de exportaciones del país, e importaciones de armas superiores al 20% del total de importaciones), tres países figurarían en esta lista con cuatro estrellas (Corea del Norte, Yemen y Siria), otros nueve con tres estrellas (Irak, Omán, Arabia Saudí, Etiopía, Israel, URSS, Camboya, Vietnam y Nicaragua) y otros siete con dos estrellas (Qatar, Libia, Jordania, Angola, Afganistán, Emiratos y Laos). Finalmente, 18 países se hacen acreditativos de una estrella. En total, 35 países.
Evidentemente, ni todas estas estadísticas son precisas e imparciales (una de sus fuentes es la misma CIA), ni todos los militarismos se traducen en indicadores estadísticos escandalosos. Así, por ejemplo, aunque Tailandia no figure entre los 35, es igualmente temerario y lamentable que España fabrique y le exporte un portaaviones, por la sencilla razón de que no es en absoluto necesario para su seguridad *
A pesar de ello, los índices mencionados constituyen un sistema de alerta sobre los países que han sobrepasado, por una u otra, los límites de lo razonable. Proseguir con la venta de armamentos hacia estos países, aunque coyunturalmente sean aliados o amigos, sólo conducirá a reforzar las adicciones del pasado y legitimar rearmes regionales de consecuencias bien conocidas. El control de las exportaciones de armamentos convencionales, por tanto, sólo será posible cuando los exportadores se convenzan de la necesidad de poner límites al volumen de este comercio, atiendan los avisos de alerta comentados, reconviertan las industrias del sector y, en coherencia, tengan la firme voluntad de reducir sus propias exportaciones.
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