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Cobardía

Aquellos guerreros que regresaron de Troya victoriosos, cuyas hazañas cantaron los poetas de Argos, eran los cobardes que se habían agachado cuando pasa ban las flechas por encima de su cabeza. Volvían a Roma por la vía Apia los soldados que habían sobrevivido a batallas resonantes y el pueblo los aclamaba como vencedores sin exigirles que explicaran por qué se habían libra do de la muerte. Los valientes habían caído. Los pusilánimes ahora los suplantaban en el desfile de la victoria y después en tiempos de paz se dedicaban a engendrar nuevos héroes para otras guerras que también morirían a una edad muy temprana sin descendencia a causa de su arrojo. La cobardía es el mejor método para llegar a la vejez. Este principio sirve igualmente para los animales. Entras de noche en la cocina y sorprendes a varias cucarachas. Consigues aplastar a dos de ellas, las cuales ya no cuentan. Sólo se van a reproducir las que lograron esconderse. Gracias a esa huida la especie seguirá adelante y esa gesta será vitoreada por el pueblo de las cucarachas, pero cada día resulta más difícil huir, tanto a las personas como a los animales. Nuevos ataques nos persiguen hasta el último rincón y ya no se trata de esquivar la lanza de Héctor y la espada de Escipión, sino de evitar la ponzoña del aire, la ensaladilla del restaurante, las amenazas morales, la persecución del fisco, las pestes genitales, el agujero en la capa de ozono, el navajero de la esquina, las bombas de Sarajevo. ¿Cómo podría uno agazaparse en la trinchera ante este cúmulo de acometidas dispares para desfilar después como vencedor? Se necesita pertenecer a la mejor raza de los cobardes. Sobrevivir es una obligación, dado que la muerte se ha puesto tan barata. Si un día los guerreros que supieron hurtarse a los dardos del enemigo fueron saludados como héroes por la plebe al regresar a Roma, también si aprendes a huir a tiempo en el futuro serás celebrado como una persona honesta y fuerte. Nadie dirá que eres un traidor, sino un viejo honorable.

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