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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El torpedo Perot

CUANDO, A mediados de julio, Ross Perot declaró que no sería candidato a la presidencia de Estados Unidos, sus posibles votantes se sintieron defraudados. Su anuncio, a un mes de las elecciones, de que finalmente será el tercer aspirante a la Casa Blanca no ha producido la oleada de entusiasmo popular que esperaba. Una encuesta realizada inmediatamente después del anuncio indica que sólo un 7% de los norteamericanos se disponen a votar por él, lo que representa un notable descenso de popularidad respecto del 30% de intención de voto que alcanzó a principio de verano. En aquel momento, Perot estaba emparejado con los otros dos candidatos; ahora no tiene una sola oportunidad de triunfo.Esto quiere decir que en el mes que falta de campaña Perot se va a gastar muchos millones de dólares de su bolsillo absolutamente para nada. Ideológicamente, su programa, ahora llamado United we stand (frase de doble sentido que quiere decir "estamos unidos" y "representamos" a América), no se ha enriquecido en absoluto. Sus ideas contienen la misma mezcla de populismo, demagogia y severidad huera que antes. La única diferencia está no en la virulencia con que Perot ataca los blandos programas económicos de Bush y de Clinton, sino en cómo esta virulencia pone al descubierto la superficialidad de éstos.

Pero además, el problema para Perot es que el patriotismo de que hace gala y su orgullo al presentarse como encarnación del sueño americano -el triunfo sin la ayuda de nadie- han resistido mal un doble arsenal de críticas: por una parte, que su campana para rescatar a los prisioneros de guerra estadounidenses en Vietnam enmascaró la firma de enjundiosos contratos con las autoridades de ese país, y por otra, que su extraordinario enriquecimiento se debió a contratos conseguidos en el Pentágono gracias a sus amistades en las altas esferas de la Administración de Nixon.

Por el contrario, su entrada en liza contribuye a complicar un panorama electoral que había entrado en su tramo final y que empezaba a dar la sensación de que no depararía más angustias que la del tamaño de la victoria del candidato demócrata. De pronto, con el regreso de Perot, la ventaja de Clinton sobre Bush, que se había mantenido estable en tomo al 20% durante todo el verano, se redujo al 17%, al 15% y hasta al 9%, dependiendo de quién hacía las encuestas. Parecía claro que los perotistas, que en julio se habían decantado casi a partes iguales por Clinton y por Bush, abandonaban más al candidato demócrata que al republicano. Era la parroquia perotista que había engrosado el ala derecha de los demócratas la que volvía a refugiarse en su campo de origen, aunque, a juzgar por las primeras encuestas, en mucha menor proporción de lo esperado. Es cierto que la satisfacción en las filas de Bush era el pasado viernes claramente perceptible, casi como si se tratara de un triunfo estratégico de James Baker, el ex secretario de Estado que ahora dirige la campaña republicana. Pero el efecto del fenómeno Perot está siendo, en su regreso, menos claro de lo que se anticipaba: ha sido como soltar en las turbulentas aguas de la política norteamericana un torpedo sin compás. Hasta el final no se sabrá a quién hundirá.

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