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Michel lanza la goleada madridista

Santiago Segurola

El peor de los partidos lo salva Michel. Si se encuentra en estado de gracia lo eleva a la categoría de arte. Le basta una mirada, un toque y el remate magnífico, o el pase, o una de sus plátanos incomparables. Levanta el juego en un instante: es un futbolista magistral. En cambio, los jugadores de medio pelo pueden tener la pelota todo el encuentro y llevársela a casa si se ponen cabezones. Nada ocurrirá. En el Madrid hay unos cuantos de ésos ahora mismo. Existe un desequilibrio cada vez más notable entre la gente con recursos y la tropa de zapadores, aunque algunos toman nota y parece que quieren aprender. Luis Enrique es uno. Esnáider, por el contrario, es un talento natural. Tiene la pinta de un gran delantero centro, quizá el más completo del Madrid. Lo apuntó desde su llegada y nadie se dio cuenta. Dos años después, mucha gente del club madridista comienza a plegar velas. Esnáider es un pozo de petróleo.Una de las dificultades del Madrid es el abismo entre cada una de las mitades del equipo: los buenos y los mediocres. El choque de estilos convierte al equipo en un jeroglífico: si la tienen Michel, Alfonso e incluso el Butragueño más limitado, puede ocurrir cualquier cosa, alguna excepcional, como el primer gol madridista. El otro sector del equipo sólo asegura la confusión y un aire voluntarista que provoca reacciones encontradas en la grada: desde el aplauso de ánimo al pitorreo.

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Mal síntoma

El encuentro no despertó ningún entusiasmo en el Madrid. Era una de esas eliminatorías que los futbolistas afrontan con fastidio. Se ve en el juego. Va adormilado, al trotecito, "toma la pelota, devuelve, ahí te va otra vez, dame...". Es una especie de teoría circular del fútbol que deja al personal entre cabezadas. El Madrid estuvo en este plan hasta que aparecieron Esnáider y Luis Enrique, obligados al meritoriaje.

Jugó con sordina y esperó alguna cosita de Michel. No tuvo que esperar demasiado. Michel bordó una actuación soberbia. Le cogió a un tal Stoikov -el apellido no garantiza la excelencia en la cancha- y le puso una camisa de fuerza. Si le preguntan su nombre al final del partido, no acierta ni una letra. Estaba sonado por el baile que sufrió en la banda. Alfonso fue más inconstante que Michel, pero su gol fue de primera. Se arrodilló, giró de forma imperceptible la cabeza y llevó la pelota desde el primero al segundo palo. La gente sólo se enteró del gol cuando el balón estaba aparcado en la red.

El partido de Michel se engrandeció todavía más en el segundo tiempo. Lo dejó firmado con el cuarto gol: recorte y zurdazo. Antes había hecho de todo. Hasta los recalcitrantes -aquellos que juzgan el talento de Michel por su corte de pelo o por sus cortes de mangas- tuvieron que admitir su derrota. Por la décima parte de lo que ofreció Michel ayer, Lentini se ha ido al Milan con un traspaso de 4.000 millones de pesetas.

La debilidad del Timisoara dejó a cada uno en su sitio. Sólo se lucieron los mejores. Los fajadores no aportaron nada al partido. La noche estaba para los buenos: Michel, Alfonso y Esnáider. Salió el argentino y dejó cuatro referencias seguras: tiene cuerpo y sabe moverlo contra los defensas, es cabeceador, remata duro con la derecha y dispone de un toque excelente. Es un jugador regalado, uno de los mejores fichajes que ha hecho el Madrid, aunque en la casa todavía no lo sepan. En media hora firmó uno de esos cabezazos que no se han visto en Chamartín desde los días de Santillana y luego marcó un gol de bandera. Tomó un gran servicio de Michel, enfiló hacia el palo izquierdo del meta rumano y no se le ocurrió otra cosa que engañarlo con la mirada. Miró para un lado y metió la pelota por el otro, entre la madera y el portero. La picaresca de la escuela argentina y la soltura del delantero que no siente miedo en el área. Y tiene 19 años. Un delantero en regla para un equipo que necesita equilibrarse. Es decir, llenarse de buenos futbolistas y abandonar la vena farragosa que preside la mitad del conjunto.

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