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La policía peina las principales calles del distrito Centro para detener a decenas de africanos

Hasta 60 extranjeros apostados en las calles del centro de Madrid fueron detenidos en la madrugada de ayer, mientras que sólo un español dio con sus huesos en comisaría. La operación policial para la seguridad en el centro de Madrid, iniciada el lunes, ha conducido a la detención de 168 personas, prácticamente todas ellas ciudadanos de otros países. Los agentes interceptaban a aquellos que eran sospechosos por sus rasgos étnicos.

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Los policías de la comisaría de Centro obligaron a identificarse a 235 personas en las que se reparaba sobre todo por sus rasgos fisicos, y detuvieron a 60 extranjeros. La policía actuó simultáneamente en la zona que, arrancando desde la plaza de Jacinto Benavente, baja por Carretas, pasa por la Puerta del Sol y sube por Montera hasta la Gran Vía, para después desperdigarse por las calles situadas detrás: Puebla, Barco, Valverde, Desengaño, Ballesta, Clavel e Infantas.Esta línea imaginaria se halla repleta a diario de magrebíes o centroafricanos, muchos de ellos relacionados con la venta de droga, según fuentes policiales. El pasado miércoles las tres administraciones coincidieron en su diagnóstico: el mayor problema de la zona centro es la presencia de extranjeros. "El mayor problema de seguridad en Madrid es la inmigración", decía Joaquín Leguina, presidente regional. "Bajo la máscara de refugiados se cuelan los delincuentes", apostillaba el alcalde. La Delegación del Gobierno recetaba las operaciones masivas.

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Uno de los primeros cacheos realizados la noche del viernes se cebó en tres ciudadanos franceses. Se les registró antes de reclamar la identificación. Sucedía en la esquina de Valverde con Desengaño, un punto donde no hay trapicheo de droga como en otros cruces cercanos. Sólo después de ser registrados, uno de ellos explicó, como pudo, que habían dejado sus pasaportes en el hotel París, donde se alojaban, advertidos de que en esa zona se los podían robar. Estaban de vacaciones. En ese momento les dejaron marchar. En un claro contraste de las formas de unos y otros, los ciudadanos franceses extendieron sus manos a los agentes que les habían palpado de arriba abajo.Unos metros más allá, en la calle de la Ballesta, un joven marroquí fue interpelado media hora después. Sus rasgos étnicos le impedirían ser respetado como lo fueron los franceses. Enseñó sus papeles, sonriente. " Tú te ríes mucho", dice amenazante un oficial. Estaban en regla.

Reemprende la marcha, y al pasar frente al número 20 de la calle es interceptado de nuevo. Pese a lo grotesco de la situación, esta vez no sonrió. A la altura de la calle donde fue parado por segunda vez el norteafricano, los policías habían vaciado de público un local. "Es un centro normal de reunión de extranjeros ilegales", señala uno de ellos. En ese momento cinco negros eran registrados de cara a la pared. La calle estaba cortada por dos furgonetas, y un bar que da sustento alimenticio a los parroquianos cerraba en vista de cómo se presentaba la noche. -¿Pero ya te vas? -le inquiría una mujer. -Hombreee... me dirás -le contestó el tabemero. Un oficial, en la misma calle, se mostraba benévolo con las mujeres: "Hay que llevar la documentación", aconsejaba a tres, dejándolas marchar. Poco antes, en la Puerta del Sol, quedaban pocos sospechosos. Los agentes explicaban que el operativo -efectuado entre la medianoche y las tres de la madrugada- iba a resultar poco eficaz "por la lluvia". En un momento en que el chaparrón iba a más, los agentes, sin mayor problema, se refugiaron bajo las cornisas. En distendida charla, uno pregunta: "¿Y qué hacemos con este chino?". Se refería a un ciudadano retenido en la furgoneta policial. Al rato, el chino caminaba por Montera.

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De todas formas, esta vez había menos personas de las habituales apostadas o pululando por la Gran Vía, la calle de la Puebla o en la plaza de Jacinto Benavente. Quizás alguien había dado el agua (el grito que advierte de la presencia de policía), sugería un agente. O bien se debía a que la operación de la noche del viernes al sábado fue muy poco discreta. Pasada la medianoche, un helicóptero, con su potente foco, sobrevolaba la zona, plagada de furgonetas oficiales.

Hacia las cinco de la madrugada, cuando ya había terminado la redada, las calles peinadas eran el escenario de las habituales operaciones de compra y venta de estupefacientes. Hasta los policías vaticinaban horas antes que así sucedería.

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