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Un 'marinero' varado en la Gran Vía

Un americano enajenado y enfermo lleva 10 días viviendo en un banco del centro

Ana Alfageme

La verdad es que Steve Nightenday y sus harapos desentonan con las brillantes cristaleras de la joyería Grassy, en Gran Vía, 1, ante la que lleva 10 días sentado diciendo que le han robado su barco. Él se niega tozudamente a irse. Ni la policía, ni los servicios sociales, ni el consulado americano se hacen cargo de sus desvaríos.

De Steve sólo se sabe lo que se ve: sus piernas escuálidas llenas de ronchones, la tez demasiado blanca, de enfermo, un olor de mugre antigua y sus buenos modales. Y poco más: en su bolsillo, un pasaporte americano pulcramente firmado que atestigua que nació en Alaska en el año 1932 y que es capitán de barco, aunque eso lo haya escrito él en una pegatina sobre el epígrafe "profesión". Y los papeles de un coche que matriculó en Torremolinos, donde asegura vivir."Comandante, usted me ha robado mi navío", le dice en buen inglés, cada vez que le ve, al encargado de Grassy, Antonio Egea. El anciano capitán asegura que todos los barcos de Cádiz son suyos, que llegó a Madrid en autobús -él solo- y que está donde está, en la Gran Vía, antigua avenida de José Antonio, porque él es español y se llama "José Antonio el Grande". Los mugrientos pantalones de grumete que viste Steve y sus pocas pertenencias -tres bolsas de plástico y una botella de agua- desentonan con la corbata del encargado de la joyería, que le lleva leche por las mañanas.

-¿Y su mujer?

-Soy soltero, yo la quiero a ella.

Y Steve le dedica una intensa mirada con sus ojos azules y perdidos a la mujer de escayola que remata el portal de Gran Vía, 1, un edificio que piensa comprar. "Vale muchos millones", le dicen. "Bueno, pues compraré un trocito".

Una curiosa relación

Fue Marcelino, el portero, el que descubrió al americano tumbado en la acera el 15 de agosto, día de la Paloma. "Alguien le trajo, de eso estoy seguro. Cuando llegó, no podía andar", explica el encargado de Grassy, "ahora ha mejorado". Desde entonces, Marcelino, que ha dejado de fumar, le regala, los paquetes de Sombra que se quedaron en el cajón, y su hijo le lleva agua. Porque entre Steve y sus distinguidos vecinos se ha establecido una curiosa relación, casi una tutela. Una dependienta de Loewe, que está al otro lado de la calle, le llevó el viernes una manta y un par de toallas, por ejemplo.Los tutores de Steve están negros. Dicen que han acudido a los servicios sociales del Ayuntamiento, a la policía (Nacional y Municipal), al Ministerio de Asuntos Sociales, y a la Embajada de EE UU. "Todos dicen que si él no quiere ayuda no se la pueden dar", cuenta Milagros, "pero está mal de la cabeza". El juez puede incapacitarle, previo dictamen de un psiquiatra, algo que pueden hacer desde el Ayuntamiento, según comentaron en el teléfono de emergencias sociaes. En su embajada dijeron simplemente: "Es un asunto de las autoridades españolas". Y mientras, el señor Nightenday se despertará hoy, de nuevo, sobre su banco de la Gran Vía.

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Sobre la firma

Ana Alfageme
Es reportera de El País Semanal. Sus intereses profesionales giran en torno a los derechos sociales, la salud, el feminismo y la cultura. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora jefa de Madrid, Proyectos Especiales y Redes Sociales. Ejerció como médica antes de ingresar en el Máster de Periodismo de la UAM y EL PAÍS.

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