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Alternativas en Yugoslavia

Suponiendo que la nueva Europa que abarca "desde el Atlántico hasta los Urales" desee realmente detener la matanza masiva que está teniendo lugar en los Estados que formaban la antigua Federación Yugoslava, ¿cuáles son las posibles políticas que podrían aplicarse? En el presente artículo me gustaría esbozar tres alternativas prácticas -aunque en modo alguno fáciles- y sugerir algunas de las lecciones que pueden extraerse de una guerra civil anárquica -una guerra civil que está desarrollándose en Europa, pero que es comparable a las guerras civiles, igualmente terribles, de Somalia, Etiopía, Irak, Camboya, Moldavia, Nagorni Karabaj, y muy posiblemente en otras zonas de la antigua Unión Soviética de las que no tenemos cobertura informativa detallada.Una posible política, que ha sido puesta en práctica parcialmente en los últimos meses, consiste en prestar ayuda humanitaria: la entrega de comida y medicamentos a la ciudad sitiada de Sarajevo. Esta ayuda ha sido claramente insuficiente en cantidad, y se ha visto activamente saboteada por los tiros de mortero y los francotiradores de los irregulares, serbios en su mayoría, pero que incluyen también grupos de croatas y musulmanes. No obstante, técnicamente hablando, los suministros podrían aumentar significativamente, y las tropas de las Naciones Unidas podrían disponer de un armamento mejor que les permitiera defenderse y defender a los civiles a los que están ayudando. Las resoluciones 770 y 771 de las Naciones Unidas, aprobadas el 13 de agosto, proporcionan amparo legal para el uso de la fuerza en la misión de suministro de ayuda humanitaria.

La segunda política consistiría en una intervención militar, sin llegar a una invasión por fuerzas terrestres. Podría establecerse un bloqueo naval y terrestre verdaderamente eficaz para impedir que las armas, los camiones y el combustible lleguen hasta los combatientes. Además podrían lanzarse ataques aéreos de los denominados quirúrgicos contra la artillería serbia en las colinas que rodean Sarajevo, y contra las bases militares y las fábricas del Ejército supuestamente federal, pero en realidad controlado por los serbios. Una política así requeriría un grado de cooperación política y logística mucho mayor del que ha caracterizado hasta ahora la reacción europea ante la crisis, pero si la voluntad de actuar fuera fuerte y clara, podrían reunirse los barcos, aviones y guardias fronterizos necesarios para llevar a cabo esta política.

La tercera política consistiría en enviar un cuerpo expedicionario que hiciera retroceder a los agresores serbios siguiendo el precedente de la Operación Tormenta del Desierto, que obligó a Sadam Husein a devolver el Kuwait ocupado. Esta política requeriría el liderazgo de una coalición, compromisos económicos a largo plazo, la neutralidad benévola, si no el pleno apoyo, de las Naciones Unidas y el consentimiento legítimo de la opinión pública de todos los países que enviaran tropas, sin el cual semejante acción militar no haría más que sumarse al desastre de la actual guerra civil y a la actual parálisis europea.

Hagamos ahora una valoración de estas alternativas políticas. El aumento de ayuda humanitaria salvaría sin duda miles de vidas pero, en sí mismo, también sería seguir el juego a los agresores. Una de las peculiaridades de esta guerra es que los refugiados no son sencillamente una consecuencia inevitable de la guerra, sino su finalidad manifiesta. A Serbia sobre todo, pero también a Croacia, les gustaría llevar a cabo una limpieza étnica en tanto territorio como puedan llegar a controlar y en el que haya una minoría sustancial de serbios o croatas. Si las Naciones Unidas y las diversas organizaciones de apoyo privadas alimentan y visten a los refugiados étnicos, les ayudan a huir a Austria, Hungria, y es de esperar que a otros países, los fanáticos ilacionalistas serbios y croatas habrán ganado sus respectivas guerras, independientes, pero que responden a motivos similares.

La segunda política, ataques militares sin una invasión por tierra, da por supuesto que la fuerza aérea y los embargos comerciales pueden lograr lo que, de hecho, nunca se ha conseguido por tales medios, excepto en el caso horrible de la bomba atómica: es decir, sentar a un enemigo decidido y bien armado a la mesa de paz sin necesidad de que la infantería ocupe una parte sustancial de sus territorios. Además, como ocurrió con el general Franco en los años cuarenta, y como ocurre con Sadam Husein en la actualidad, el embargo perjudica a la población civil, no a los dictadores, y esa política crea también una reacción nacionalista incluso entre la población oprimida. Actualmente, hay muchos serbios que no soportan a Milosevic, pero que se sienten ofendidos por el hecho de que el mundo, sin consultarlo, haya reconocido la independencia de Eslovenia, Croacia y Bosnia.

La tercera política implicaría un inmenso compromiso económico y militar durante años. En la II Guerra Mundial, los ejércitos del Eje fueron incapaces de pacificar Yugoslavia, a pesar de su enorme superioridad tecnológica respecto a la de los partisanos. Hoy día, gracias a la activa economía de mercado en lo tocante a armamentos, el antiguo Ejército federal, los soldados irregulares serbios y croatas disponen de lo mejor que puede comprarse con dinero en cuestión de artillería, aviones, ametralladoras, rifles telescópicos y equipos de comunicaciones. Es probable que una invasión pudiera tener éxito durante un periodo de meses o años, pero tendría que ir seguida también por una larga ocupación militar, para garantizar las vidas y los derechos de las muchas nacionalidades y religiones en el futuro próximo.

En estas terribles circunstancias, en las que no puede hablarse literalmente de solución, sino de elección entre males relativos, me parece que un aumento de la ayuda humanitaria, junto con la fuerza necesaria para proteger las entregas y a sus destinatarios, es la única política que no amenaza con empeorar aún más la situación. Sabemos por los tan aireados triunfos técnicos de la Tormenta del Desierto que los bombardeos quirúrgicos inevitablemente no siempre dan en el blanco y que inevitablemente matan mucha gente inocente. En cuanto a una invasión terrestre y una ocupación, se enfrentaría al odio y la resistencia de las guerrillas de todos los grupos étnicos, y de diversas bandas incontroladas, como en Afganistán o Líbano.La pontica que cietiencio también tropezaría con la resistencia armada. Ya hay muchos bosnios que creen que la ayuda humanitaria de las Naciones Unidas en Sarajevo en realidad ayuda a los serbios en su limpieza étnica, y que todos los llamamientos a un alto el fuego y a una negociación dejarán a los serbios y a los croatas en posición de la tierra que ya han capturado. En buena justicia, las Naciones Unidas deben ayudar a las poblaciones oprimidas allí donde estén, y deben insistir en el derecho de esas poblaciones a recuperar las propiedades que les han sido confiscadas y a que sus derechos humanos se respeten en sus ciudades y pueblos natales. Pero para que semejantes declaraciones tengan algún significado, las tropas de las Naciones Unidas tendrán que estar lo bastante bien armadas como para proteger a los refugiados in situ. Las resoluciones números 770 y 771 de las Naciones Unidas proporcionarán

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autorización legal al tipo de política que aquí se defiende.

Hay además una lección muy clara para el futuro. En vista de las guerras étnicas y tribales que están teniendo lugar simultáneamente en muchas partes del mundo, la supervivencia definitiva de la civilización humana, de cualquier cosa que merezca Hamarse sociedad civil, exige un considerable grado de desarme internacional negociado. El final de la guerra fría ha hecho posible que Estados Unidos y Rusia negocien una amplia reducción de armas nucleares, químicas y biológicas -algo que parecía un proyecto absolutamente utópico hasta finales de los años ochenta. Las actuales guerras nacionalistas requieren una negociación igualmente seria para controlar el comercio internacional de armas. Respetables empresas capitalistas de Europa, Estados Unidos, Brasil, Taiwan, etcétera; sofisticados comerciantes de armas chinos y norcoreanos bajo estricto control gubernamental, y desesperadas empresas antes socialistas de los países del Pacto de Varsovia y de la antigua Unión Soviética están vendiendo armamento letal a las guerrillas y mafias de todo el mundo.

Naciones enteras, por no decir todo el mundo, se convertirán algún día en rehenes de futuros dictadores étnicos si esos controles no se establecen bajo auspicios internacionales, preferentemente de las Naciones Unidas. El odio y el sufrimiento de Yugoslavia (al que hay que añadir el de Somalia, etcétera) desbordan ya nuestro control inmediato, debido en gran medida a la acumulación de armas vendidas por nuíestras multinacionales con la connivencia, y a menudo el apoyo descarado, de nuestros Gobiernos elegidos democráticamente (pero no controlados). ¿Cuánto tardaremos en darnos cuenta de que el control de armas en todo el mundo no es un sueño utópico, sino una necesidad para sobrevivir?

Gabriel Jackson es historiador.

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