Los vecinos
¿Eran comunistas, católicos, musulmanes, titoístas? Lo cierto es que pasaron de prestarse paprika o perejil o sal o patatas, hoy por ti, mañana por mí, a violarse, torturarse, asesinarse, practicar esa aterradora limpieza étnica.
Era gente normal y durante varios lustros fueron ejemplo de socialismo autogestionario, sin que les faltara la admiración de las derechas porque Tito había plantado cara a Stalin y no le había hecho ascos a cierta ayuda, directa o indirecta, norteamericana. Cualquiera que haya conocido el mundo cultural yugoslavo habrá captado su alto nivel y el buen provecho que habían extraído de ser una encrucijada de caminos: Grecia, Turquía, la cultura alemana y centroeuropea, Italia... ¿Quién podía imaginar otra vez bajo las bombas Dubrovnik, Split, Sarajevo después de haberlas recorrido en pantalón corto, rodeado del turista medio universal? En cierta ocasión me encontré a Santiago Carrillo en Dubrovnik y me invitó a cenar, a pesar de que yo había publicado ya Asesinato en el Comité Central. La cena fue excelente, por cierto y Santiago estuvo evocador y encantador.
Es decir, los ex yugoslavos eran gente normal como nosotros, pero bastó una crisis económica acentuada y una quiebra del Estado para que el vecino del quinto bajara a violar a la vecina del primero y el miedo criminal del serbio sólo tuviera equivalente en el miedo criminal del croata, porque sólo desde el miedo se puede caer en el canibalismo étnico. Aquí hay una crisis más profunda que la política y no vale contemplar la cuestión como un lógico aunque cruel reajuste de etnias y nacionalidades o como una peculiaridad balcánica. Cada comunidad tiene su tam tam y cuando suena destruye la frágil racionalidad de la convivencia entre lo diferente. Reconstruir la razón. ¡A estas alturas!
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