Diálogo ambiguo
LAS CONVERSACIONES entre el Partido Nacionalista Vasco (PNV) y Herri Batasuna (HB) han terminado sin conclusiones relevantes, al menos en apariencia. No han servido ni para converger en "un diagnóstico común sobre la violencia" en el País Vasco ni para acercar posiciones sobre los "modelos de normalización" de la vida política vasca. Ni siquiera ha sido posible redactar un comunicado conjunto. Pero en el ámbito de la política, las apariencias engañan. El hecho de que apenas concluidas las conversaciones se anunciara el compromiso de proseguirlas en una segunda fase es un indicio de que no se ha dicho la última palabra en ninguno de los asuntos tratados. Y es que la situación en el seno del nacionalismo vasco es en estos momento tan movida que la cautela es obligada con vistas a posibles reagrupamientos y a nuevas alternativas políticas en un futuro próximo.Sobre el diálogo concreto entre el PNV y HB, la disparidad de opiniones ha sido manifiesta. El Gobierno siempre se ha mostrado escéptico, aunque ha considerado que era una iniciativa particular del PNV. De otro lado, ha habido quienes han valorado tal diálogo como un balón de oxígeno generosamente ofrecido a una HB políticamente petrificada y en sus horas más bajas, y quienes, por el contrario, lo han considerado como una oportunidad para que el partido de Arzalluz hiciera ver a sus interlocutores que la cuestión vasca ya no es un problema de tipo nacional, sino democrático, de convivencia.
En todo caso, desde el punto de vista de la convivencia y de la pacificación del País Vasco, la operatividad de estás conversaciones, y de las que paralelamente puedan establecerse con otras formaciones nacionalistas, depende, básicamente, de que la integración de HB en el ámbito democrático sea efectiva. Es obvio que unas conversaciones en las que uno de sus interlocutores no se atiene a las reglas del juego comunes y que se empeña en, no renunciar a argumentos absolutamente ajenos al intercambio de ideas y a la confrontación política no pueden prologarse durante mucho tiempo. Herri Batasuna puede estar deseosa de encontrar una cobertura política en el nacionalismo vasco ante una hipotética salida dialogada al problema de la violencia. Pero tal cobertura debería vincularse a la previa reconversión democrática de la formación abertzale y a su compromiso inequívoco, con el resto de las fuerzas nacionalistas, de buscar la paz y la reconciliación en la sociedad vasca por procedimientos exclusivamente políticos, no violentos.
Éste es, precisamente, el nudo gordiano que HB no quiere o no se atreve a desatar. Su negativa a suscribir, como le ha pedido el PNV, un documento exigiendo a ETA una tregua unilateral y sin condiciones muestra el doble juego que pretende seguir practicando la coalición nacionalista. No se trata, como afirma HB, de que ETA ha dado ya el primer paso con su actual tregua. Se trata de que tal paso sea el definitivo si verdaderamente se quiere que el actual diálogo tenga algún resultado tangible para la convivencia en el seno de la sociedad vasca. En todo caso, una salida no traumática a los problemas dejados por la violencia terrorista no debería implicar ninguna negociación encubierta que supusiese un cuestionamiento del actual marco estatutario por parte del nacionalismo.
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