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El Estrecho del pan

El Gobierno presiona a Marruecos con los 90 africanos que llevan una semana en la frontera

Son nadie en tierra de nadie: 90 africanos llevan una semana bajo la intemperie abrasadora de la frontera, Marruecos a un lado, Melilla al otro. Con ellos libran un pulso las autoridades españolas y las marroquíes para el cumplimiento del acuerdo sobre readmisión de emigrantes ilegales. En lugar de la patera, eligieron una frontera fácil para huir del hambre y las guerras de un continente arrasado. No serán los últimos: más de 1.000 rondan cerca de la ciudad que sólo tenía problemas de cristianos y musulmanes. "Nos tratan como animales, pero somos seres humanos", dicen los africanos.

Zumbido de insectos. Vaharadas de hedor. Bajo el sol de mediodía, los hombres buscan refugio en sombras raquíticas. Es el puesto fronterizo de Farhana. En los 100 metros que separan la caseta de la Guardia Civil y la de los mejanni marroquíes, deambulan 72 hombres y dos mujeres. No pueden salir de esta cárcel de intemperie: ni Marruecos ni España les dejan entrar. Arrojados en una franja de tierra de nadie, pero de dominio marroquí. De hecho, los gendarmes magrebíes impedían ayer instalar tiendas de campaña y toldos.Aisa, sudanesa de 21 años, se acaricia el vientre. Está embarazada de cuatro meses y no se siente bien. "¡Claro que me gustaría que mi hijo fuera español...". Sentada en una colchoneta, espera un futuro mejor. Tiene al marido en Melilla. "Dígale que estoy aquí". Sus compañeros, la mayoría liberianos, desgranan historias de persecución, guerra y muerte.

Jean Pierre Ramison, malgache, cuenta su huida en barco. Samuel Nguri, keniano que ejerce de líder, asegura haber sufrido cárcel en Nairobi. Estos argumentos, que no la miseria o el hambre, son los únicos que pueden facilitar la estancia en España. Pero el refugio político es un objetivo casi imposible: de los dos centenares de africanos que han pedido asilo desde Melilla este año, sólo seis lo habían conseguido hasta el 1 de julio.

Hechos consumados

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La llegada de dos vehículos de Cáritas con comida guisada rompe el letargo. Hoy toca patatas con rape, ensalada y manzana. También hay agua, pan, leche y galletas para el resto del día. Y algo de tabaco. "La situación es insostenible. Hay riesgo de que contraigan cualquier enfermedad", afirma el presidente de la organización, Miguel Moralejo, mientras recoge los platos. Muchos sufren picaduras. La pareja liberiana formada por Janet y Camoe Moi, ambos descalzos, se acercan a los voluntarios que reparten ropa y zapatos. Camoe, futbolista, sólo viste un raído y caluroso abrigo.

Los voluntarios de Cáritas no discuten cuestiones de derecho: "Está claro el divorcio entre lo legal y lo moral", dicen. Ley de extranjería; España, guardián de la frontera sur de la Europa comunitaria. Y Melilla, en África: sin necesidad de endeble patera para cruzar el paso de Gribraltar, ahora Estrecho del pan. También Ceuta, donde un centenar de africanos aguardan en el puerto, según fuentes del Ministerio del Interior.

Además de los presos de Farhana, otros 16 africanos viven -aún en peores condiciones- en la frontera de Beni-Enzar. A su espalda, el cartel "Melilla, municipio de Europa". Están instalados en un montículo, sin más sombra que la de un par de cartones. "¿Hasta cuándo hemos de tener paciencia?", se pregunta el senegalés Dufal. "¡Qué miseria!", exclama un rifeño, acentuando a su manera.

Los africanos confinados en la frontera son el chivo expiatorio. Están atrapados en el pulso que mantienen España y Marruecos para que se cumpla el acuerdo sobre circulación de personas, remitido a las Cortes el pasado día 3. Según este pacto, suscrito en marzo de este año, el país magrebí se compromete a readmitir a los nacionales de terceros países que hayan entrado ilegalmente en España desde su territorio. Hasta ahora, Marruecos se ha negado sistemáticamente a aceptar a los expulsados, tal como denunció semanas atrás el secretario de Estado para la Seguridad, Rafael Vera. Por eso, el Ministerio del Interior ha optado por los hechos consumados y espera que los magrebíes cedan la próxima semana. El delegado del Gobierno en Melilla, Manuel Céspedes, se entrevistó con el gobernador de la provincia de Nador el pasado jueves. Fuentes próximas a la Delegación confían en que Marruecos acepte a los africanos a mediados de la próxima semana.

Los africanos comenzaron a llegar a Melilla a comienzos de este año, ayudados por la permeabilidad de una frontera escasamente vigilada por falta de efectivos. En julio, ya. eran, 200, en el viejo hospital de la Cruz Roja. Pedir asilo era el primer paso para intentar quedarse.

El pasado lunes día 6, los africanos iniciaron una sentada de protesta por sus condiciones de vida ante la Delegación de Gobierno. Duró una semana. "El domingo de madrugada, la policía acordonó la zona. Dispararon dos tiros al, aire para despertarlos. Los fueron llevando, como toros al toril, hasta las furgonetas", cuentan los voluntarios de Cáritas que, de casualidad, descubrieron a los africanos.

Los 36 con la petición de refugio político denegada fueron enviados a Madrid para su repatriación. En el viejo hospital melillense quedan 89 que tienen el expediente en trámite.

Evitar la invasión

En la Delegación, que está dispuesta a ayudar a la manutención de los africanos, aseguran que acababan de llegar a la ciudad o se quedaron en la franja porque se les impidió entrar. Sin embargo, algunos de los confinados en el secarral esgrimen papeles dados por las autoridades melillenses, uno de cuyos portavoces asegura que que otros 1.000 o 1.500 merodean por la zona intentando entrar. El problema no ha hecho sino empezar. "O sentábamos la mano ahora, o esto era una invasión", justifican.

Cruz gamada contra Cruz Roja

"Negros, no". La esvástica rubrica la pintada en la puerta del viejo hospital de Melilla. Cruz gamada sobre Cruz Roja. Ahmed Sirllef, de 16 años, está apoyado en el portón. La policía le acaba de liberar y asegura que le han maltratado. En el interior, donde viven otros 88 africanos entre techos derrumbados, las quejas vencen al sonido del transistor nuevo. "Nuestra situación es demasiado mala", afirma el somalí Ahmed Sirleaf.Fuentes policiales reconocen que la mayoría de estos africanos jóvenes tienen buen comportamiento, aunque se han registrado algunos incidentes. Para las autoridades españolas está claro que son emigrantes económicos, no refugiados políticos, aunque narren historias de horror y persecución.

El Defensor del Pueblo ha solicitado información sobre el caso a la Delegación del Gobierno, y otras organizaciones humanitarias, como la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, han criticado fuertemente la expulsión.

La entrada masiva de africanos en Melilla pone de manifiesto la vulnerabilidad de los diez kilómetros de frontera que tiene la ciudad con Marruecos. Además, los efectivos de seguridad se han reducido por culpa de la Expo y las vacaciones. Para paliar la situación, la semana pasada llegó una sección de refuerzo de la Guardia Civil.

Aunque algunos de los inmigrantes ilegales aseguran que los trajo la policía desde Barcelona o Alicante, en la delegación lo niegan. "Dicen eso para que no los devolvamos a Marruecos", puntualizan.

Insolidaridad

Según los voluntarios de Cáritas, los melillenses han reaccionado de forma dispar ante el problema, nuevo en la vieja Rusadir. "Algunos han ayudado con comida. La mayoría no ha sido muy solidaria, aunque el problema ha sublevado a todos. Creo que hay un deseo general de que se lleven a los africanos de aquí", señala Javier Martínez Monreal.

Abdelkader Mohamed Ali, presidente de la asociación cultural Neópolis, es rotundo: "La insolidaridad es general. En eso están de acuerdo cristianos y musulmanes, aunque quizá sean éstos los que se muestren más en contra, porque los ven como competidores". De los 65.000 melillenses, 20.800 son magrebíes.

Las autoridades creen que lo de ahora es la punta del iceberg que se avecina: "La inmigración es problema grave no sólo para Melilla o para España, sino también para Europa. No se resuelve con fronteras impermeables y la presión continuará. El hambre sólo se soluciona con la solidaridad de todos los Gobiernos".

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