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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Resolver el Ulster

ESTÁ OCURRIENDO lo que parecía inconcebible hasta ayer "sino: los partidos protestantes de Irlanda del. Norte hablan con el Gobierno de Dublín. La semana pasada, estos enemigos irreconciliables se sentaron a la misma mesa en Londres; durante la presente proseguirán sus conversaciones en Belfast. Las negociaciones en tre el Reino Unido, Irlanda y los partidos políticos del Ulster habían sido previstas en el acuerdo anglo-irlandés de noviembre de 1985, aunque en el momento de la firma de éste la irritación de las formaciones políticas norirlandesas había sido patente, y la fórmula, pompletamente rechazada por ellas.Fue necesaria la paciencia y la habilidad diplomática del entonces ministro británico para Irlanda del Norte, Peter Brooke, para conseguir delimitar, hace poco más de un año, los parámetros de las conversaciones, que se desarrollarían en tres fases: los partidos políticos entre sí, los partidos con Dublín y, finalmente, Dublín y Londres entre sí. Las formaciones norirlandesas involucradas serían la Social Demócrata y Laborista (SLDP, de minoría católica y moderadamente nacionalista), el Partido Alianza (interconfesional y probritánico) y los dos extremistas protestantes leales a Londres (los del reverendo lan Paisley -el Partido Unionista Democrático- y de James Molyneaux -el Partido Unionista del Ulster-). Quedaría fuera de toda negociación el Sinn Fein, rama política de los terroristas católicos del IRA.

Hace un año, la primera fase, la de los contactos entre los partidos norirlandeses, no llegó realmente a arrancar porque todos se perdieron en interminables discusiones de procedimiento. Y de pronto ha sucedido lo impensable: los dos enemigos, el Gobierno de Irlanda (en cuya Constitución se reclama la integración en la república de los seis condados que constituyen el Uster) y los protestantes del Norte (que se niegan a separarse de Londres), han empezado a dialogar.

Nadie debe llamarse a engaño: las dificultades son casi insuperables. Para Paisley, Dublín debe renunciar inexcusablemente a sus pretensiones constitucionales, es decir, a la reunificación, y a las competencias en materia de vigilancia de fronteras y de seguridad que le otorga el acuerdo anglo-irlandés de 1985, aun cuando se estableciera en éste que no se efectuarían cambios en el Ulster sin la aquiescencia de la mayoría. Paisley exige además la devolución del poder autonómico a Irlanda del Norte (Londres se lo quitó en 1972), en una Asamblea en la que se refleje la distribución electoral relativa de católicos y protestantes. Y si, por su parte, Albert Reynolds, primer ministro irlandés, acepta discutir la reforma constitucional, también exige que el Reino Unido negocie modificar la legislación que en 1920 dio lugar a la partición de Irlanda.

Si las negociaciones progresan de modo razonable, los Gobiernos de Londres y Dublín están dispuestos a modificar el acuerdo de 1985 y probablemente todo lo demás. Pero nadie sabe bien qué se entiende por razonable. Pocas cosas lo son en el torturado Ulster, una región en la que la minoría católica, apoyada en el terrorismo del IRA, quiere integrarse en la república del Sur, mientras que la mayoría protestante, apoyada en similar violencia de los regimientos leales, quiere seguir unida a Londres.

Tal vez si británicos e irlandeses del Sur se ponen de acuerdo en volver a enfrentar al Ulster con sus propios problemas sin la tutela de nadie, los enemigos de hoy acabarán encontrando una salida pacífica al final del túnel. ¿Pero cómo se supera una barrera de odio, desconfianza y resentimiento apoyada en la intransigencia y en la violencia de las dos partes? La devolución de los poderes regionales a Belfast y la retirada del Ejército británico de la zona serían un paso. Pero sólo si, a través de estas conversaciones, por duras y llenas de retrocesos que resulten, los norirlandeses comprenden que, para resolver sus problemas, es posible sentarse a una mesa en lugar de tumbarse en una trinchera.

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