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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Los viejos rockeros mueren poco a poco

Recientemente, el ex beatle Paul McCartney cumplió entre celebraciones 50 años de vida. Aunque hacía un par de años que había realizado una gira mundial de actuaciones en vivo, en la que demostró estar en forma -incluso dicen que prepara otra-, a uno le da la sensación de que a partir de ciertas edades van quedando pocas ocasiones para saborear las esencias de ciertos artistas y que, irremisiblemente, nos quedaremos sin comprobar por qué fueron aclamados por las multitudes y forman parte de sus vidas.Vivimos unos años críticos. La historia de la música moderna, íntimamente ligada a la industria discográfica, comenzó a finales de los años cincuenta y tuvo su apogeo en los sesenta. Ahora, en los noventa, parece como si aquellos primeros capítulos comenzaran, uno por uno, sin remedio, a finalizar. Richard Berry o Dominó, más o menos sexagenarios, irán extinguiéndose. Nos quedará el consuelo de escuchar sus grabaciones, pero será imposible apreciar esas sensaciones tan íntimas que los discos enmascaran.

Me cuesta hacerme a la idea de que dentro de poco no tendré la posibilidad, ni siquiera remota, de oír interpretar en vivo Long tall Sally o Red sai1s in the sunset al gordo de Dominó, aunque estén vivos y lo sigan estando durante muchos más años.

No es en absoluto justo. Los cinéfilos seguirán degustando a Keaton o a Marilyn generación tras generación porque su arte fue concebido para una película, para una filmación. Los aficionados a la lectura reelerán cientos de veces a Lorca o a Cervantes, porque su mérito existe en las páginas impresas de los libros y no fuera de ellas.

Sin embargo, a los cantantes, como a los toreros, hay que disfrutarlos y valorarlos en la plaza, delante del público, porque su arte, por mucho que uno se empeñe en escuchar una grabación, está en ese momento, en ese instante mágico, irrepetible. Nos quedará el consuelo de seguir escuchando a Sinatra cantar y cantar la historia de aquellos dos extraños como si fuese la primera vez -mejor aún- El desconsuelo eterno, el frustrante recuerdo, seguirá siendo el no poder volver nunca más a ver a John, Paul, Ringo y George sobre un escenario ¡ni por todo el oro del mundo! ¿Cuántas veces hubieras vendido tu alma al mismísimo diablo por haberlos visto una sola vez en plena beatlemania! ¡Date prisa! Se van haciendo mayores.-

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