'Guernica'
Hay obras del hombre que circulan por la historia y los continentes hasta dejar tras de sí un polvillo de leyenda que las hace tan inquietantes y volátiles que no se sabe si efectivamente existieron. Los santos grIales, las veracruces, los frisos del Partenón o la momia de Ramsés II nacieron con vocación de estabilidad y acabaron siendo carne de saqueo o de museo, que una cosa suele llevar a la otra. Las piezas únicas tienen la virtud de la fascinación y la miseria de que los fascinables siempre son demasiados. Se conciben en la soledad de un taller y acaban siendo pasto de las miradas de las generaciones. Imaginamos a Picasso rescatando grises entre las cenizas de Gernika y prometiéndose queíamás la luz franquista iluminaría el lienzo. De pronto, el cuadro empezó a rodar por el mundo, y cruzó el océano, y se le sacaron fotos, y miles de barbudos insurgentes quitaron La santa cena y colocaron su pequeño guerniquita, como si con aquel cuadro quisieran demostrarse que su comedor de renta limitada era una pequena embajada de la libertad. Y aquel Guernica de saldo era mucho más importante que el del maestro, abandonado a su suerte en Nueva York para deleite de millonarios e hispanistas.Pero el arte es un bumerán que siempre regresa al país que lo engendra. Se puso el Guernica en el portal de belén del Buen Retiro y ahora se le h montado un apartamento en el Sofidou, y los sabios debaten sobre dónde emociona más: si en la soledad o en buena compañía. No hay estética sin ética, decían los clásicos. Y mientras miden las esquinas del piso, olvidan que hay un arte que ya nunca cabrá en ningún museo. La emoción del Guernica sólo puede vivirse en Gernika. Pero si de verdad quieren cumplir la voluntad del maestro, la solución es fácil. Que lo instalen en las cimas de Sarajevo, en las calles de Bangkok, en los arrabales de Lima. El arte surge de la tierra y ahí crece. Todo lo demás son neveras.
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