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Los idiotas

Hay muchos que andan por el mundo con distintos rasgos diferenciales, pero nos equivocamos si creemos que es el torpe de oído y el que no puede ver con toda claridad y el que no sabe palpar con suavidad y delicadeza. Hay los extraños, que no se semejan a nadie, no son el homo cualunque, ciudadano de la clase media, igual a todos. Existe el extraviado de los caminos provechosos y utilitarios de la vida. Éstos no saben extraer beneficios de la convivencia humana, pues miran perdidos en el horizonte del futuro. Abundan también los que hablan poco y los que se desbordan en palabras sin venir a cuento, como disparados por un fuego interior, los que sueñan siempre y no duermen nunca y los que están despiertos cuando todos duermen. El Idiota es esencialmente el hombre natural, el salvaje roussoniano, el anarquista, el libertario puro. El Idiota es el que dice siempre Yo, pero sin pensarlo. Puede aparecer ante nuestros ojos como un ingenuo, a veces aniñado o simplón, algo tonto, porque no es razonador o raciocinante. Pero hay otros idiotas que piensan mucho y se ensimisman hasta dolerles la cabeza de tanto apretarse las sienes, pues solamente cuentan con su luz interior y no leen ningún libro que les ayude. Deleuze y Guattari le llaman "el pensador privado". Pero la idiotez tiene su historia providencial.Nicolás de Cusa fue el primero que escribió un tratado sobre el Idiota, a quien define como el hombre profano, ignorante, el privado, el particular, por oposición al técnico y al sabio. También es el pensador díscolo, el solitario, personaje singularísimo que habla siempre en cristiano, como decía José Bergamín, frente al escolástico, al maestro dogmático, al neotomista, al clérigo organizador politizado. Este cristiano primitivo evangélico, piensa con su cuerpo y su alma, es un personalista (Mounier), pero no se siente individuo santificado, separado de los otros, sino conjugado con todos los humanos en el Todo cósmico. Por el contrario, el profesor repite siempre conceptos enseñados, recita textos consagrados y los desvirtúa al analizarlos. Sin embargo, ejercita su razón con extremada lucidez y sabe mucho de sí mismo. Es el Yo pienso cartesiano que no puede llegar nunca al Yo soy, a sentirse fugitivo y temporal. Además, el que sabe mucho e imparte enseñanzas es como todo el mundo que tiene siempre la posibilidad de pensar y de conocer la verdad. No es el privilegio de unos pocos, sino un bien común del que participamos. Es el único, pero sin propiedad alguna. Cualquiera puede saber lo que le dé la real gana. Pero esta universidad del pensador público o colectivo se disuelve muchas veces en la monotonía de la identidad. Es una característica de la idiotez el decir como un papagayo lo que otros piensan. Así llega a que nadie piense por sí mismo, libremente, con independencia de los otros. "El que se rebela contra esta idiotez generalizada es, también, un idiota" (Sören Kierkegaard). Es el pensador privado que se burla de los sistemas o de las cosmovisiones. Ironiza para abatir esa universalidad conceptual, es un hombre particular que no enseña nada a nadie, pues tampoco Cristo enseñaba ni predicaba. Pero Sócrates engañaba a sus discípulos, incitándoles a pensar por sí mismos, para luego imponerles sus propias deducciones y sus conceptos finales. "Descúbrete a ti mismo" significa, en realidad, yo te enseño e ilumino tu verdad que ignoras. Igualmente Hegel, con su saber del Absoluto, desconoce la verdad íntima propia, la única realidad de la existencia. El idiota es, pues, el pensador privado danés, un irónico que sabe catar todas las peripecias de la vida individual. La ironía, por su ágil versatilidad, destruye todo lo que nos parece evidente, firme, establecido como el Yo racional, lo más perenne de lo real, su sustancia. Pero este idiota quiere desbrozar el camino por sí mismo, para llegar por distintas y múltiples experiencias a la verdad suya, la de la subjetividad. Hasta ese momento en que culmina su proceso reflexivo, duda de todo y no confía en ningún texto sagrado o científico. ¡Menudo idiota es éste que por la ironía derriba todas las certidumbres que nos iluminan y tranquilizan! Este viejo idiota nos incita siempre a burlarnos de nuestros conocimientos, no nos deja nunca quietos, nunca. Es, como decía Kierkegaard, "el aguijón en la carne". La idiotez consiste en esta negación permanente de todo lo que es, pues lo negativo es esta misma inquietud incesante del pensamiento que no nos deja nunca gozar de la quietud del ánimo y del placer de la verdad conquistada. Así, el idiota sublime se precipita siempre en el abismo de no saber nunca lo que realmente es. Entonces no queda otra solución, para el idiota, que continuar viviendo en el perpetuo desconcierto de un movimiento infinito.

Hay también mujeres de una idiotez sublime. Como Melle de l'Espinasse, Gáspara Stampa y la religiosa portuguesa, que se ofrecen sin límites a sus amantes, olvidándose por completo de sí mismas en apariencia. Pero nos engañan, en realidad aman, para sentirse a sí mismas y pensarse privadamente, solas, aisladas, gozando de sus sentimientos íntimos y reflexionan en el seno de un Yo completamente idiotizado por la imagen interior del Amado. También santa Teresa llega a éxtasis místicos de fusión ardiente con un Dios invisible, pero presente en su corazón secreto. Sin embargo, por una introspección sutil y delicadísima de sus estados de ánimo, es una pensadora privada, pero se eleva como Unica, universal al comunicar sus experiencias íntimas. Es una católica española, es decir, una intelectual colectiva. Otro cristiano eslavo, Dostoievski, describe en su novela El idiota a un personaje totalmente entregado a los otros, con absoluta generosidad y mística ofrenda. La esencia del cristianismo consiste en esta donación (¿sacrificio?) del Yo, la negación del egoísmo racional, del amor propio. Es el nuevo cristiano que ya no dice como el antiguo, "ama a tu prójimo como a ti mismo", sino, llama a tu prójimo por encima de ti mismo", como el Nuevo cristianismo de Saint-Simon. Por esta razón, el príncipe idiota prefiere amar a una mujer desamparada, prostituida y abandonada a sí misma que a una criatura culta, refinada, que no necesita la ayuda de nadie. Así, se desgarra entre un amor compasivo, odioso, que suscita repulsa, y un amor admirativo, pero irreal e impotente.

Un nuevo idiota surge de los escombros del cristianismo racionalista, al que no le importa la verdad por más remota que aparezca, sino el disparate en que consiste la vida, la incertidumbre, el azar, el gozoso descubrimiento de lo fortuito, el golpe de dados en la mesa de juego. Quiere así no comprender el absurdo de la existencia, acepta con fruición lo impensable. Protesta, grita contra el mal, la desigualdad, el dolor, la injusticia. Es el rebelde individualista de Camus, pero no será nunca un revolucionario auténtico porque no hace nada para cambiar las condiciones de la existencia terrestre. De este idiota surge otro, el posmoderno, que acepta el presente puro, tal como es, con sus encantos mágicos, y se rebela contra el futuro racional, predeterminado por una razón histórica. Sin embargo, ambos idiotas, el nuevo y el novísimo, se salvan porque piensan como el idiota de siempre, de todos los tiempos, elucubrando solos sin palabras como monadas. Así vuelven al origen de la idiotez, cuando al descubrirse al niño salvaje de Aveyron fue definido, por primera vez, el concepto de Idiota. La revista Décade philosophique afirmó que se han encontrado rasgos de idiotez más intensos en el niño salvaje que en otros niños carentes de toda sensibilidad para establecer relaciones normales con el mundo. Sin embargo, el médico y filósofo Itard le devuelve el ejercicio y función cognoscitiva de los sentidos y robustece las actividades del oído y del tacto. Todo el éxito de sus experiencias las atribuye a la concepción materialista de Condillac, para quien los sentidos son los órganos del conocimiento, al abrirnos las puertas del mundo visible. Sin embargo, Itard no logró que el niño salvaje hablase normalmente como un ser humano, pero, como todo buen idiota, pensaba por sí mismo, apoyándose en sus dones naturales. Vigostki, el gran psicólogo soviético, nos explicó que puede existir un pensamiento (el monólogo interior) sin lenguaje. Pero hay un Idiota de la Familia, que vive como un extraño en el seno de un hogar unido por la férrea voluntad de su padre autoritario, que se salvó por la escritura. Es el Flaubert que estudia Sartre con profunda sutileza analítica.

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Es un idiota reflexivo que imagina una vida que no tiene. Ello obedece a que no tuvo el amor maternal que necesitaba en su infancia. El pequeño Gustavo sólo puede comunicarse muy tardíamente, y lo hace mal, sus expresiones son siempre torpes y brutales. Sartre llega a una definición magistral de su idiotez: "Le voilá, donc, enfermé dans le pathétique ", es decir, en lo que siente y no puede expresar. El origen, pues, de este tipo de idiota se encuentra en la incomunicación, sufre parálisis del gesto y de los órganos visuales, tiene dificultades invencibles para hablar, lucha con las palabras. Además, es un simple de espíritu, de una increíble credulidad y caía con frecuencia en una somnolencia pasiva, sus hermanos estudiaban su rostro y descubrieron en él al Idiota. Sin embargo, pudo salvarse porque al escribir sus novelas pensó mucho en sí mismo y decubrió al Otro como trascendencia, solución a su soledad. La particularidad, pues, de nuestro Yo nos idiotiza. Evitemos, pues, los peligros del pensamiento privado, abriendo un coloquio con el público, como un poeta que se dirige a todos como si los tuviese presentes en su mismo canto.

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