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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Unas relaciones normales

LA VISITA relámpago a Madrid de Douglas Hurd, secretario del Foreign Office, tiene el aire de normalidad que consagran unas relaciones hispano-británicas cada vez más intensas y armónicas. Todo progresa apaciblemente, como corresponde a dos socios y aliados. Con un estorbo francamente irritante: la piedra en el zapato que es, como siempre, la aparentemente intratable cuestión de Gibraltar. Tanto Hurd como su homólogo español, Francisco Fernández Ordóñez, aseguran con hastío que el Peñón es "incómodo para los británicos, incómodo para los españoles e incómodo para los gibraltareños".No se vislumbra a corto plazo solución política posible. Londres no puede enajenar la colonia, porque para ello tiene que contar con la aquiescencia, inalcanzable, de los llanitos; Madrid no puede ejercer presión extradiplomática porque, como es normal, se ha comprometido a no recuperar la Roca contra la voluntad de sus moradores; y Gibraltar se encuentra, en un callejón sin salida, desde el que le resulta imposible alcanzar la independencia u obtener, en el mejor de los casos, algún tipo de estatuto comunitario, que España le negará siempre. Y así, Hurd y Fernández Ordóñez han constatado una vez más las diferencias que les separan, han acordado volver a tratar el tema en septiembre y han pasado, con un gran suspiro, a otras cosas.

En el contencioso de Gibraltar parece cada vez más evidente que cualquier solución pasa por evitar declaraciones maximalistas y, al contrario, por buscar la colaboración de las partes en conflicto. Su situación económica no es precisamente de bonanza; necesita dinero, desarrollo de infraestructuras basadas en aspectos más sólidos que el establecimiento de paraísos fiscales (sean ortodoxos o basados en el contrabando de tabaco), y le urge integrarse en la CE de la mano del Reino Unido y de España. No tiene esperanza de hacerlo si no es con la plena aquiescencia de Londres y de Madrid, y es ahí donde reside la única posibilidad de entendimiento entre todos. Fernández Ordóñez y Hurd deberían embarcarse francamente en el análisis de estas vías de negociación, involucrando en ello a las autoridades comunitarias.

Dicho lo cual, el problema gibraltareño fue el más breve de los tratados por ambos ministros en la mañana de ayer. La mayor parte de las conversaciones giré en torno a cuestiones europeas, su desarrollo y las posibles vías de solución a las dificultades que plantean. Éstas tienen una palabra: Maastricht. En efecto, los Gobiernos de los Doce no tienen más preocupación que la de llegar al verano, es decir, al comienzo de la presidencia del Reino Unido, con el proceso de ratificación del tratado concluido o muy avanzado.

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Lo que se trasluce de estos encuentros entre los responsables diplomáticos de los dos países es, sin duda, la existencia de diferencias de pareceres y enfoques en torno a los temas principales de la CE, pero, al tiempo, una creciente matización y comprensión mutua de las posturas respectivas. En otras palabras: una pertenencia creciente de ambos países a la idea de una Europa que ambos contribuyen a construir. España, acaso, con mayor voluntad de entrega, y el Reino Unido, con las reticencias que han suscitado conocidas antipatías en el resto de sus socios. Pero ambos con el convencimiento de que la CE es una entidad en la que no cabe la marcha atrás.

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