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Tribuna
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Bravo

Me quito el sombrero porque el rey Juan Carlos dijo lo que tenía que decir ante el presidente de Israel, Haim Herzog. Esto es, porque defendió "la realización de los legítimos derechos nacionales" del pueblo palestino. Está bien que el monarca no se cortara un pelo ni se dejara seducir por los intentos de confundir la velocidad con el tocino. Porque una cosa es la reprobable expulsión de los judíos españoles perpetrada hace 500 años por los Reyes Católicos, y otra muy distinta que este acontecimiento nefasto y otros aún más dolorosos sufridos por el pueblo judío proporcionen patente de corso para practicar una política de ocupación absolutamente impresentable.Que el Rey sostuviera que la paz en Oriente Próximo debe fundamentarse en las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad de la ONU, repetida y concienzudamente violadas por Israel, resulta especialmente loable, sobre todo porque se lo hizo notar a alguien que tuvo la osadía de asegurar, en el mismo acto, que los habitantes de Gaza y Cisjordania "viven bajo un reino de terror" al que les somete la Organización para la Liberación de Palestina.

Puede que el señor Herzog crea que ningún español ha viajado hasta allí para conocer lo que ocurre. Se equivoca, porque somos unos cuantos los que sabemos, porque lo hemos visto con nuestros ojos, que quienes siembran el terror sobre todo tipo de palestinos son los sefardíes, askenazíes, sabras -nacidos en Israel-, falashas y demás emigrantes que forman uno de los ejércitos de reservistas más importantes del mundo.

Qué lástima que el 500 aniversario de aquella expulsión sirva para acrecentar el odio de los expulsados del 48. Y menos mal que don Juan Carlos actualizó el asunto y salvó la honra.

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