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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La fase siguiente

TRAS LAS detenciones es el momento de alguien que, al igual que hizo Mario Onaindía con los antiguos polimilis, tenga el valor de plantear abiertamente, desde dentro de ese mundo que se mueve en torno al símbolo de ETA, lo que nadie que no esté cegado por el fanatismo ignora: que la prolongación de la violencia se ha convertido en un fin en sí mismo, y que acabar con esa inercia que degrada la causa de Euskadi es hoy un deber para quienes crean en ella. Alguien con el coraje necesario para olvidarse de proclamas vanas y plantear una salida realista a cuantos han quedado atrapados en ese mecanismo circular de la venganza.Los concejales de HB en el Ayuntamiento de San Sebastián demostraron ayer estar presos de esa dinámica. Quisieron leer un escrito de homenaje a los caídos en Francia, y como no se les hizo caso optaron por la huida: se ausentaron del pleno. En ese escrito se canta la entrega a la causa vasca de los jefes detenidos y se amenaza con hacer conocer a Europa entera, con motivo de la salida del Tour de su ciudad, "la verdad de la situación de Euskadi". Si esa verdad consiste en considerar heroico sembrar las calles de niños mutilados o huérfanos y en financiar tales ekintzas mediante extorsiones mafiosas, no será muy favorable la opinión que Europa sacará de la causa vasca.

Seguramente era inevitable que la primera reacción del mundo de Herri Batasuna fuera la reafirmación de la lealtad inquebrantable a los jefes militares (y a su discurso militarista). Desgraciadamente, la necesidad de autoafirmación heroica de los comandos sobrevivientes puede traducirse también en nuevas salvajadas. Pero habrá que esperar algún tiempo para poder calibrar el alcance real del descabezamiento de ETA en la moral de los activistas, incluyendo a los que se pudren en las cárceles sin otra esperanza que la de un imposible milagro. En cualquier caso, parece lógico pensar que las repercusiones del golpe policial sean proporcionales al carácter fuertemente jerarquizado de la estructura de ETA.

Para la estrategia terrorista, lo principal no es demostrar que las instituciones son incapaces de satisfacer las demandas sociales que toman como pretexto (la ecología, por ejemplo), sino hacer ver que esas instituciones son incapaces de acabar con la violencia por ellos producida en torno a tales pretextos. Transmitir la sensación de invulnerabilidad de su estado mayor, mitificado por las sombras, es fundamental para que prenda en la población la idea de que los terroristas son imprescindibles para acabar con la violencia que ellos mismos generan. La consigna de la negociación es la expresión condensada de esa estrategia.

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Afirmaciones como que ETA no es una banda, sino un movimiento de masas, o que, puesto que el origen del problema es político, las soluciones policiales no son válidas constituyen manifestaciones de la interiorización de esa lógica por parte de algunas personas. Naturalmente que ETA no es sólo una banda al estilo de la de Bonnie and Clyde, pero es también una banda: un grupo de personas deliberadamente colocadas al margen de la sociedad y cuyo pasado de crímenes les hace insensibles al dolor que causan e incapaces de desengancharse por sí mismas de esa forma de vida., Contraponer a estas alturas soluciones políticas a policiales supone ignorar que la eficaz actuación policial es la condición previa a cualquier iniciativa imaginable para acercar el fin de la violencia, incluyendo la búsqueda de salidas personales para los presos y activistas que dejen las armas.

Ha sido sobre todo el terror impuesto por quienes mataron a Yoyes lo que ha impedido que desde el interior del mundo de ETA y HB sudan sectores capaces de dirigir una retirada organizada que acorte el proceso, ahorrando vidas y sufrimientos. Por el contrario, la confusión entre medidas de este tipo y lo que los portavoces de los terroristas llaman negociación política ha despistado tanto a la opinión pública como a los propios activistas. Lo que éstos llaman negociación política consiste en que la mayoría se pliegue a las exigencias de la minoría por el hecho de que lo que reclama lo haga mediante el terror. Por ejemplo, que los navarros acepten su integración en la comunidad de Euskadi o que se modifique la Constitución en el sentido por ellos exigido. Ningún Gobierno podría hacer eso: ni sus votantes ni los demás partidos, ni la comunidad internacional, lo consentirían.

Los más ilustrados de entre los jefes de HB debieran hacérselo saber a sus amigos de ETA, y puede que ahora sea el momento. Porque, por lo demás, es posible -aunque no seguro- que la detención de Múgica Garmendia y sus lugartenientes permita a sus sucesores dar satisfacción a una de las más sentidas aspiraciones de los vascos: que ETA se autodisuelva. Asi lo desea, según una encuesta reciente del Gobierno vasco, el 80% de los ciudadanos de Euskadi.

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