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Reportaje:

Morir por Nagorni Karabaj

Violencia salvaje en la guerra por el enclave armenio en Azerbaiyán

Cada mañana, apenas se levanta el estado de sitio en esta polvorienta ciudad azerí castigada por la artillería armenia, Mamedova Guilnaz llega hasta el cuartel general de los milicianos del Frente Popular, no lejos de la mezquita de Agdam, cerca de la frontera de Nagorni Karabaj, donde hay más dé 70 ataúdes vacíos esperando cadáveres del campo de batalla. Su caminata ya es una rutina. Como centenares de madres azeríes, Mamedova Guilnaz va en busca de noticias de sus familiares y regresa a su refugio en Ilanto.

La lista con los nombres de cadáveres recuperados está clavada en un robusto pino en el patio del cuartel. No contiene el nombre de su hijo, Ismail, que se quedó a defender Jodzhalí. "Sólo quiero enterrarlo", dice la mujer mostrando una fotografía de su hijo. Mamedova Guilnaz huyó de Jodzhalí con las fuerzas armenias pisándole los talones. Puede considerarse afortunada. Hace menos de un mes, en Jodzhalí, fuerzas armenias cometieron una atroz matanza que dio la pauta del salvajismo de la guerra en las montañas de Nagorni Karabaj.Lo más probable es que esta mujer jamás vea el cadáver de su hijo, un electricista, soltero, de 32 años, que se quedó en Jodzhalí con un viejo fusil Kaláshnikov y un solo cargador. Cuando los armenios asaltaron la aldea lo hicieron con la cobertura de artillería pesada y apoyo de carros blindados y helicópteros artillados. Los armenios arrasaron velozmente las defensas y luego persiguieron a los que huían. Días después, los periódicos de la capital de Azerbaiyán, Bakú, publicaban fotografías de niños y ancianos degollados, mujeres cosidas a cuchilladas y combatientes acribillados con las manos atadas a la espalda. Hoy la aldea está en ruinas. Jodzhalí se ha convertido en sinónimo de barbarie. Lo que ocurrió allí en los últimos días de febrero es un hito que no se va a borrar de la memoria de los azeríes. Se habla de un ajuste de cuentas.

Fuerza de paz

Las propuestas de paz están bloqueadas por esa expresión de odios antiguos. Hablar de paz es cada vez más difícil. Lo está comprobando Cyrus Vance, el enviado especial del secretario general de las Naciones Unidas, que la semana pasada llegó a Azerbaiyán y Armenia en una misión exploratoria que podría determinar la: creación de una fuerza de paz de la ONU para Nagorni Karabaj.

Mientras en las boscosas cañadas de Karabaj se pudren los cadáveres de civiles asesinados por los armenios, día a día la crisis va cobrando dimensiones cada vez más complicadas, que Rusia, Irán y Turquía, los vecinos más cercanos de Azerbaiyán, ven con idénticas dosis de alarma e interés político. En Bakú lo que hay. es sobre todo desconfianza, resentimiento y caos.

Azerbaiyán es una república rica en recursos naturales y sorpresas políticas. Al igual que Armenia, Azerbaiyán alcanzó la independencia tras el colapso de la Unión Soviética el año pasado. Azeríes y armenios están en conflicto por el control de Nagorni Karabaj, el enclave montañoso poblado mayormente por armenios cristianos y que Azerbaiyán, de mayoría musulmana, administra desde 1923. Cuatro años de enfrentamientos han dejado un saldo de más de 1.500 muertos y ninguna señal de que Bakú o Yereván están dispuestos a hacer la más mínima concesión. La búsqueda de autonomía armenia en Karabaj, dicen los azeríes, enmascara un vivo deseo de secesión que amenaza la integridad azerí y esconde, inevitablemente, una gran confabulación internacional contra Azerbaiyán.

Fue precisamente la falta de firmeza ante la conjura armenia lo que el mes pasado impulsé a los azeríes a salir a las calles demandando la renuncia del predisente Ayaz Mutalíbov. Su sucesor, Yacub Mamedov, instalado interinamente en la presidencia, es un médico cuarentón a quien se le está exigiendo firmeza en la defensa del país. Fue precisamente la falta de firmeza ante la "conjura armenia" lo que a principios de este mes impulsó a los azeríes a salir a las calles demandando la renuncia del presidente Ayaz Mutalíbov.

"Nosotros somos partidarios de la guerra, pero debemos prepararnos", dijo Mamedov en una entrevista con EL PAÍS. "Estamos solos frente a una con jura que busca crear un nuevo Israel en esta parte del mundo".

Se perfila como una tarea gigantesca. Azerbaiyán está tratando sin éxito de construir su futuro sobre las ruinas de la antigua URSS. Es más, su Ejército tiene sólo 150 hombres, y el Gobierno de Bakú casi carece de amigos interesados en sus reivindicaciones sobre Nagorni Karabaj. De hecho, lo primero que el joven presidente azerí señala en todas sus entrevistas de prensa es el aislamiento político que, afir

ma, no es más que un producto de la propaganda proarmenia en Occidente y la "complejidad de los rusos".

En este sentido el Gobierno es fiel intérprete del resentimiento popular frente a sus vecinos y las potencias lejanas. Mamedov y el hombre de a pie en Azerbaiyán están convencidos de que el conflicto de Nagorni Karabaj no es en ningún caso una crisis aislada. Para ellos Estados Unidos, Francia y Rusia atizan la guerra para complacer a los armenios, pero la crítica es mucho más ácida cuando se habla de la política de Moscú.

Corroborando versiones de que los rusos dejaron considerable cantidad de armamento en manos de los armenios cuando el Ejército de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) se retiró de la zona el mes pasado, Mamedov dice que el gobierno de Yereván se está preparando para una nueva agresión, esta vez más larga y cruenta. "Existe un pacto secreto entre Rusia y los armenios", dijo el presidente.

En medios políticos locales sobra decepción por la actitud de Turquía, de quien los azeríes esperaban mayor solidaridad en la forma de apoyo militar para su campaña defensiva. En los pocos cafés de Bakú donde todavía es posible encontrar una limonada se comenta con amargura que Irán, hogar de 20 millones de azeríes, a pesar de sus aparentes esfuerzos de paz, tiene intereses propios en mantener vivo el conflicto.

Si hay un denominador común en las lucubraciones políticas y las teorías de conspiración que se estudian y discuten en las tertulias de Bakú, éste se centra en la convicción de que el conflicto de Nagorni Karabaj sirve a todo el mundo menos a los azeríes. Según esos enfoques, Rusia saca tajada de la situación impidiendo que Azerbaiyán desarrolle su potencial económico para convertirse en un polo regional de mayoría musulmana.

Intereses turcos

Se especula, por otra parte, que a Irán, que compite con Turquía en la carrera por ampliar su influencia en la zona, no le importaría, por su lado, crear un dolor de cabeza para Ankara en Azerbaiyán. Y con similar intención, a Turquía podría resultarle útil dejar que fermente la crisis en la creencia de que ésta puede convertirse en un factor de desestabilización en Irán. Por más dispares, las teorías coinciden en que el conflicto da a Washington la oportunidad de añadir preocupaciones a sus viejos enemigos de Moscú.

De momento, la receta azerí es crear un equilibrio de fuerzas para negociar con Armenia en igualdad de condiciones. "Si nos armamos, inspiraremos respeto", afirma el presidente Mamedov. "Debemos concentrarnos en la formación de un ejército".

El primer paso ha sido simbólico. En las plazas de los pueblos más remotos ya han aparecido llamamientos a la conscripción para hombres de entre 22 y 40 años. La respuesta ha sido menos que tibia, a juzgar por los registrados en Agdam.

Y no es precisamente falta de voluntad. Lo que hay es falta de confianza en un Gobierno que ya ha cambiado a tres ministros de Defensa y que no parece empeñado en demostrar profesionalidad: el actual titular de Defensa, Rahim Kaziat, es un personaje respetado y popular, pero diplomado en Ciencias.

"Estoy dispuesto a ir a defender nuestra patria, incluso a permitir que mis dos hijos mientan y se aumenten unos anos para poder entrar en el ejército", dice Ilham, un empleado público de Bakú. "Pero ¿nos darán armas?, recibiremos entrenamiento? No lo creo. Nos mandarán directamente a parar las balas de los armenios", dice.

Contrariamente a lo que afirman los armenios -y que algunos diarios norteamericanos reproducen-, las fuerzas azeríes son cualquier cosa menos un reflejo de eficiencia.

La cifra de 20.000 milicianos, que dan los armenios, resulta tan colosalmente exagerada como la supuesta precisión mortal de los artilleros azeríes armados con obsoletas baterías y cohetes de la II Guerra Mundial.

El supermercado de Agdam sí es un ejemplo de puntería armenia. El edificio de cemento es hoy una estructura destrozada y ahumada, obra de la artillería de campo emplazada en las montañas vecinas. Numerosas casas han perdido el techo y muchas de las calles de Agdam están alfombradas por cristales rotos.

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