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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La Mafia, a escena

ÚLTIMAMENTE, LA Mafia y la Camorra han dado en Italia muestras de una vitalidad que amenaza con condicionar el desarrollo y resultados de las próximas elecciones generales del 5 de abril y el proceso de designación del presidente de la República tres meses más tarde. Es simbólico que la Mafia haya decidido reaparecer en la escena electoral italiana asesinando a dos miembros conspicuos de los dos principales partidos, la Democracia Cristiana y el ex partido comunista de Achille Occhetto. Y ello en un momento en que ambas formaciones son acusadas por el propio presidente Cossiga, un ex democristiano, de estar preparándose para suscribir, tras los comicios, un nuevo compromiso histórico.

Los atentados resultan paradójicos. Si el representante del Partido Democrático de la Izquierda (PDS) asesinado era conocido como fustigador de la Mafia, lo que haría explicable el crimen, al diputado democristiano europeo y ex alcalde de Palermo Salvo Lima se le había acusado reiteradamente de lo contrario. Más aún, no era sólo la figura política de mayor relieve de la DC en Sicilia: era también el hombre clave de Giulio Andreotti, actual presidente del Gobierno y candidato a la sucesión de Cossiga.

Las ausencias del presidente de la República, Cossiga, y del de la Democracia Cristiana, Ciriaco de Mita, en el solemne funeral palermitano de Salvo Lima son sintomáticas de la lucha interna que desgarra a la Democracia Cristiana. Pero también lo son de las oscuras ramificaciones del poder político italiano.

Con los nuevos atentados, la Mafia se ha colocado sin duda en el centro de la campaña electoral, lo que, a su vez, ha desposeído a ésta del valor catártico y purificador que pretendía haberle insuflado Cossiga. Y ha demostrado, además, que es una realidad viva que ni el Estado ni las fuerzas políticas pueden ignorar, o, a lo que parece, acallar. El recrudecimiento de las actividades de la banda criminal podría ser, en efecto, la sangrienta respuesta a la reciente intensificación de la actividad policial y judicial contra ella.

Bien podría ocurrir, por otra parte, que, ahora que se pretende una revisión completa de la vida política italiana, la Mafia anunciara con los atentados de la semana pasada que no quiere quedar excluida del futuro. Es significativo que un personaje tan prudente como Andreotti haya llegado a afirmar que los nuevos asesinatos revelan el diseño político de "fuerzas ocultas que quieren acabar con la democracia".

La responsabilidad de la clase política italiana es grave, porque, mientras hubo voluntad política de acabar con las Brigadas Rojas -en su momento, una seria amenaza para la democracia-, ahora se advierten graves carencias en el propósito político de desarticular a la Mafia. Es más, si antaño la Mafia sólo pretendía congraciarse con los políticos para sus negocios sucios, hoy su poder ha crecido de tal manera que hasta determina cuáles de sus candidatos acceden a cargos electivos. Lo que tiene mucha mayor gravedad y hace más urgente y difícil la lucha contra una organización que amenaza seriamente con desestabilizar a la República.

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