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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La circular

LA CIRCULAR de la dirección de ETA fechada el 14 de diciembre pasado, y cuyo contenido ha sido desvelado estos días por EL PAÍS, es ciertamente terrible, pero nadie podrá alegar sorpresa. Esa megalomanía ridícula y ese abominable estilo son inseparables de la ideología que mantiene en pie su ficción de guerra, consistente ora en asesinar niños, ora en dejarlos huérfanos. Hace años que desapareció cualquier atisbo, no ya de modelo de sociedad o alternativa política, sino siquiera de justificación del recurso a medios infames. La argumentación tiende a cero en la misma medida en que se refuerza el tono amenazante y se ensancha el campo de los amenazados. En este último escrito, la dirección de ETA, tal vez dos o tres personas, divide al mundo en nosotros y el resto del mundo: es decir, ellos, dos o tres, por una parte, y los enemigos seculares del pueblo vasco y las diversas especies de traidores, por otra. De estos últimos, el documento distingue tres grupos principales: los que cuestionan la lucha armada; los que la aceptan, pero opinan que debe estar supeditada a los criterios de los políticos, y los que no cuestionan nada, pero cuya moral derrotista se revela en comentarios como que "hay que aguantar el chaparrón" ante atentados particularmente crueles.Quienes estén familiarizados con el lenguaje grupuscular reconocerán seguramente esa obsesión clasificatoria. Lo terrible es que ya no se trata de distinguir entre los diversos sectores y capas sociales de una remota región china, sino de marcar como sospechosas a personas que, por ejemplo, consideran discutible el recurso a métodos como la explosión de una bomba en un supermercado o los infanticidios de los últimos años. De esas personas dice el escrito de los jefes de ETA que su postura "obedece a una insuficiente clarificación con respecto al papel de la lucha armada". El mensaje no puede ser más transparente: la medida de la eficacia de una acción es el espanto que ocasiona.

Algunos de los ahora considerados traidores tacharon de lo mismo a quienes les precedieron, y, si no aparece alguien capaz de poner fin a esta locura, los acusadores de hoy serán un día motejados de vendepatrias por los que recojan el sangriento testigo. Si eso no es del todo seguro, si cabe esperar un fin relativamente próximo de ETA, es porque, pese al tono y a la paranoia, ni siquiera los redactores del documento pueden ignorar del todo que existe una contradicción entre la realización de crímenes como el de la semana pasada en Santander y el apoyo electoral del que ha disfrutado Herri Batasuna (HB). Ello llevaría, pronto o tarde, a la ruptura entre el radicalismo nacionalista y el terrorismo. Y sin el apoyo de HB, ETA será un grupo muy peligroso y criminal, pero cuya desaparición podrá plantearse ya en términos similares a los de los GRAPO u otros grupúsculos sin verdadera base popular.

De ahí que la cuarta pata de la estrategia antiterrorista, el aislamiento social de los actores de la violencia y de quienes los apoyan, siga siendo imprescindible. Ello quedó claramente establecido en los pactos antiterroristas firmados por las fuerzas democráticas, y la efectividad, de esa estrategia es indirectamente reconocida por los autores de la circular etarra. En caso de duda, nada es tan seguro como atenerse a los términos de ese pacto, sometiendo a él cualquier sugerencia de iniciativa. Así lo demuestra, en negativo, la experiencia desgraciada del intento de pactar con los amigos de ETA un trazado alternativo para la autovía de Leizarán y que ha dado paso a otros episodios poco afortunados en tomo a la negociación de los presupuestos de la Diputación de Guipúzcoa. La ambigüedad de algunos cargos de Interior respecto a la negociación con ETA, equivocando a los terroristas tanto como a la opinión pública, es otro error a evitar. Finalmente, se entiende mal que la obsesión por ver plasmada en la legislación la imposibildad de redención parcial de sus penas por los terroristas presos lleve al Partido Popular y al PSOE -con la reforma del Código Penal en marcha- a ignorar el riesgo de ruptura del consenso con los partidos nacionalistas democráticos, opuestos con respetables argumentos a tal iniciativa.

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