Juntacadáveres
TRES PORTAVOCES de Herri Batasuna (HB) ofrecieron el pasado lunes una rueda de prensa destinada a revelar el contenido de la carta que días antes habían dirigido al presidente del Gobierno. Los portavoces insistieron hasta la obsesión en rechazar "la falsa imagen de que ETA se encuentre debilitada". Ayer, unos canallas tradujeron esa obsesión a la práctica asesinando en Madrid a cinco personas. Hay un malentendido. Nadie dudaba de que ETA fuera capaz de las mayores barbaridades. Ciertamente, para ordenar, realizar o justificar atentados como el de ayer hace falta una dosis poco frecuente de inhumanidad, de falta de escrúpulos. Pero ya sabíamos que ETA y sus amigos eran así de infames. No hacía falta matar a cinco seres y herir a siete más para demostrarlo.Tampoco existen dudas sobre la considerable cobardía que es preciso atesorar en el corazón para salir a la calle a jalear a los que hacen estallar los coches bomba. No hace falta que lo demuestren, y si es por eso, ni siquiera es preciso que acudan mañana a la manifestación convocada por HB en respuesta a la que la pasada semana congregó en Bilbao a muchos vascos hartos de ETA y de su obsesión por juntar cadáveres para probar que no está debilitada. Siempre, en todas las sociedades, habrá personas cuya flaqueza moral les lleve a alinearse tras los asesinos. Si ETA ha vuelto a matar en vísperas de esa manifestación -es decir, si al conocer la convocatoria no ha suspendido el atentado que tenía preparado- es también para que no haya dudas sobre su significado: el de un acto de adhesión en el que los apocados deseosos de caer bien a los terroristas puedan aliviar su miedo clamando: "ETA, mátalos".
El terrorismo aspira a imponerse mediante el temor que suscita. Nunca ha pretendido convencer, sólo vencer. Pero lo singular del terrorismo, aquello que lo diferencia de otras prácticas coactivas, consiste en que esa relación entre el objetivo de imponer algo y el procedimiento de atemorizar a alguien necesita la mediación de la publicidad: que sus crímenes se conozcan, que se hable de ellos. Lo que buscan con sus atentados no es causar bajas en el enemigo, sino extender la amenaza. Que nadie se sienta fuera de peligro, y que su temor haga a algunos sectores de la población volver sus ojos hacia el Gobierno legítimo para reclamar: "Soluciones, ya". Es decir: que se acceda a las peticiones de los terroristas, que se negocie con ellos, que se busquen soluciones políticas; o bien: que se instaure la pena de muerte, que vuelvan los GAL.
Frente a esas falsas salidas, ambas derrotistas, se elevan los principios inspiradores de los pactos contra el terrorismo: unidad y firmeza de las fuerzas democráticas en el rechazo a cualquier negociación que implique concesiones políticas a los terroristas; apoyo a la acción antiterrorista de la policía, y colaboración ciudadana con los diversos cuerpos y fuerzas de seguridad; aislamiento social de quienes amparan y justifican a los asesinos. Esto último, que afecta singularmente a la sociedad vasca, implica reaccionar con firmeza frente a quienes se amparan en su parentesco con ETA para imponer silencio a todo el que no les ríe las gracias. Implica también que las personas influyentes en la opinión pública, sean políticos, periodistas o pastores, abandonen esa pretensión de neutralidad que les lleva a buscar causas -históricas, políticas, sociológicas- para lo inexplicable. Ninguna causa imaginable justifica los crímenes de ETA. Sólo su cobardía y la de sus palafreneros.
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