Un mes de agonía en aguas del Pacífico
El superviviente de un velero japonés narra la odisea de seis. náufragos en el invierno del océano
Murieron poco a poco en aguas del Pacífico, y en su agonía escrutaron vanamente el horizonte de una inmensidad que fue su tumba. No hubo auxilio. Los cinco náufragos japoneses perecieron de hambre, frío y angustia. Murieron empapados, yéndoseles la vida en las glaciales madrugadas del océano y en arremetidas de un viento helador. La macabra singladura duró cerca de un mes. Sobrevivió Miharu Sano, el más fuerte de los siete marineros de un velero de competición que zozobró entre Japón y la isla estadounidense de Guam.El pasado 26 de diciembre zarpaba de la costa sur japonesa el velero Taka junto a las demás embarcaciones deportivas que tomaron parte en la Copa Toyoko. Tres días después se perdía el contacto por radio con su tripulación. El barco había naufragado, incapaz de luchar contra la furiosa galerna y los golpes del mar embravecido. Quedó a merced de las olas, que escoraron el velero hasta que se fue a pique. Todos saltaron al bote salvavidas excepto el capitán, que prefirió esperar el rescate o hundirse con su barco.
La pasada semana, una fragata británica avistaba la balsa de Miharu Sano a unos 230 kilómetros al sureste de la isla de Chichijima, a 500 kilómetros del último contacto por radio. En la unidad de cuidados intensivos de un hospital de Tokio, el deportista, de 31 años, salvado en vísperas de su réquiem, narró a los médicos su odisea.
Miharu Sano, con 20 kilos menos, contó que vio morir a sus cinco compañeros después de que se agotasen las escasas raciones de agua y comida. Cayeron uno a uno a partir de la segunda semana de aguantar temperaturas bajo cero y una progresiva deshidratación. Nadie se explica cómo la fuerza aérea nipona, con instrumentos capaces de detectar el periscopio de un submarino sumergido, no pudo localizar una balsa de tres metros. Miharu Sano tampoco supo utilizar un pequeño dispositivo de alarma que hubiera facilitado la búsqueda. El 9 de enero, un avión sobrevoló la balsa sin percatarse de su presencia.
Cuando todos sus compañeros fallecieron, Sano luchó a toda costa por su propia vida. Bebió agua potable durante un aguacero y después logró cazar un pájaro de mar milagrosamente posado en el bote. El náufrago desplumó el ave, y consiguió tragar su carne cruda. Con la sangre del animal escribió en un flanco de la balsa: "Vimos un avión el día 9". Aquel día, los náufragos se desgañitaron por hacerse notar, pero el avión pasé de largo. Días después, cuando Sano ya estaba rodeado de cadáveres, otro pájaro vino a detenerse en la balsa y fue también apresado. Hubo suerte, la pieza aportó en el pico una ración extra: un pez que fue devorado hasta las raspas. Agotadas las existencias, comenzaron las alucinaciones y la entrega.
Miharu escuchaba en su delirio voces de niños. "A veces me sobresaltaba pensando que había llegado a puerto. Pero al incorporarme comprobaba que únicamente me rodeaba el mar", relató a los médicos. Según éstos, las visiones indican lo cerca que estuvo el náufrago del fallecimiento. La recuperación del deportista es buena. Ya ha engordado cuatro kilos, pero deberá permanecer un mes hospitalizado para superar las secuelas físicas y psíquicas de la dramática peripecia que solamente él ha podido contar.
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