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Pepe

José María Aznar haría muy bien en contratar a un experto en lenguaje popular -pero popular de verdad, del pueblo, no de su partido- antes de embarcar al PP en jacarandosas aventuras como la de esta última campaña, según la cual todos pueden ser Pepe y, encima, se gustan.A mí, la cosa me ha recordado un viejo chiste de mi niñez, que iban y preguntaban cuál era la mujer más mayor de España. Ah, pues no sé. Sí, hombre, decían: Carmen Morell, porque tiene el Pepe Blanco, haciendo referencia a la entonces famosa pareja de tonadilleros y porque pepe es una de las formas castizas de llamar al vello púbico -ojo, corrector, no ponga bello público- femenino, siendo otras parrús -onda barrio catalán de clase media para abajo- y montera, en el ambiente taurino y aledaños.

Así que han metido la pata, porque no me puedo imaginar a toda una dama como Isabel Tocino aceptando que es un Pepe, ni siquiera un Tío Pepe, siendo lo suyo más bien de Oporto y de destinos más altos, ni a toda la clientela de Serrano disponiéndose a ser blanco de semejante grosería.

Es que no se enteran. Están demasiado ocupados con la vara de medir corrupciones, y la verdad es que pueden hacerlo, medir, quiero decir, porque nadie como la derecha española supo cuántos escándalos, cuánta especulación, cuánta fortuna sucia se hizo durante el franquismo. El problema es que, como no quedó hemeroteca del tema, no se les puede desmentir cuando alardean de que lo de ahora es peor: las dictaduras ocultan siempre los datos que les comprometen.

En cualquier caso, me muero por ver los vídeos propagandísticos que ha realizado el Spielberg de la calle de Génova. Seguro que desde los documentales del No-Do no se ha producido nada mejor.

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