Pasiones y olvidos en Yugoslavia
Un espectador europeo occidental tiene motivos para sentirse perplejo ante la percepción dominante en tomo a la crisis yugoslava. Se ha hablado, a de la victoria croata en el campo de la información. Es verdad que resulta sumamente difícil ver en las televisiones europeas imágenes que no tengan su origen en el territorio controlado por el Gobierno de Zagreb, o leer informaciones capaces de ofrecer el punto de vista serbio o yugoslavo con el mismo énfasis que se ofrece el de los secesionistas. Por mucho que esto sea así, tiene que haber otros motivos para que las posiciones independentistas cuenten con el apoyo casi general de una opinión europea que ha desbordado en ocasiones la prudencia de sus propios Gobiernos.Se entiende que movimientos nacionalistas de tendencia disgregadora se hayan situado unánimemente a favor de las tesis eslovena y croata. Es comprensible que los grupos de extrema derecha, tanto por nostalgias históricas como por elementales reflejos anticomunistas, hayan seguido el mismo camino., A partir de aquí, las cosas. son algo más complicadas. El prestigió de un difuso principio de autodeterminación entre las posiciones de signo progresista puede explicar parte de la cuestión. El vago sentimiento antiestatal de amplios sectores de la inteligencia izquierdista arroja luz complementaria sobre el, gusto por cualquier alteración del statu quo, en coherencia con las ventajas atribuidas desde esas instancias a todo proceso de cambio, incluso aunque se ignore la dirección en que el mismo se produce. En última instancia, el anticomunismo de todos los matices, con especial significado del anticomunismo de los hasta ayer celosos defensores de la cruel utopía soviética, tiene que tener un lugar significativo para entender el humor dominante ante la disgregación del Estado, que tantas esperanzas suscitó durante décadas en la izquierda europea. Incluso es posible que apreciaciones superficiales hayan contribuido a la general alineación del grueso de la opinión occidental con los independentistas. La visión de los flamantes uniformes de la Guardia Nacional croata, encontraste con el aspecto andrajoso de los resistentes serbio croatas y el no demasiado aseado aire del Ejército federal, ha podido tender a generalizar la imagen de una lucha entre el Occidente católico y el Oriente bárbaro, en que la elección de bando venía obligada para tanta reciente e insobornable vocación europea.
No quiero hacer caricatura de los puntos de vista de los secesionistas yugoslavos. Quizá un avezado dirigente ex comunista como M. Kuoan, o generales del viejo régimen como F. Tudjman y M. Spegdj, no sean los denunciantes más adecuados de un Milosevic neoestalinista; pero lo cierto es que ni el líder serbio ni su principal opositor local, V. Draskovic, ofrecen una imagen especialmente tranquilizadora que contraponer al fundamentalismo independentista de unos pueblos que tan significativo papel tuvieron en el surgimiento de Yugoslavia. Aceptando que puede haber razones para la secesión, del mismo modo que las ha habido para el mantenimiento de la federación, creo que resulta conveniente salir al paso de dos argumentos esgrimidos una y otra vez por los defensores de la independencia croata. Uno tiene que ver con la consideración como mero pretexto de la existencia de población serbia en territorio croata. El otro, con los límites de la autodeterminación.
Rebajar la preocupación yugoslava por los serbio-croatas a un mero pretexto con que disimular ambiciones imperiales es situar las exigencias de moralidad pública en niveles demasiado bajos' incluso para el momento de general escepticismo que nos ha tocado en suerte. Sea o no oportuno recordarlo, lo cierto es que el Gobierno croata independiente surgido al calor de la Segunda Guerra Mundial llevó a cabo -con la imprescindible colaboración del Gobierno alemán de aquellos años- uno de los genocidios más despiadados de la historia europea. Si se atiende a la extensión del territorio controlado por los seguidores de A. Pavelió y al tiempo que permanecieron en el poder, no es fácil encontrar ejemplos recientes que puedan- superar la demencia asesina desencadenada por el conglomerado de reaccionarios y fascistas que protagonizó la primera edición de la independencia de Croacia. Los sujetos pasivos de la demencia, sin menoscabo de otros colectivos especialmente aptos para la barbarie de este siglo (judíos, masones, comunistas, intelectuales decadentes, etcétera), fueron los ciudadanos serbios que vivían en el país entonces supuestamente liberado.
Cierto que los pecados necesitan del perdón y que ningún pueblo puede ser víctima de su pasado de modo permanente. Pero relegar el dramatismo de aquellos bárbaros años a la condición de pretexto para los afanes expansionistas del actual Gobierno de Belgrado se parece mucho a una insoportable injusticia que en nada puede ayudar a la serenidad del pueblo serbio. Que el Gobierno alemán rivalice con el Gobierno de Zagreb en amnesia tan intranquilizadora no puede suponer sino el aumento del desasosiego de un pueblo que comparte con el judío- y el ruso la condición de víctima predilecta del fascismo alemán y de sus colaboradores.
Los límites al proceso de autodeterminación defendidos por el Gobierno croata y sus simpatizantes resultan especialmente alarmantes en cuanto se plantean sin solución de continuidad con el ejercicio de ese principio por el Gobierno de Zagreb. Los secesionistas croatas han roto por decisión unilateral el Estado y las fronteras de Yugoslavia de conformidad con un supuesto derecho autodeterminante ejercido al margen de las previsiones constitucionales internas y de la regulación internacional de las Naciones Unidas. Pero cuándo el ejercicio de ese supuestamente inalienable derecho es propuesto por la minoría serbia de Croacia, los independentistas croatas y sus aliados han considerado la propuesta como un intolerable atentado a la integridad de su emergente nación. Siendo sagradas las fronteras del nuevo Estado, no las del Estado anterior, los gobernantes de Zagreb están dispuestos a. vender, y la Europa comunitaria a comprar, declaraciones de respeto a las minorías. Pero si proclamar el respeto a las minorías debe ser suficiente garantía para los serbios de Croacia, no se entiende que el pluralismo federal no sea suficiente satisfacción para los croatas en Yugoslavia. Y si se desconfía de la vocación federal del Gobierno de. Belgrado en atención a su historial comunista, habrá que comprender que otros manifiesten su desconfianza hacia el, del todo punto más lamentable, pasado fascista-reaccionario del Gobierno croata.
Es verad que ningún conocedor de la historia del nacionalismo puede escandalizarse por la pasión y el olvido que rodean de modo obligado a todo movimiento nacionalista en fase de afirmación. Pero, siendo esto así, no acaba de entenderse que las democracias occidentales deban asumir estas actitudes en su búsqueda de una solución, pacífica y justa para un pleito sumamente complicado.
Andrés de Blas es catedrático de ciencia política de la UNED.
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