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Un talento disperso y perdido

Sampson llega al Unicaja tras una frustante carrera

Santiago Segurola

S. SEGUROLA Dos rodillas de cristal y un carácter complicado han cortado la carrera de Ralph Sampson al cielo del baloncesto. Una vez fue el jugador más esperado del mundo, cuando jugaba en la Universidad de Virginia. Nunca antes se había visto semejante mezcla de talento y coordinación en un hombre de 2,22 metros. Ni Jabbar había generado tanto entusiasmo en la Universidad de UCLA. Ahora, con 31 años, Sampson recala como jornalero en el Unicaja Ronda de Málaga. Ayer pasé el examen médico. Por el camino se ha perdido un baloncestista que amenazaba con cambiar todos los conceptos del juego.

Era un chiquillo y una celebridad. En Sampson se habían conciliado todos los sueños del juego. Altísimo, habilidoso, rápido y ágil. Su clase era inmensa. Cuando decidió enrolarse en la universidad de Virginia, los especialistas consideraron que una nueva era había comenzado.Las comparaciones con Jabbar surgieron de inmediato. Ambos tenían la gracia y la facilidad para dominar la pista. Sin embargo, Jabbar nunca tuvo la pretensión de, Sampson: jugar en cualquiera de los puestos del equipo, incluido el de base.

Sampson tenía tanta calidad que quizá perdió el rumbo. Nunca acabó de tener una identidad diáfana en el baloncesto. En Virginia, batió todos los records individuales de los Cavaliers y fue nombrado mejor jugador universitario del año en tres ocasiones consecutivas. Los resultados globales no tuvieron el mismo éxito. Nunca conquistó el campeonato nacional.

Su incapacidad para dominar en solitario el campeonato universitario provocó algunas dudas. Le tildaron de disperso y perezoso, pero sobre todo le acusaron de falta de instinto ganador. Pero su categoría era incuestionable. Fue elegido por los Rockets de Houston como primer jugador del draft del 83. Era un hombre franquicia.

La carrera de Sampson en los Rockets no alcanzó las expectativas previstas. En su primer año con los Rockets, sólo ganaron 29 partidos. Pese a todo, fue nombrado novato del año. El problema era que no había transportado a su equipo de la mediocridad a la excelencia.

La leyenda negra estuvo a punto de romperse en las temporadas siguientes. Los Rockets escogieron en 1984 a Akeem Olajuwon en el draft y surgió el famoso concepto de las Torres gemelas. Y en 1986 llegó el momento que le marcó como jugador. La final contra los Celtics le daba la oportunidad de consagrarse como uno de los grandes. Fue su tumba. Arreciaron las críticas contra su estilo de juego. Sampson perdió los nervios y en uno de los partidos la emprendió a golpes con Jerry Sichting, un base reserva de los Celtics. El gigante contra un humilde jugador blanco. Sampson estaba marcado. Cuando regresó al Boston Garden, fue insultado. Sólo anotó dos puntos. Los Celtics ganaron la final; Sampson se ganó un puesto entre los malditos.

En 1987 se inició el rosario de lesiones. Sus rodillas comenzaron a flaquear. Fue traspasado a los Warriors de Oakland. Y allí continuaron las lesiones y el peregrinaje. Siempre quedaba la esperanza de rescatar su talento. Y los equipos lo buscaban. De los Warriors a los Kings de Sacramento. Y finalmente a los Bullets.

En Washington apenas ha durado dos meses: rodillas de trapo. Su futuro estará algún día como técnico en la universidad de Virginia, donde es un mito indestructible. Pero antes ha querido probar en Europa. Sus compañeros siempre han dicho que el baloncesto le gusta de veras, contra la opinión de sus críticos. A los buenos aficionados les bastará con disfrutar de algún retazo de toda la grandeza que una vez perteneció a Ralph Sampson.

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