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Música y miseria en las orquestas rusas

Andréi Boreyko dirige la Filarmónica de Yekaterinburgo por 1.300 pesetas al mes

La ciudad de Yekaterinburgo, llamada hasta hace poco Sverdlovsk, está a caballo entre Asia y Europa, de tal forma que en la sala de conciertos de la Filarmónica, la mitad de los músicos se sientan en un continente y la otra mitad en el otro. No obstante, esto no inquieta a su director, Andréi Boreyko, cuando mueve la batuta y hace sonar los 100 instrumentos con fama de ser los mejores después de los que componen las orquestas de Moscú y San Petersburgo. Lo que preocupa a Boreyko es la fuga de músicos que sigue a la tocata de la crisis por la que atraviesa su país. "En menos de un año he perdido a 20 intérpretes, unos para trabajar en orquestas extranjeras, donde se les paga lo que merecen, y otros para cambiar de oficio porque no quieren morir de hambre", dice el joven y brillante director. Y añade: "Ni siquiera yo mismo descarto la posibilidad de abandonar Rusia".

Nacido hace 34 años en San Petersburgo, en cuyo conservatorio hizo la carrera de música, Boreyko es hijo de un inmigrante polaco y de una bailarina rusa. Está casado con una. violinista llamada Julia. El matrimonio tiene una niña de ocho meses, que, a juzgar por la modulación de su llanto, promete ser una gran cantante de ópera.

"Desde que dejó de existir el Ministerio de Cultura, ninguna orquesta recibe subvención del Estado. Ni hay seguridad económica ni estabilidad política", explica Boreyko. El precio de la entrada más cara para nuestros conciertos es de tres rublos (al cambio de hoy, tres pesetas), el sueldo medio de un músico es de 800 rublos mensuales, y el mío, de 1.300 (800 y 1.300 pesetas, respectivamente). ¿Se puede vivir así, cuando un kilo de la peor carne en el mercado cuesta 30 rublos?".

Los músicos deben adquirir los instrumentos, y eso sólo es posible si hacen alguna gira por el extranjero, algo cada día más difícil, porque ahora las orquestas rusas deben pagar el transporte en divisas, ya que no se les acepta la moneda nacional.

Pese a todo, los habitantes de Yekaterinburgo, la ciudad que vio morir a la familia del último zar de Rusia, siguen amando la música. "Las orquestas estamos al borde de la extinción, pero el pueblo llena las salas de conciertos. No hay pan, pero al menos hay música. Si no se hace algo pronto, también nos quedaremos sin esto", pronostica Boreyko. Se declara admirador de Simone Rattle, el director de la Orquesta Sinfónica de Birmingham, a quien considera en este momento el mejor del mundo. Y reconoce que prefiere un estilo romántico para dirigir al estilo belicoso al que tienden los alemanes.

Pero sobre todo, Andréi Boreyko lamenta que sus músicos tengan que malgastar horas en las interminables colas para comprar alimentos, tiempo perdido que deberían dedicar al trabajo. "Es milagroso que sigamos existiendo, a pesar de tanta dificultad y de tanta penuria. Es el milagro de la música. Cuando llamamos a Mozart con los instrumentos, jamás rehúsa venir. Y lo olvidamos todo durante dos horas de ensueño".

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