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La hora de los Parlamentos

Si la conferencia intergubernamental de Maastricht fracasa, la Comunidad habrá despreciado la ocasión histórica de constituir en torno a ella una Europa unida, único medio de establecer un segundo polo de potencia capaz de equilibrar la de Estados Unidos, hoy por hoy en posición hegemónica. En lo tocante a la unidad monetaria, las posibilidades de éxito son bastante grandes gracias a una astucia de procedimiento que permite hacer un quiebro a la oposición del Reino Unido; ésta no estará obligada, una vez _trascurrido el período transitorio, a fundir la libra con el ecu sin un voto del Parlamento de Westminster que lo autorice expresamente. Una perspectiva semejante permitirá al primer ministro, John Major, presentarse favorablemente ante sus electores dentro de unos meses.Por lo que a la unión política se refiere, los riesgos de fracaso son muy grandes. En el terreno de la diplomacia y de la defensa todo podrá arreglarse, más o menos, con las propuestas de Mitterrand-Kohl-González y con la asombrosa colusión del Reino Unido e Italia, es decir, del país más nacionalista y del país más federalista. Pero en lo referente a los poderes del Parlamento Europeo, que es una cuestión esencial, las cosas van a seguir casi paralizadas. La Comunidad se propone a sí misma, por un lado, como modelo ante los países del Este que se esfuerzan por alcanzar la democracia, y por otro, va a negar de nuevo a sus diputados, con casi total probabilidad, los derechos que exige a las ex dictaduras que concedan a los suyos. La Asamblea de Estrasburgo va a ser así, muy pronto, la más ridícula de todas cuantas han salido del sufragio universal entre Dublín y VIadivostock.

Y esto no es simplemente una cuestión de fidelidad a los princi pios que proclama, sino también un elemento importante de efica cia política. Los debates públicos de un Parlamento son superiores a cualquier otro método para examinar a fondo los diferentes aspectos de un problema y para medir el impacto de las diversas soluciones sobre la opinión de los ciudadanos. Si el asunto De Havilland hubiera sido discutido de esta manera -en lugar de quedar confinado en las antecámaras de lord Britain, muchos errores y malentendidos se hubieran evitado y se habrían respetado mejor los intereses de la Comunidad.

No olvidemos, por otra parte, que el Parlamento no es más que una de las dos instituciones legislativas de esta última y que reclama únicamente una codecisión con la otra, es decir, un reparto a partes iguales en lugar del 10% que hoy se le concede frente al 90% reservado al Consejo de Ministros. Éste, incluso, podría bloquear mediante unveto cualquier texto de los diputados que juzgara intempestivo. Dispondría así la Comunidad de un procedimiento de conciliación que evitaría además que una de las partes se negara a estatuir leyes o que lo hiciera con demasiada lentitud.

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Apoyada por las reservas francesas, la oposición del Reino Unido a tales medidas difícilmente podrá ser superada. Pasemos sobre la extraña paradoja que transforma hoy en saboteadores de la democracia a las naciones que históricamente fueron sus iniciadoras. La transferencia a la Comunidad de nuevas competencias de los Estados implica, en efecto, la transformación de las decisiones correspondientes, hasta ahora votadas por los Parlamentos nacionales, en decisiones ahora tomadas esencialmente por autoridades gubernamentales o tecnocráticas. Todo ello conduce a la aberración fundamental de un sistema en el que la Constitución queda establecida por procedimientos diplomáticos y no por personas elegidas por sufragio universal. Y así continuará hasta tanto los Parlamentos no se decidan a intervenir.

Ocasión tendrán de hacerlo dentro de unas semanas si los Parlamentos italiano, alemán y belga cumplen con su procla mada intención de no ratificar los acuerdos de Maastricht en el caso de que el Parlamento Europeo los declare inacepta bles. El de España podría se guir el mismo camino si se ali nea con la posición de su país en la conferencia interguberna mental. ¿Por qué no podrían las Asambleas de -estos cuatro Estados convocar entonces unas sesiones extraordinarias que reunieran de una manera paritarla a los parlamentarios nacionales de los Doce y a los parlamentarios europeos con el fin de que todos juntos trata ran de formular unas propues tas a los Gobiernos tendentes a corregir o a completar los tex tos considerados insuficientes? Podrían convocarse en Berlín para simbolizar la democracia europea que ellas encarnan.

Los franceses no estarían en condiciones de negarse a participar, ya que su pais ha pedido precisamente la convocatoria regular de tales sesiones paritarías con vocación consultiva. Los británicos, por su lado, dificilmente podrían mantenerse al margen de estas sesiones si únicamente tuvieran que deliberar sobre unas propuestas del tenor siguiente: "a) El Consejo Europeo somete al Parlamento Europeo la nominación del presidente de la Comisión. Una vez investido, éste escoge, de acuerdo con el Consejo, los miembros de la Comisión, que elabora a continuación su programa y lo presenta a. la aprobación del Parlamento. b) En aquellos campos en que las competencias pertenecientes hasta ahora a los Estados miembros estaban ejercidas mediante el voto de leyes nacionales antes de su transferencia a la Comunidad, las reglas del derecho comunitarias no pueden ser establecidas más que por leyes votadas en codecisión por el Parlamento Europeo y el Consejo".

¿Cómo no van a aprobar los parlamentarios tales sugerencias, que se corresponden con la naturaleza misma de los Parlamentos? En las sesiones de Roma, la mayoría de los británicos han ratificado un texto muy parecido. Si los Gobiernos rehúsan dar a estas propuestas una fuerza jurídica incluyéndolas en los tratados, ¿van a negarse al menos a consultarlas a los ciudadanos mediante referéndum? Lo que es seguro es que nadie, en ninguno de los 12 países, podría impedir que unos sondeos serios indagaran públicamente sobre estas cuestiones. Europa es una empresa demasiado fundamental como para que los pueblos no estén asociados en su construcción, por sí mismos o a través de sus representantes.

Maurice Duverger es profesor emérito de la Sorbona y eurodiputado por el grupo comunista de Italia. Traducción: J. M. Revuelta.

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