Cabezas rapadas
EL AUMENTO del goteo de fechorías protagonizadas por los skin heads ha reavivado la alarma social sobre esta tribu juvenil. La diferencia que hay entre esos cabezas rapadas y los gamberros de siempre es que los primeros asumen su condición como proyecto vital, aunque sea a muy corto plazo, mientras que los segundos simplemente tienen una manera episódica y estúpida de entender la diversión.Aunque se hacen clasificaciones de skin heads y se rastrean los matices ideológicos que pueden diferenciar a un nazi de otro independentista, hay una serie de elementos que los congrega: comparten un mismo maquillaje personal y una pulsión por la violencia contra los demás. Y es ahí, en el aprovechamiento de esta miseria espiritual, donde hay que buscar a los primeros responsables, aquellos que les dan un aparente sentido a su vacuidad suministrándoles episódicas banderas (la svástica o los colores de un club).
Indudablemente pueden buscarse razones sociológicas sobre su existencia: la propagación de modelos de conducta brutales, el espejismo de ciertos héroes de la ficción o la promesa mercantil e incumplida de que el joven es el amo del universo. Ayer mismo, el alcalde de Barcelona aseguraba que el fenómeno skin se acabaría en un año, con una policía y una justicia de barrio que actuara preventivamente, antes de que el skin encuentre el refugio de la panda donde sólo puede ser lo que el resto es: gorila fascista.
Es evidente que estamos ante un tema que pide la intervención policial -sospechosamente indulgente en alguna ocasión-. Pero seguramente no basta como remedio. Unos barrios sin vertebración, el halago a la condición de joven pero sólo como consumidor pasivo, la violencia ambiental que promueven quienes justifican la ley del talión o propagan alarmas chovinistas sobre la inmigración son un cultivo para estos sujetos que, de seguir creciendo, pueden convertirse en algo más que en un dramático engorro.
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