Teléfono móvil
El primer ejecutivo que vi con un teléfono móvil... (Me refiero a ese teléfono de bolsillo, imprescindible cuando se cruza la calle Génova a la altura de Colón, y la Castellana, y otras vías madrileñas donde para llegar a la acera opuesta antes de que el semáforo se ponga rojo hay que correr más que Carl Lewis; y como nadie corre más que Carl Lewis, todo el mundo ha de quedarse en el centro de la calzada, pasándose los coches por el anverso y por el reverso; y esa sería una pérdida de tiempo irreparable si no existiera el teléfono móvil, que permite llamar desde allí mismo y resolver gravísimos asuntos cuya urgencia no admite esperar a que el semáforo vuelva a ponerse verde).El primer ejecutivo que vi con un teléfono móvil estaba entrando en un portal y lo comunicaba: "En este momento llego a la oficina". Un segundo después volvía a salir, aún con el teléfono en la oreja, diciendo: "Quizá el estanco ya esté cerrado". Para mí que a ese ejecutivo le mandaban a por tabaco. Luego he visto muchos más. Cada día los veo por las calles con el teléfono pegado a la oreja, tan abstraídos que tropiezan con los viandantes, o con las farolas, o se meten en los alcorques.
El teléfono móvil ha resuelto las acuciosas necesidades de los ejecutivos. Pero no todas. Una cosa son las órdenes orales y otra bien distinta su constancia por escrito. De manera que ahora es preciso el fax móvil y, si me apuran, hasta la fotocopiadora móvil. Y, claro, la bacinica móvil también, pues durante la llamada, el fax o la fotocopia, acaso sobrevenga el apretón, y no pueden los ejecutivos interrumpir sus perentorias comunicaciones por motivo tan prosaico. Los ejecutivos, evidentemente, no paran de ejecutar, da igual si están plantados en un semáforo, o meneando las canillas, o en plena solemnidad evacuatoria. Qué tíos, los ejecutivos.
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