El equipo azuLgrana falló en exceso ante un Madrid que acusó la marcha de RochaEl Barcelona salvó el primer 'match ball'
VICENTE JIMÉNEZ Mala cosa es que don Nicolau Casaus, vicepresidente azulgrana, se acuerde de la pata de madera de su abuela tras un Real Madrid-Barcelona, partido que los voceros de la grada definen como de la máxima, de la temporada, del año y del siglo. Pues lo hizo. Se acordó de la pata de madera de su abuela por culpa de sus chicos, que fallaron lo que ni su abuela ni la citada pata habrían fallado. Peor aún es que, una vez concluido el encuentro, los teóricos del espectáculo hablen de justo empate, deportividad, gran labor arbitral y otras cuestiones periféricas, en lugar de hacerlo de goles, penaltis sin sancionar o expulsiones, injustas. Pues lo hicieron. Así fue que el anticipado pulso del año entre los dos grandes rivales se quedó en un empate flacucho (1-1), fruto de dos goles a balón parado, que ni hunde al Barcelona -se mantienen los seis puntos de diferencia-, ni coloca al Madrid como recobrado dueño del campeoriato -el líder es ahora el Atlético-, ni nada, de nada.Esa fue, al menos, la sensación con que la parroquía de Chamartín volvió a casa. Se citó guerrera, ansiosa y dispuesta a tragarse un partido desbordante y se quedó con la sospecha de que le habían birlado un punto. Y suerte -la de los campeones, dijo uno- que no fueron los dos. En Barcelona, la idea debió ser otra: ocasión desaprovechada de tomar Chamartín, algo que Cruyff no consigue desde el 74.
La primera ocasión en jugada del Madrid llegó en el minuto 67, lo que no fue un obstáculo para que hasta el minuto 56 mandara en el marcador, gracias al soberbio gol de Prosinecki. Hasta ese tiempo, el Barcelona había gozado de cuatro magníficas, inmejorables ocasiones -Laudrup (m. 18), Stoichkov (m. 22 y m. 41) y Begiristain (m. 46)-, pero no sacó provecho de ninguna de ellas. Estos contrasentidos también definen el percal de cada equipo, su categoría. A unos les basta con medio metro de regalo a Butragueño para llevarse el botín. Otros tienen que pegarle al suelo varias veces para pescar algo.
El partido tuvo un arranque soberbio pero engañoso, quince minutos de vértigo en los que los jugadores exhibieron con empeño los tacos de sus botas. Antic y Cruyff apostaron por la severidad defensiva y un sólo hombre en punta. Cruyff se dejó de probaturas y alineó una nutrida línea de cierre con cinco hombres.
Antic, tuviera o no morbo el partido para su presidente, rescató a Rocha de la farmacia, donde dormitaba entre antigripales. Al brasileño le soltaron a Stoichkov y aguantó 45 minutos, pero llegado el descanso, el virus y el búlgaro le llevaron a la ducha. El encuentro, por lo tanto, se definió a partir de tres vértices: Rocha, los fallos del Barcelona y el defectuoso marcaje a Butragueño.
Cruyff encomendó a Koeman y a Guardiola un marcaje alternativo sobre el delantero madridista. Erró, porque no hubo entendimiento entre ambos y el Buitre hizo lo que quiso hasta que Ferrer, allá por el minuto 70, se le tiró a la yugular. Gracias a una falta cometida a Butragueño logró Prosinecki el único gol local. El repertorio de determinados jugadores, léase Rocha o Butragueño, suele decidir partidos entre rivales de equilibrado poderío. En este sentido, el Madrid administró mejor sus rentas. Al final, un Barcelona muy fallón salvó su primer match ball. Buen argumentó moral es este para seguir tirando del carro en el Camp Nou. El Madrid maneja otro: 11 puntos a su favor, por sólo 5 el Barcelona. Tampoco está mal, aunque por Chamartín campan todavía muchas dudas sobre el potencial de su equipo. Casaus se acordó de su abuela. Malo. La parroquía madridista recurrió a las almohadillas. Peor.
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