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Entrevista:

"No me parece mal que se critique al crítico"

Frariz-Olivier Giesbert habla de su trayectoria profesional y de la política francesa mientras entran y salen de su despacho redactores que le consultan sobre titulares o el tamaño de una, foto. Cuando hablamos acababa julio y hacía mucho calor. Franz-Olivier Giesbert acaba de regresar de la URSS y está sorprendido ante la transformación de la sociedad: "Conocía la URSS de anteriores viajes. Entre ahora y antes hay una diferencia como entre el día y la noche. La sociedad ha alcanzado la edad adulta. En el Ayuntamiento de Leningrado pude asistir a una sesión en la que discutían ecologistas, socialdemócratas y democristianos, Lo hacían con mucho rigor y sin odio, mostrando desacuerdos muy profundos, pero convencidos de lo importante que era defender la libertad de expresión de todos. También hablé con Shevardnadze, pero no conseguí que me dijera otra cosa que las que ya sabía. Me habló del peligro de un golpe de Estado, de la amenaza de una dictadura, pero sin precisar nadaPregunta. La referencia a De Gaulle parece obligada para todos los biógrafos de Mitterrand. ¿Por qué?

Respuesta. De Gaulle es un genio, es el hombre que representa el siglo XX en Francia, una personalidad que domina completamente su época: hizo una Constitución que sigue siendo válida, aunque precise de algunos retoques; se inventó la política exterior francesa y sus criterios han servido hasta el hundimiento del muro de Berlín; marcó los grandes trazos de la política de defensa. Veinte años atrás yo era de los que criticaban el gaullismo, pero ahora, cuanto más leo y reflexiono sobre el personaje y su obra, más claro tengo que había que ser idiota para no admirar a De Gaulle.

P. Mitterrand no ha hecho nada de eso, no se anticipa a los hechos.

R. No; en el libro ya digo que no es alguien que cree acontecimientos, sino un político que sabe cabalgarlos. Mitterrand es un personaje fascinante porque es novelesco. Es una personalidad compleja, un hombre muy cultivado, con una biografía llena de altibajos, de recovecos, de triunfos y travesías del desierto. Ha llevado a la izquierda al poder, ha protagonizado la cohabitación con la derecha y ha vuelto a abrirle la puerta a la izquierda. Puede que acabe gobernando durante 14 años y eso ya me parece importante.

P. Pero su libro es muy crítico: le reprocha su cinismo, su falta de ideales.

R. Nunca los tuvo. Mitterrand se corresponde a los ochenta, es posmoderno, está en consonancia con una época que los filósofos, definen como "la era del vacío". No cree en nada, pero al mismo tiempo hace muchas cosas.

P. El escepticismo ante las grandes utopías no parece ahora un defecto.

R. No, y no se lo reprocho a Mitterrand. Lo que me parece escandaloso es que no se respete uña cierta ética. El caso del Rainbow Warrior es, en ese sentido, ejemplar. El poder menosprecia al ciudadano, le miente. Sucede lo mismo con lo de las falsas facturas y el affaire Urba: que los partidos organizasen un racket dedicado a drenar dinero de las empresas no es nada nuevo ni sorprendente. Todos lo hacían. El escándalo comienza cuando el Gobierno intenta impedir la investigación, que los datos lleguen a los jueces, cuando un ministro acusa falsamente a un juez de irregularidades de procedimiento. Y nadie dice nada, los socialistas actúan impunemente. En democracia los asuntos turbios existen, pero es posible perseguirlos y castigarlos. En Francia, no, y con ello se niega algo en lo que creo, que es la ejemplaridad del castigo. Se ha hermanado el dinero, el poder y la impunidad.

P. Según usted, la prensa se siente más a gusto o más libre criticando a la derecha que haciendo lo propio con la izquierda.

R. ¡El 80% de los periodistas sienten simpatía por la izquierda! Si Giscard hubiese nombrado a su hijo responsable de la política africana francesa se hubiese producido una enorme reacción en contra. Mitterrand lo ha hecho y nadie ha dicho nada. El sistema ha adquirido tintes monárquicos. La celebración del decenio Mitterrand ha comportado una serie de ceremonias o de emisiones de televisión que resultaban cómicas. El culto a la personalidad de Mitterrand ya sólo puede compararse con el existente en la China de Mao.

P. ¿Eso equivale a afirmar que el poder ejerce un control estricto sobre los medios de comunicación?

R. No; ya no hace falta gobernar los periódicos o las cadenas de televisión a base de telefonazos desde el despacho del ministro. Los bancos, los contratos de publicidad, pueden ser armas de presión igualmente eficaces. Pero no le diré que la prensa no es libre porque sería una falsedad. Hay poca gente que levante la voz, como si todo el mundo tuviese puesta una mordaza, pero ¡depende de nosotros mismos el cambiar la situación! El problema es que ha desaparecido la capacidad de indignación, que ha reaparecido la vieja tradición francesa que asocia cinismo y poder. Y ahora, si te quejas o denuncias los escándalos gubernamentales te miran como si fueses un insensato, y se preguntan: "Y a ése, ¿qué mosca le ha picado?".

P. Hay una versión oficial que asegura que Mitterrand quiso someter al ala izquierda del partido a la prueba de la confrontación con la realidad.

R. Es algo totalmente falso. Durante dos años Mitterrand creyó que los hechos y la economía obedecerían a su política de déficit público. Son los dos únicos años de su vida en los que debe de haber creído en algo. Cuando comprobó que la realidad no se plegaba a las teorías supo cambiar e imponer el giro hacia la austeridad que reclamaban gente como Delors o Mauroy. La interpretación que quiere que el presidente siempre haya sabido lo que sucedería con la desastrosa política económica de los dos primeros años sólo se sostiene porque vivimos en una época que se caracteriza por carecer de memoria.

P. ¿El viaje de Le Nouvel, Observateur a Le Figaro no le ha creado problemas de conciencia?

R. Un buen periodista es aquel que publica sin dudar, sin problemas ni vacilaciones, una información que puede estar en contradicción con sus convicciones. Basta con que la información sea cierta. Luego hay que saber calibrar su importancia y relacionarla con los otros datos de los que se dispone. Creo que en Francia cada día hay más periodistas de este tipo, que consideran que su único compromiso es con la información. Le Figaro es un diario de centro-derecha, liberal en el terreno económico, pero es un diario de información, y, porque. es fiable, pertenece a lo que llamamos prensa de referencia.

P. Timisoara, Tiananmen o la guerra del Golfo son tres acontecimientos que han puesto en cuestión la veracidad de las informaciones y de los periodistas.

R. En algunas ocasiones la prensa se ha equivocado y eso hace que hoy sea un poder bajo sospecha. No me parece mal que se nos vigile, que se critique al crítico. A veces puedo parecer un mal colega, pero no quiero ser gremialista. En cualquier caso, el público dispone de diarios entre los que escoger, de emisoras de radio o canales de televisión distintos. Durante la guerra del Golfo hemos trabajado bajo censura, es cierto, pero considero que logramos explicar lo que era importante. Bush creía que todo iba a resultar mucho más duro para los aliados y no quería que hubiese cámaras en el frente. Debo decir que a mí me parecen inmorales algunas de las imágenes filmadas en Vietnam, que no creo que tengamos derecho a mostrar en una pantalla a alguien agonizando o gritando cuando acaban de herirle. Soy un espectador que detesta ver el dolor humano convertido en espectáculo.

P. Pero ¿no cree que se magnificó el poderío del enemigo, supuesto cuarto ejército del mundo, para justificar la necesidad de la intervención?

R. La información de los mejores especialístas probaba que Irak poseía un gran ejército. Que no hayan sabido servirse de sus armas y la moral de las tropas fuese muy baja o que los aliados incomunicasen las distintas partes de este ejército en sólo dos días es otra cuestión. No creo que pueda decirse que la prensa se ha dejado engañar.

P. Pero durante años todo el mundo creyó en las estadísticas de producción soviéticas, que luego han resultado falsas.

R. Hace 10, 1, 5 o 20 años, cuando ibas a la Unión Soviética y no te dejaban visitar, ni tan sólo ver, ciertas zonas siempre tendíamos a sospechar que nos ocultaban grandes secretos militares o tecnológicos. Todo era mucho más simple. Se trataba de ocultar de la mirada de los forasteros la realidad miserable de un país. Ver cómo vivían los soviéticos fuera de Moscú y algunos lugares privilegiados era un insulto para todo el sistema.

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