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El dinero quema en las manos

En 1920, un brillante economista de Cambridge describió al británico de aquella década como el hombre que comparte su té de la mañana con el teléfono para dar órdenes de inversión en cualquier lugar del mundo. Era un antecedente claro del actualmente llamado tiempo real, fruto de la revolución informática, aunque hijo natural de la filosofía y dilecto alumno de la codicia. Ludwig Wittgenstein, que conoció en Cambridge al brillante economista cuando el filósofo vienés todavía no había resuelto a cuál de sus pasiones -el pensamiento puro y la aviación- dedicaría su vida, aportó a su generación el preludio de las modernas reflexiones sobre el tiempo y también sobre su ahorro en el campo de la economía.Antes de que los analistas financieros sacralizaran la idea de la aldea global comprando y vendiendo valores en Wall Street desde cualquier lugar del planeta, el viejo axioma "el tiempo es oro" no había impedido jamás que la liquidez pagara intereses. Y es que el dinero quema en las manos, según refiere un aforismo monetarista contrastado ayer cuando las luces de paso y bolsas internacionales- abrieron de, nuevo los canales de la inversión.

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