El Tour de España
EL TOUR es la prueba más importante del calendario ciclista español. Año tras año, la ronda deportiva francesa congrega durante el mes de julio la atención de millones de telespectadores, radioescuchas y lectores de periódicos españoles. Durante el franquismo se especulaba, con una temeridad que sólo podía proceder del cinismo o de la ignorancia, con telúricas conexiones entre el alma -preferentemente castellana- y la dureza inaudita de la montaña para explicar unos modestos éxitos y, de rebote, una afición muy real por una carrera que ha interesado más al ciudadano que la propia Vuelta a España. No aventuraremos ninguna reflexión antropológica de baratillo para fundamentar una pasión comprobada; quizá, únicamente que la afición española sabe valorar lo auténtico ante más de un centenar de corredores subiendo y bajando desmontes durante un mes canicular.En una de las iniciales ediciones del Tour, en la que se ascendía por primera vez uno de los gigantes pirenaicos, el corredor francés Lapize, que ganaría aquel año la prueba, llegó a la meta montañera en tal estado de consunción que, acercándose a Henri Desgranges, sólo pudo espetarle una palabra: "Asesino". En el rostro del gran organizador deportivo se intuyó la comisura de la satisfacción que acompaña al deber cumplido. Ésa es la implacable majestad de la competición, que ni siquiera desmienten las modernas bicicletas manta, los manillares triatleta, las ruedas de una u otra aerodinámica morfología
Ayer se coronó vencedor del Tour el cuarto de los españoles en haber culminado la proeza: el navarro Miguel Induráin. Está más que justificado el orgullo por su victoria. Pero lo que cuenta por encima de todo en la carrera francesa es su íntima verdad. Aun sin victoria nacional, a la afición española le seguiría entusiasmando el Tour. Ahí reside toda su grandeza.
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