Induráin rompe el Tour en la etapa reina
La etapa reina desveló todos los enigmas de este Tour. La auténtica montaña dictó sentencia, como corresponde a la leyendade esta prueba. La verdad indiscutible que emana de las cumbres coronó ayer al español Miguel Induráin, de 27 años, como nuevo líder, y al italiano Gianni Bugno, como su principal opositor. Ambos son los genuinos sobrevivientes del llamado curso del 64, destinado a imponerse en esta prueba por deseo expreso de los organizadores, que quisieron suavizar la carrera. Induráin dispone ahora de márgenes importantes para llegar de amarillo a París. El curso de¡ 60 se batió ayer en retirada: LeMond perdió 7.18 minutos, y el español Delgado, más de 14. Sólo Fignon se resistió a morir anticipadamente.
Los organizadores del Tour habrán aprendido ayer a ser consecuentes: no se le puede privar a la ronda francesa de las jornadas que han labrado gran parte de su literatura épica. Y esas jornadas vivieron y vivirán en las cumbres. Bastó que el pelotón subiera las pendientes del mítico Tourmalet bajo el calor sofocante que hace cantar a las chicharras, para que los llamados a tomar el testigo de los grandes se hicieran igualmente grandes. La Societé Tour de France deseaba adelantar la sucesión por decreto, diseñando recorridos aptos para la generación del 64 y sin recurrir al preceptivo designio de la gran montaña. Pero la gran montaña se adelantó a los burócratas. Los 232 kilómetros entre Jaca y Val Louron, con cinco puertos majestuosos, destrozaron la carrera, pero también le hicieron recuperar su mitología.Desde ayer, Induráin se coronó como el nuevo líder del ciclismo español, así como el italiano Bugno tomó los poderes como su futuro y tenaz enemigo. Pero ambos necesitaron el beneplácito del Aubisque, el Tourmalet y el Aspin, tres de las cumbres que forman la tetralogía de los Pirineos (no se subió el Peyresourde). Induráin llegará de amarillo a París una vez solicite y obtenga el placet de los Alpes. ¿Qué sería del Tour sin la palabra de los Alpes y los Pirineos?
La etapa reina puso a cada cual en su sitio, como era fácil de suponer, porque la alta montaña rechaza el disimulo o el imperio de la táctica de equipo. Cuantos dudaron de lo sucedido el jueves habrán entendido ahora la situación: LeMond no se encuentra a gusto en la montaña esta temporada y el Banesto disfrutaba de una opulencia falsa. Francamente, José Miguel Echávarri, el director del Banesto, sabía el mismo jueves que tanto Delgado como Bernard no eran piezas sólidas como para ordenar batallas indiscriminadas. Con buen juicio, decidió esperar a seguir el plan previsto; es decir, atacar en una etapa que él tenía fijada en su mente desde el principio de la prueba.
El Tourmalet
Echávarri se había mostrado entre enigmático y aburrido. Siempre dos mensajes en su boca. Uno: "Hay que esperar a Val Louron. Después habrá otro Tour y quizás nosotros podamos hablar de un líder". Segunda frase: "No me queda ninguna duda del estado de forma de Induráin". La etapa pirenaica resolvió la sucesión en el ciclismo español. En el Tourmalet, cumbre de especial significado para los españoles, Delgado cedió todos sus poderes en favor de Induráin.
Porque fue el Tourmalet el punto clave de la etapa y quien sabe si de este Tour. Tanto Delgado como Bernard -que se recuperó en el último tramo- sufrieron dificultades para seguir el grupo de los notables en los dos puertos anteriores (Portalet y Aubisque). Al Tourmalet llegaron francamente descolgados, por lo que la táctica de Banesto dejaba de ser ofensiva. Los restantes favoritos estaban obligados a variar sus cálculos: Induráin estaba tan solo como LeMond, Bugno, Chiapucci, Mottet o Fignon. Cada cual estaba con su verdad expuesta ante el Tourmalet.
Fue la natural agresividad del italiano Chiapucci la que despertó el comienzo de las hostilidades. Sus continuos ataques obligaron a LeMond a un duro esfuerzo en las ascensión. A escasos 100 metros de la cumbre, el norteamericano decidió tomarse un respiro especulando con que recuperaría los segundos perdidos (no más de ocho) en el descenso.
LeMond calculó que nadie osaría atacarle en su descenso, conocida como es su fiereza y determinación en ese terreno. Pero Induráin saltó de inmediato y no esperó. En ocho kilómetros, sorteando curvas a impresionante velocidad, Induráin llegó a sumar más de 50 segundos de ventaja. Su táctica fue la mejor de las conocidas: no conceder un solo kilómetro de alivio al rival.
La montaña usó sus poderes y fragmentó el gran pelotón en decenas de pequeños grupúsculos. Cada corredor tuvo oportunidad de irse situando según la medida de sus fuerzas y el temple de su carácter. Pero nadie pudo abusar de la táctica ni disimular. Así, Induráin esperó a Chiapucci, que saltó al iniciarse las rampas del Aspin, para colaborar en el buen fin de la escapada.
Chiapucci era el companero ideal para un viaje semejante: ambicioso pero no directamente peligroso. El italiano podía ser egoista y solidario a la vez. Juntos aumentaron la ventaja en el ascenso al Aspin, y luego la mantuvieron subiendo las duras rampas del Val Louron. Otra prueba de la verdad que ofrece la montaña la dio el francés Fignon, que fue de atrás hacia adelante hasta encontrar su verdadero sitio, la de un campeón dispuesto a seguir siéndolo en los peores momentos.
LeMond, hundido
LeMond iba tan despacio que llegó a caerse, empujado por un coche de asistencia que le encontró casi parado. LeMond quedó desasistido. De hecho, la desventaja aún habría sido mayor si su compatriota Hampsten, del equipo Motorola, no hubiese tirado de él en el Aspin. y más tarde, si Eric Boyer, su compafiero del Z, no hubiese llegado desde atrás en la base del Val Louron para ayudarle. Ver a Boyer frenando en su ritmo para esperar a LeMond, cuando faltaban tres kilómetros para la llegada, era una imagen patética. Mientras, el francés Leblanc, que llegó a más de 14 minutos, era relegado a la patética imagen que en el Tour ofrecen los líderes de paja.
Sólo el italiano Bugno logró obtener algún beneficio de los últimos kilómetros, cuando descolgó a Mottet y Fignon en los últimos kilómetros. Bugno optó por una actitud conservadora pero inteligente. Prefirió simplemente mantener su opción en espera de acontecimientos futuros, y recortó un minuto en las últimas rampas.
Miguel Induráin es ahora el séptimo corredor español que viste de amarillo en el Tour a lo largo de su historia, tras Poblet (1955), Bahamontes (1959 y 1963), Errandonea (1967). San Miguel (1968), Ocaña (1971 y 1973) y Delgado (1987 y 1988). Pero puede ser el cuarto, después de Bahamontes (1959), Ocaña (1973) y Delgado (1988) en ganarlo. Y puede ser también el más joven ganador español. Induráin puede ser muchas cosas en el ciclismo. Su palmarés dentro de la aristocracia de los grandes comenzó ayer. Y comenzó con el beneplácito del Tourmalet.
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