La alegría de vivir
En un prólogo a Los árboles mueren de pie, de Alejandro Casona, leo esto: "SI en los protagonistas hay un rechazo del realismo por su exceso de brutalidad y una aceptación de la fantasía como sustituto, al final, los personajes, con'un gesto de energía humana, comprenderán que aceptar esa realidad, aunque dolorosa, es la forma más hermosa y digna de vivir la existencia".La más hermosa y digna. Y también la única realmente valerosa, añado yo. Una de las cosas que se me hacen insoportables es la mentira y la hipocresía. Procuro buscar con todas mis fuerzas la verdad. Por consiguiente, no me parece ético engañar a las gentes con promesas ilusorias que jamás llegan a cumplirse.
La vida hay que aceptarla mirándola de frente, a la cara.
Ahora bien, la nuda realidad, la realidad a secas, puede llegar a embotar nuestra sensibilidad hasta convertirnos en auténticas bestias.
¿Acaso, amigo, no has encontrado en tu camino a hombres como hechos de cemento, indiferentes ante el sufrimiento humapo?
En nuestro discurrir por las sendas de la vida, y para evitar ese embrutecimiento, el único remedio, a mi manera de ver, es la fantasía.
Siempre he admirado al hombre soñador. Aquellas gentes y aquellos pueblos que saben conjugar realismo y fantasía son los que tienen mi predilección. Una buena consigna para una existencia plena y exuberante pudiera ser ésta: ¡voluntad y fantasía!
Rechazo frontalmente toda concepción pesimista de la vida.
Lo bueno, lo profundamente ético, es el gozo de vivir. Aquellas ideologías que sistemáticamente han utilizado el instintivo miedo a la muerte para lograr imponerse me resultan insoportables.
Ven un cadáver -comenta Nietzsche- y concluyen: refutada la vida.
El valerse del miedo y el fomentarlo entre la gente opino que no es decoroso. "Non decet", decían los antiguos romanos. El hombre auténtico acepta la existencia en su dimensión total. Con toda la innumerable gama de gozos y de sombras, inherentes a la misma.
El otro día me preguntó un companero de qué manera me gustaría morir. Sin pestañear, le contesté: de alegría, de risa.
Y al darle esta respuesta pensaba en la despedida postrera de Epicuro, quien, tendido en su lecho de muerte, confesaba a sus discípulos: "Hoy es el día más feliz de mi vida".
Finalizo con esta anécdota: un día entré en una taberna gallega, pedí un ribeiro y me puse a observar cómo cuatro hombres jugaban al dominó. A los pocos minutos llega un amigo de los jugadores. Uno le pregunta:
-¿De onde ves?
-Veño da aldea, pero xa non penso volver mais.
-¿E logo, home?
-Porque alí non se fala mais que de desgracias. Todo e iválgame Dios e vaia por Dios! Vaia polo carallo.-
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