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Movimientos sin éxito

Los periódicos tienen problemas porque son aburridos y publican noticias irrelevantes para muchos ciudadanos. Ni siquiera la industria del escándalo -verdadero o falso, genuino o fabricado- asegura clientes en los puestos de venta o en el servicio de suscripciones. Este diagnóstico empieza a ser un lugar común en las reuniones de periodistas. Pero que se convierta en algo habitual en la reunión anual de la organización internacional que agrupa a los defensores de los lectores empieza ser algo más que un tópico. Y la última asamblea de la Organization of News Ombudsman (ONO), reunida hace unas semanas en Jacksonville (Florida, EE UU), estuvo entreverada por esa inquietante certeza: la crisis económica, la competencia de otros medios de comunicación y la modificación de los hábitos culturales está provocando un cierto declive en las economías de la prensa escrita. Ésa era, al menos, la impresión de la mayoría de periodistas y conferenciantes de Estados Unidos que intervinieron en la reunión. De hecho, de los 71 ombudsman que existen en todo el mundo, un tercio de ellos, en su mayoría norteamericanos y británicos, no asistieron por la restricción de gastos adoptada por sus empresas. Además estuvieron presentes ombudsman de Canadá, Israel, Japón, Suecia, Brasil y España. Fred McGunagle, colega norteamericano, ofreció los datos recopilados por el profesor de periodismo Gerald Stone, de la Universidad del Estado de Memphis: el porcentaje de lectura diaria de periódicos entre adultos norteamericanos, que se situaba en un 73% en 1967, ha descendido a un 50% en 1989. Pero lo más grave es que el porcentaje de lectores jóvenes, entre 18 y 29 años, con un nivel de lectura diaria de un 60% en 1967, ha caído a un 25% en 1989; es decir, se ha reducido a menos de la mitad.

La explicación más socorrida es achacar el declive a la competencia de la televisión. Pero el profesor Stone indica en su estudio que la audiencia de los informativos de televisión entre los jóvenes también ha disminuido en estos últimos años, aunque no de una manera tan pronunciada. Su diagnóstico apunta en otro sentido: el cambio de hábitos culturales de los jóvenes norteamericanos, su creciente desinterés por los asuntos públicos, la política en concreto, y un menor espíritu crítico frente a las instituciones privadas o públicas. El conformismo social no estimula la industria de la prensa escrita.

¿Tiene algo que ver la realidad que dibuja ese estudio con lo que sucede en España? La pregunta era difícil de responder. Los periodistas norteamericanos lo dudaban al saber que en Madrid, capital de un país con uno de los índices de lectura de prensa diaria más bajos de Europa, en los últimos dos años se ha duplicado el número de diarios. Sin embargo, la falta de publicidad y lectores ahoga a muchas empresas periodísticas, que viven gracias a la respiración asistida que les facilita algún pulmón financiero. Mueren si les pisan el tubo, y eso no lo deciden los lectores.

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La preocupación por el declive de la Industria que se manifestó en la reunión de Jacksonville contrastaba con el escaso eco que tuvieron dos debates que han dividido a las redacciones de la prensa norteamericana. El primero se centró en la ruptura por algunos medios del anonimato que protege habitualmente a las víctimas de agresiones sexuales con motivo del caso del sobrino del senador Edward Kennedy; el segundo, menos intenso, sobre la difusión por los diarios de datos escandalosos, y aparentemente poco verificados, extraídos de una biografía de Nancy Reagan. En este segundo caso, los críticos planteaban la cuestión de la siguiente forma: ¿debe un diario difundir los rumores y cotilleos impresos en una biografía cuando esa misma información sería rechazada por poco fiable, escasamente comprobada y difamatoria si la ofreciera un redactor del diario?

La mayoría de los ombudsman consultados consideraban irrelelevante o retórica la pregunta, ya que cuando un hecho se convierte en noticia -sea un libro, un reportaje o cualquier otra cosa- es imposible ignorarlo. Por el contrario, el silencio sería interpretado como una forma de censura, dicen.

Caio Túlio Costa, aficionado a la poesía y ombudsman del diario brasileño Folha de Sâo Paulo, lo resumía con lucidez: "Éste es un movimiento sin éxito. Depende del momento en que narres el acontecimiento, aplicas un código u otro. Es un viejo dilema moral".

Vence el plazo

La Figura del Ombudsman está regulada en EL PAÍS por un estatuto que prevé en su artículo 61 que el "nombramiento tendrá una duración de un año, prorrogable sólo por otro más". Ese plazo máximo vence para este Ombudsman el próximo martes, día 21. Esta columna es mi despedida.

El teléfono directo del Ombudsman es el 754 45 53 de Madrid.

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