Derecho a la intimidad
Si hubiera un museo dedicado a la libertad de prensa, habría que enmarcar el artículo Caso pendiente, publicado por EL PAÍS el pasado 22 de abril, y exhibirlo entre las grandes conquistas del periodismo. Qué satisfacción más grande ver que en España tenemos más libertad que nadie (no como en Estados Unidos, donde se enfadan porque se publica el nombre de la presunta víctima de un presunto violador apellidado Kennedy), y esta libertad nos permite conocer con todo lujo de detalles el nombre, apellidos, edad, domicilio, estudios, cualificación profesional e inclinaciones sexuales de la víctima, así como el nombre de su hermana y su padre, la profesión de éste y hasta el hotel de Cancún donde se hallaba pasando unos días de descanso cuando recibió la terrible noticia. Es que no falta de nada. Nos cuentan también el nombre, apellidos, actividades y preferencias sexuales del presunto asesino, espía del Cesid, y hasta se nos da a entender que hubo champaña antes del crimen.Lo único que se me ocurre ante tamaño despliegue informativo es manifestar la indignación que, como simple ciudadano, me produce el desprecio por el derecho a la intimidad. ¿No hubiera bastado con poner las iniciales? ¿No se le ha ocurrido a nadie pensar en la familia de la víctima y en su legítimo derecho a no vivir su tragedia en un escaparate? ¿Hay de verdad algún interés informativo en identificar a la víctima y sus familiares, o se trata sólo del gusto por lo escabroso? ¿Dónde está la frontera entre el deber de informar y el vicio de alimentar el morbo? Respeto y leer la Constitución, que habla con mucha claridad de la intimidad y la vida privada. Qué casualidad que las tapas de mi ejemplar sean amarillas.- José F. Crespo.
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