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El Estudiantes forzó el cuarto partido

Luis Gómez

El Estudiantes logró aplazar la sentencia aun cuando el Barcelona no fuera misericordioso. El destino es cruel con los azulgrana y les obliga a un largo peregrinaje que hace más dramática su recta final: no se sabe si luchan por sobrevivir o realmente están en, disposición de ganar el título, El Barcelona trata de evitar cualquier derroche que aumente la lista de bajas. Hizo lo posible por ejecutar al Estudiantes cuanto antes. Tan es así, que algunos de sus veteranos abandonaron ayer la trinchera para ir al cuerpo a cuerpo.

Ello dio la oportunidad de presenciar, por fin, varios minutos en los que predominó la fuerza física sobre otras modalidades del juego. Desprovistos de munición, algunos protagonistas calzaron la bayoneta y otros prefirieron el cara a cara con las manos desnudas. En esas circunstancias, el baloncesto no deja de ser baloncesto; incluso alcanza un grado superior, más próximo a un pugilismo reglamentado, a una batalla corporal, lícita y épica. Pinone, por ejemplo, surgió en todo su esplendor en algunos minutos, enviando al suelo a propios y extraños sin perder el dominio de la situación ni el sentido de la propiedad: la zona era su zona; su misión, hacerla inabordable al contrario Los jugadores caían a su alrededor pero él semejaba al gran héroe blanco, esa figura cinematográfica no por amplia mente divulgada menos atractiva: simplemente, las balas ni le rozaban.

Durante diez largos minuto el marcador estuvo práctica mente detenido, como un contador averiado. El marcador era una anécdota poi-que el partido se iba a resolver en otro terreno mucho más próximo a la literatura que a la estadística. Epi trataba de atemorizar a Herreros, su rostro cuarteado por el sufrimiento y la mirada desencajada por ese afán ilimitado de victoria. Solozábal silbaba alrededor de Antúnez anunciándole una confianza fria y desmedida en el triunfo. El Estudiantes aguantó ese momento terrible en el que el Barcelona puso precio a su derrota. Pasado el trance, encontró el marcador en franquicia y al rival relativamente cansado: Norris observaba herido desde el banquillo, protegido su hombro con apósitos.

El Barcelona planteó batalla en el tercer partido. Buscó la sentencia con cierta desesperación porque necesita algo de descanso para tomar resuello ante lo que le espera. El Estudiantes, de paso, aprendió otra nueva lección: un equipo campeón no cae fácilmente, sin dejar un reguero de sangre o provocar una masacre. Es seguro que, en el cuarto partido, encontrarán al Barcelona entero y en su sitio, con el dedo en el gatillo, dispuesto a ejecutar o, en su defecto, hablar de la semifinal cara a cara.

Ambos buscaron un final diferente. El Estudiantes se vio obligado a eludir que el partido se resolviese en el último minuto, porque conoce sus consecuencias. Precisamente por eso, el Barcelona entendió perfectamente que el partido se le marchaba de las manos si permitía que su rival abundase en diferencias que superaran los diez tantos.

Y fue cuando el Estudiantes preparaba su segunda carga (61-51, a falta de 12.50) que se encontró a Epi, Solozábal, Trumbo y Montero fuera de la trinchera con la bayoneta calada y dispuestos a negociar cada palmo de terreno. En ocho minutos de combate, el Estudiantes hizo nueve tantos por 10 del Barcelona; la mayor parte se labraron desde la Enea de tiros libres, desde el único punto donde las reglas impedían el cuerpo a cuerpo. Ahí tuvo el equipo estudiantil cierta fortuna porque Epi falló hasta tres tiros libres, además de uno de Trumbo y tres de Lisard. El Barcelona encontró ahí su perdición.

Perdida la batalla, Maljkovic retiró a sus veteranos (73-63, a falta de (los minutos), pero el Estudiantes vivió con sufrimiento su victoria. Es más, vio la cara de la eliminación a pesar de haber disfrutado de hasta 16 tantos de ventaja (47-31, minuto 19). Esos recuerdos dejan huella: habrá cuarto partido, sí, pero el Barcelona ha dejado claro cuál es su precio por cada derrota.

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