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NECROLÓGICAS

Claude Gallimard, editor

Claude Gallimard fue un hombre de pasillos, despachos y mesas discretas en los cafés y restaurantes de París. A la comparecencia ante los medios de comunicación, el hijo del fundador de la más prestigiosa editorial francesa y director de la misma durante una docena de años, prefirió siempre el trabajo oscuro y la amistad de los escritores. Ayer, a los 77 años de edad, Claude Gallimard falleció en la capital francesa del mal que le minaba desde hacía tiempo: la enfermedad de Alzheimer. Nacido en París el 10 de enero de 1 9 1 4, diplomado en Ciencias Políticas y doctor en Derecho, Claude Gallimard comenzó muy joven a trabajar a la sombra de su padre, el célebre Gaston Gallimard, fundador en 1911 de la Nouvelle Revue Française y de la editorial que adoptó su apellido. Antes y después de la II Guerra Mundial, periodo en el que fue hecho prisionero por los alemanes, Claude Gallimard frecuentó la compañía de escritores como Gide, Claudel, Valéry, Montherlant, Céline o Malraux.

En 1976, Claude Gallimard heredó el timón de la editorial. Durante los 12 años que lo tuvo entre sus manos, su principal preocupación fue mantener vivo el llamado espíritu Gallimard. Ese espíritu había sido definido por el fundador con las siguientes palabras: "Constituir e incrementar un fondo literario de calidad y no pensar en la obtención de beneficios inmediatos".

Claude Gallimard siguió a su padre en la política de rehusar libros escándalos y best sellers, cultivar un cierto elitismo literario y mantener una actitud personal extremadamente discreta. Siempre evitó multiplicar las entrevistas a medios de comunicación y detestó toda su vida participar en cócteles y otros acontecimientos mundanos. Su placer consistía en frecuentar la amistad de escritores como René Char, Henri Michaux, Jean-Marie le Clezio y Milan Kundera.

En 1988, la enfermedad de Alzheimer le obligó a dejar en manos de su hijo Antoine la dirección de la casa de la Rue Sebastien Bottin. Esa decisión fue discutida por sus otros tres hijos, y así comenzó una feroz guerra de sucesión, cuyos episodios se libraron en las páginas de los periódicos, los tribunales, los despachos de abogados y las sedes de los bancos. Mientras toda la Francia literaria asistía atónita al folletín Gallimard, Claude moría poco a poco en un hospital parisiense.

Claude Gallimard fue un gran empresario literario —adquirió para su casa numerosos títulos, colecciones, editoriales y distribuidoras— y un hombre que defendió a capa y espada su independencia ante los poderes públicos, de derechas o izquierdas. La censura, el precio único del Iibro, la obligatoriedad del descuento, cualquier cosa que pudiera interpretar como un ataque a la independencia del editor, encontraron en él un enemigo implacable.

En los últimos tiempos, Claude Gallimard vivía separado de su esposa, Simone, la madre de sus cuatro hijos, y compartía su existencia con Colette Duhamel, viuda de un ministro de Cultura.

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